La belleza de la herida
Yang Fudong (Pekín, 1971), es uno de los artistas chinos que han hecho notar más su presencia en todos los foros de vanguardia occidentales. Apuntar a este respecto que ya fue invitado a participar en la Documenta de Kassel de 2002 y a dos bienales de Venecia es simplemente un dato de su notable proyección internacional y su reconocimiento crítico. Aunque es un secreto a voces el interés despertado por este joven artista chino, educado en la Escuela de Hangzhou y hoy residente en Shanghai, no deja de ser estimulante que un pequeño y prestigioso museo español de una urbe histórica le dedique una muestra monográfica con obra reciente, consistente en cuatro videoinstalaciones fechadas entre 2000 y 2006.
Yang Fudong
Museo de Arte Contemporáneo
Esteban Vicente
Plazuela de las Bellas Artes. Segovia
Hasta el 28 de septiembre
Antes de comentar la obra de este joven artista, algo hay que decir del aluvión de arte chino actual que invade, desde aproximadamente 2000, el escenario internacional. Entre las diversas razones concurrentes, hay una, a mi juicio, muy relevante: la de la convergencia entre una tradición milenaria y una sorprendente aceptación, no sólo de la tecnología audiovisual puntera, sino del más sofisticado lenguaje artístico actual. Más allá del trasfondo sociológico que comporta el fenómeno apuntado, reforzado además por el obligado aislamiento internacional de China hasta fechas próximas, lo importante, desde el punto de vista estético, es la revelación de una herida antropológica, originada por la tensión entre fuerzas tan radicalmente contrapuestas, pero, sobre todo, su predominante resolución irónica, una mezcla entre gravedad y ligereza.
Aunque hay en Yang Fudong una coexistencia entre románticas pulsiones íntimas y animada dialéctica casi pop, esta última cuando analiza la vertiginosa transformación de la realidad social y económica de la China actual, encarna muy bien el prototipo del nuevo creador de este inmenso y complejo país. En la primera de sus posturas, que se refleja en el hermoso vídeo titulado Liu Lan (2003), la imposibilidad de un amor entre dos jóvenes amantes con estilos de vida contrapuestos, da lugar a una narración de casi un cuarto de hora, en una sofisticada tonalidad de blanco y negro, donde la divergencia temporal enfrentada se intemporaliza en un paseo por barca, cuyo fondo acuático parece una melancólica recreación de los paisajes de la pintura china tradicional. El vídeo titulado City Light (2000), decididamente sarcástico, representa esa segunda actitud más pop, aunque entreverada en no poca medida del realismo cartelista practicado en la etapa maoísta. No obstante, donde quizá se advierta mejor el genuino sentido irónico que anuda el sentido narrativo de Yang Fudong sea en los dos otros vídeos de esta muestra: los respectivamente titulados El ganado Jiaer (2002-2005), realizado en la forma de thriller, que, en cierta manera me evoca la célebre Naranja mecánica, de Stanley Kubrick, aunque en este caso simultaneándose la dialéctica acción-reacción y usando como marco la insidiosa presencia de un urbanita en un atávico rincón rural, y Sin nieve sobre el puente roto (2006), una instalación con ocho pantallas, donde se entrecruzan personajes, épocas, actitudes, sin que en ningún momento se quiebre la yuxtaposición, como si hubiera todos los elementos para que se fraguara una historia, que no acaba nunca de organizarse, quedándose el conjunto en una suerte de situación esquizoide sin solución.
Sea como sea, hay algo que pertenece como muy propio a la sensibilidad de estos trabajos, como muy propio a la sensibilidad de Yang Fudong: la densidad de la imagen y de su trazo, de una sofisticación como la acuarela china, lo cual produce fascinación.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.