Aquí hay tomate
Los caminos del humor cordobés son inescrutables. Nuestro tipo de chiste autóctono -ése que significa a la carcajada lo que el flamenquín a la gama del empanado- rehúsa la fórmula se abre el telón y bordea con sigilo la frontera del un inglés, un francés y un español que van y. El chascarrillo de aquí halla su fundamento en la contraposición. Véase, sin ir más lejos, la anécdota geográfica: cada 1 de noviembre acudimos al Cementerio de La Fuensanta, la ONCE ha instalado su sede en el barrio de Vistalegre, y existe una zona conocida como Los Olivos Borrachos -no me pregunten por qué- en la que se reúnen -o lo hacían: la paradoja data de mi infancia- los miembros de Alcohólicos Anónimos.
No me sorprendería que incorporasen la presencia de Andy Warhol en CajaSur a ese listado. La identificación entre la Fundación CajaSur y cierta vetustez se ha proclamado, siempre, inevitable. Acceder a la Sala de Exposiciones Museísticas obligaba al respeto eclesiástico: con luz y amplitud góticas, era traspasar su umbral y santiguarte. Conocer su oferta expositiva -ese interés por las tallas religiosas y los cuadros así del ancho mundo- era comprender. Todo tiene su público, y tanto monta, porque es derecho de todos disfrutar del arte; servidora ha rendido culto -nunca mejor dicho- a Martínez Montañés y compañía, pero me apenaba que ese lugar no recogiese, también, otras miradas. Su trayectoria insinuó un leve cambio el pasado verano, con la espléndida serie fotográfica Alzheimer, antológica del trabajo de Peter Granser con los enfermos de una residencia de Stuttgart. Sin abandonar la preocupación social que viene caracterizando a la Fundación, sus responsables tienden la mano a una estética distinta.
Dicho y hecho: el pasado 27 de octubre se inauguraba, sin demasiado eco previo -en Córdoba, claro, estamos acostumbrados-, una exposición de Andy Warhol. Decido visitarla un sábado por la tarde, cuando los cordobeses se debaten entre los centros comerciales o el paseo por el centro. El aspecto de Cruz Conde y el Bulevar confirma la opción masiva por el calor de los hipermercados: unos pocos valientes se atrincheran en tiendas y cafeterías. Pocos escogen el abrigo del de Pittsburg: un grupo de mujeres combinan observación y murmuro, y un padre convence a su hijo preescolar para que invierta un rato más en Diamond Dust Shoes, consciente de que quizá no se repita la oportunidad de contemplar un Warhol de cerca. El valor de la muestra, cuadros aparte, reside ahí: que Córdoba, cuyo conservadurismo empapa incluso la oferta cultural, programe a Warhol. Y es que puede gustar o no gustar, pero el gesto ya es significativo e histórico.
El primero de los locales acoge al Warhol más célebre: las variaciones de la Sopa Campbell -bolsas, vestidos, serigrafías-, los iconos -cinematográficos como Marilyn, Vincent y Liza Minnelli o Elvis, pero también Mao, igualando en importancia historia y celuloide, luchando por no tomarse nada demasiado en serio-, la frivolidad y el color. Y exhibe, también, la serie A gold book, veinte hermosas imágenes en las que priman el negro y el dorado merced a un esbozo que suena casi ajeno; veinte páginas que revisitan la pintura más clásica incorporando temas y figuras chez Warhol -los zapatos, los rebeldes sin causa antes de tiempo-, remiten al cómic y el storyboard. Quizá se deba a mi desconocimiento, pero fue el Warhol que más me impactó.
La segunda sala, que permanece cerrada en la mayoría de exposiciones, ofrece sus obras tardías y presta atención al Warhol ilustrador: carteles para festivales -incluido uno en colaboración con Keith Haring, en el que ambos se fusionan cuales guerreros de dibujos animados- y portadas para revistas y discos, sin que falten -por supuesto- las de la Velvet y los Rolling. Además, el visitante -el singular está más que justificado: fui la única alma que, durante veinte minutos, recorrió esta parte- puede contemplar una serie de flores coloreadas, las decididamente warholianas serigrafías Ladies & Gentlemen, y dos curiosidades: una recreación del Vesubio y Camouflage, que a simple vista presagia a un Warhol acid.
Una pirámide de fotografías de Warhol constituye una afortunada metáfora de su papel de demiurgo. Pidan el catálogo antes de marcharse: sirve no ya como souvenir, sino como testimonio y prueba de sangre para nuestros nietos. Contiene, además, textos que acercan -sin mojarse- a la figura del artista. Y, sobre todo, sabe delicioso imaginar cómo el dueño, señor y líder espiritual de la Factory se revuelve en su tumba al conocer que la compilación de su obra es, agárrense, gratis. Con el libro rosa fucsia en el bolso, sólo queda despedir esta oportunidad única, dejando atrás ese tapiz que preside la sala, de ambiente no sé si renacentista o del neoclasicismo, por el que la mitad de las abuelas de España se pelearían para su salón. Recuerden: hasta el 26 de noviembre. Aunque parezca que los tiempos cambian, las oportunidades pasan y no se repiten, así que acérquense para comprobar cuánto da de sí el tomate.
Elena Medel es escritora. Acaba de publicar el poemario Tara (DVD Ediciones). http://www.elenamedel.com. La exposición "Andy Warhol" esta abierta todos los días (12.00 a 14.00 y de 18.00 a 21.00) hasta el 26 de noviembre. Sala de Exposiciones Museísticas de Cajasur (Ronda de los Tejares, 6). Córdoba.
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