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Columna
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Pasaje

EN EL ENSAYO 'Arte y cosmología', recopilado en una antología titulada Acotaciones hermenéuticas (Trotta), Hans-Georg Gadamer nos recuerda la etimología de la palabra griega 'kósmos', que significa 'adorno', 'decoración', 'cosa ordenada', con lo que se entiende su relación con 'cosmética', el arte de embellecer nuestra apariencia, disimulando los defectos que la hacen irregular o desordenada. Para los griegos, el orden matemático era consustancial al cosmos y el fundamento mismo del arte, creación del hombre, él mismo un microcosmos. De esta manera, la composición de lugar que él hombre se hacía del cosmos estaba doblemente articulada por el centro, 'pues el orden que conocía era la imagen geocéntrica del mundo, y por tanto la experiencia antropocéntrica del orden'. Sin embargo, el hombre moderno ha sido expulsado a posiciones cada vez más excéntricas, no sólo porque, en efecto, la Tierra no sea el centro del universo, sino porque ni siquiera la experiencia humana responde a un diseño racional, con lo que tanto el orden cósmico como la cosmética existencial se han relativizado por completo.

¿Cómo entonces seguir cifrando el intemporal orden artístico en la estatua clásica, paradigma de valores simbólicos y formales inmutables? Al erosionar el tiempo ese espacio ideal del orden clásico, el arte se hizo 'moderno', que etimológicamente significa 'hecho al modo de hoy'; esto es: un arte que sólo se rige por el cambio, la moda, la sucesión, el paso del tiempo. Sintetizando este proceso temporal de pulverización del antiguo canon plástico, Rosalind E. Krauss, en su célebre ensayo Pasajes de la escultura moderna (Akal), analiza no sólo la destrucción de la estatua, sino de esa progresiva pérdida de todo centro que llevó a la escultura minimal de los años sesenta a un grado cero de expresividad, que esta autora definió, aprovechando el título de una escultura realizada el año 1969 por Michael Heizer en el desierto de Nevada, como 'sintaxis del doble negativo', porque su lenguaje no respondía ya a ningún orden simbólico, psicológico o físico concebidos desde una perspectiva humana, con lo que, desde entonces, lo que inercialmente seguimos denominado como escultura puede ser todo y nada a la vez.

'Te estiras. Te estiras. No sabes que desapareces', escribió el poeta Edmond Jabès, gran amante del desierto, en Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato (Galaxia Gutenberg). Allí también afirma que, para él, la palabra asentamiento carece de sentido y que 'el hombre es partícipe de un mundo que no dominará nunca, al igual que es dueño de un cuerpo que siempre se le escapará. Y de un alma inalcanzable'. 'El conocimiento', añade, 'se adquiere a costa de esta expoliación', cuya sintaxis es asimismo la de una doble negación. Extranjeros, nuestro lugar es el no-lugar del desierto, donde, habiendo sido su origen el Verbo, sólo resta el efímero trazo de la palabra sobre la arena, que ha de ser constantemente borrado para que resplandezca el libro blanco de la vida. Así, como dijo M. Yourcernar, cuando una estatua se arruina, su vida como piedra comienza, y cuando, a su vez, ésta queda pulverizada, se nos abre la gran avenida del desierto. En realidad: crear, nombrar, es celebrar al límite la muerte, el pasaje de la vida.

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