El gran salto del diseño español
Antes fabricar era difícil y diseñar fácil. Hoy los términos se han invertido. La palabra diseño ha perdido significado y genera confusión en productores no muy informados y en usuarios inocentes". Así resume el momento que atraviesa el diseño español Alberto Lievore (1948), premio Nacional de Diseño en 1999 y uno de los proyectistas con más peso internacional. Lievore considera que "es la ingeniería la que va modificando silenciosamente nuestra cotidianidad, lo demás es ruido". Pero ese ruido cada vez mueve más dinero. Cantidades capaces de salvar la economía nacional, en opinión de Juli Capella: "Sin buen diseño lo tenemos crudo: con las fábricas chinas de fondo, competir por precio es difícil y el turismo se estanca". Capella es la persona que más sabe de diseño en España. Fundó la primera revista y el primer festival nacional de esta disciplina. Conoce el tema desde las entrañas, pero también ha sabido leerlo desde la distancia: dirigió la revista italiana Domus hace cinco años. "El cambio ha sido más radical de lo que parece, porque hemos ido viviendo una evolución sin ver saltos. Pero en 1976 apenas había cuatro empresas recién creadas, cuatro diseñadores que empezaban, dos escuelas y una revista. El diseño era testimonial, no una realidad consolidada como ahora", sostiene. No le falta razón. Hoy el diseño en España se utiliza para mejorar la imagen en el 62,5% de las empresas, según un estudio del DDI (Sociedad para el Desarrollo del Diseño Industrial), aunque la preocupación sea todavía más por vestir de diseño un producto que por lograr que la innovación de un objeto mejore la vida de los usuarios.
Jaime Hayón ha sustituido a Mariscal como la cara del diseño español en el mundo
"Sin buen diseño lo tenemos crudo. En precio no podemos competir con China"
Así las cosas, ¿qué no era testimonial en la España de hace treinta años? ¿Ha sido el diseño lo que se ha desarrollado o ha sido el país? Capella admite que la evolución del diseño fue cuestión de voluntarismo, pero señala que desde el exterior parecía algo más sólido: "Hemos dado el pego gracias al activismo y al proselitismo. Internacionalmente nos vieron con sorpresa, luego con simpatía, más tarde con celos y miedo. Éramos emergentes y nos pusimos de moda. Finalmente, vieron que no tenían de qué asustarse. No hacemos pupa. Cuando quieren el talento de algún español lo cogen y basta". Tal vez por eso, lo más destacado del diseño local trabaja con un pie fuera del país. Martí Guixé, que hasta hace un año era el único español en la colección del Design Museum de Londres, tiene su estudio en Berlín. El propio Lievore, que llegó a España huyendo del golpe argentino de 1976, trabaja desde Barcelona para diez empresas italianas. Y, en su mayoría, han sido firmas extranjeras las que han dado la alternativa al talento emergente español.
La historia no es nueva, el diseño en España tiene origen en el trabajo de personajes solitarios y vocaciones individuales. Más allá de los pioneros -que durante la dictadura viajaron y conocieron lo que se hacía en otros países- en los setenta, quien quería diseñar tenía que fabricarlo él mismo. La empresa BD fue creada por arquitectos, como Óscar Tusquets o Lluís Clotet (1941) asociados para fabricar muebles nuevos. Las primeras productoras de diseño españolas eran eso: gente con gusto que se hacía sus propios muebles contemporáneos. Vendían distinto y más caro. Y el diseño comenzó a extenderse hasta que, a mediados de los ochenta, España vivió el boom del que habla Capella. Sacó la cabeza al mundo. Nacieron los premios nacionales de diseño (los únicos que no tienen retribución económica) y las empresas empezaron a exponer en ferias internacionales. Surgieron revistas, productos, diseñadores y estudiantes de diseño. A aquel momento le siguió la generación posterior a 1992: los alumnos de la democracia tomaban la palabra. Martí Guixé (1964), Ana Mir (1969), Martín Azúa (1965) o Curro Claret (1968) dejaron de proyectar sillas de tres patas para empezar a diseñar ideas: una casa hinchable, una estantería de palés reciclados, unos zapatos que, al caminar, se cargaban de energía reutilizable... ¿En España se cocía algo nuevo? Las portadas de algunas revistas así lo anunciaban. Y los diseñadores de la siguiente hornada han tratado de convertir esas ideas en productos de uso. Con todo, son pocos los empresarios que se han interesado por esos inventos. Queda mucho por hacer y aunque en diseño los números cuadran mejor a las empresas que corren los mayores riesgos -el caso de BD revitalizada por Jaime Hayón (1974) es paradigmático-, la apuesta no es nunca un terreno seguro. El país que somos, de hipotecas y vivienda fija, ¿puede estar representado por un diseño innovador? ¿Es necesario arriesgar? Diseñadores asentados se muestran escépticos: "En su obsesión por lo nuevo, que no por lo bueno, la prensa intenta obstinadamente vender una fruta tan verde que ni siquiera se sabe si aquello será algún día realmente fruta. A la mayoría nos gusta madura y en su punto", señala Alberto Lievore. Hayón replica que "es absurdo trabajar sólo con la necesidad. Pero si es que no necesitamos ya nada...", aunque es un hecho que a las últimas generaciones de osados diseñadores les ha costado hacerse escuchar por los empresarios. Muchos lo han conseguido fuera. Como Roberto Feo y Rosario Hurtado (1966) de El Último Grito, que, a medio camino entre el arte y el diseño, firman instalaciones en museos o bolsas para los almacenes británicos Marks & Spencer. Hoy viven en Berlín, aunque fue una empresa valenciana, Punt Mobles, la que les dio su primera oportunidad con la mesilla-revistero Mind the Gap cuando vivían en Londres. Tal vez por eso, ellos no distinguen nacionalidades en el diseño. Creen que hoy el reto es una cuestión de mercado. "Definir cuál es el nuevo mercado, si es que Europa va a mantener alguna capacidad productiva. Los nuevos productos deberán ser relevantes para un consumidor ya muy sofisticado", sostiene Roberto Feo. También en torno al comercio giran las propuestas de Martí Guixé. Él cree que "detrás de cualquier producto ya no hay una industria sino la complejidad de una marca". Pero la suya (que le llevó a escribir "si no lo necesita no lo compre" en las bolsas de los zapatos Camper) es una marca indefinida. "Busco una autenticidad basada en lo contemporáneo", apunta. Está convencido de que el futuro del diseño pasa por acercar "cultura y comercio". Y no está solo en esa apuesta. El design-art, las piezas exclusivas y semiindustriales a medio camino entre el arte y el diseño, es el secreto detrás del fenómeno Hayón, un nombre que suscita polémica, pero que hoy, indudablemente, ha sustituido a Mariscal como la cara más visible del diseño español en el mundo. La cara rebelde de un cosmopolitismo cuya versión elegante sería una asturiana afincada en Milán: Patricia Urquiola.
La industria ha sido siempre el talón de Aquiles del diseño español. Fue la que democratizó el diseño en Escandinavia hasta convertirlo en parte de la identidad nacional y la que lanzó el made in Italy como sinónimo de alto diseño. Pero en España sigue siendo la asignatura pendiente. Aunque son ya muchos los que firman trabajos para empresas extranjeras y varios los fabricantes que exportan (con Jaume Tresserra a la cabeza vendiendo el 90% de su producción a Estados Unidos y los países árabes), Capella comenta que hoy la industria podría perder importancia: "Da igual, que luego produzcan en el Este o en China, seamos editores. Que el empresario deje de tomarse a cachondeo lo del diseño. Que sepa que innovación implica necesaria (pero no suficientemente) diseño. Porque de diseñadores, escuelas, revistas o premios andamos sobrados. Sólo cuando los empresarios necesiten del diseño entraremos en otra etapa. Mientras accedan a él por obligación, pero sin creérselo del todo, no habrá un cambio cualitativo", concluye. Al rebufo de lo que sucede en Italia, con Armani a la cabeza, la llegada al diseño de creadores del mundo de la moda (lámparas de Toni Miró, sillas de Agatha Ruiz de la Prada o alfombras de Ailanto) podría consolidar ese camino. De momento, demuestra lo que sucede entre las nuevas generaciones: el futuro es mestizo. Y mixto. El grafismo, el diseño industrial y hasta el interiorismo son disciplinas cada vez más interrelacionadas. Si el diseño se vende en las galerías de arte y los grafistas proyectan tiendas, tal vez el futuro de los diseñadores pase por convertirse en hombres y mujeres orquesta.
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