Los que aman el dinero
También yo he leído Los hombres que no amaban a las mujeres. Se cita el libro en muchos foros y la novela se ha convertido en un tremendo éxito. Su autor, el sueco Stieg Larsson, murió sin haberla visto publicada. Se trata de una novela negra que, sin embargo, lleva implícita algunas de las valoraciones periodísticas más rotundas que he leído en mucho tiempo. Es más, se podría decir que algunas de ellas son proféticas, a tenor de lo que está ocurriendo con el actual sistema económico.
El protagonista de este libro, Mikael Blomkvist, es un periodista, al igual que el autor de la novela. Un periodista especializado en economía que cuestiona el periodismo económico que realiza la mayoría de sus colegas y que siente un absoluto desprecio por un trabajo que, a su juicio, adolece de algo muy simple: la falta de moral. Blomkvist se expresa con una sencillez contundente: "Un director de banco que, por pura incompetencia, pierde cientos de millones en disparatadas especulaciones no debe conservar su puesto de trabajo. Un empresario que se dedica a negocios con empresas tapadera debe ir al trullo. El dueño de una inmobiliaria que obliga a los jóvenes a pagar una pasta, en dinero negro, por un cuchitril con retrete en el patio debe ser denunciado y expuesto al escarnio público".
En la novela se plantea que el cometido del periodista económico es el de vigilar y desenmascarar a los tiburones financieros. Esos que provocan crisis y que especulan con los pequeños ahorros de la gente en chanchullos sin sentido de empresas puntocom. También se cuestiona por qué a un reportero político nunca se le pasaría por la cabeza llevar a los altares al líder de un partido, mientras muchos medios de comunicación son capaces de tratar a tantos mediocres mocosos de las finanzas como si fuesen estrellas de rock. Por ello, el protagonista de la novela llega a una tremenda conclusión: "En el mundo económico se le rinde homenaje al sinvergüenza de más éxito".
No, no voy a hablar en este artículo de ese liberalismo que acepta un cheque del Estado de 700.000 millones de dólares. Ni de las hipotecas basuras ni de Wall Street ni de Lehman Brothers ni de Merrill Lynch. Voy a hablar de empresas más cercanas, ya que también en Andalucía, como en España, hemos festejado a muchos mediocres mocosos como si fueran estrellas de rock. Especialmente en el sector inmobiliario, llenando páginas y páginas de reportajes sobre empresas y supuestos empresarios nacidos de la nada y encumbrados en unos meses hasta el olimpo económico. Y sólo por disponer de una impresionante cuenta de resultados que el tiempo ha demostrado virtual o por lograr un patrimonio de valor tan efímero como los pisos que han dejado sin terminar.
Se nos fue la mano con el culto al ladrillo, a las licencias de obras, a las toneladas de cemento, a la segunda residencia, a los ingresos en las arcas públicas por el IBI o por el IVA, y al supuesto dinamismo de una economía que, al final, ha terminado siendo de usar y tirar. Y ahora ese culto nos deja un litoral alicatado, un montón de parados, millones de hipotecados de por vida y una economía con una absoluta falta de competitividad. Sin olvidar, además, que ese culto ha beneficiado, como no, a la cuenta de resultado de los propios medios de comunicación, que tanto prosperaron con anuncios de pisos y urbanizaciones.
Decir que la economía está a punto de naufragar es una tontería. Lo dice Blomkvist, al final del libro, cuando la bolsa de su país se va a pique. La economía está formada por la suma de todos los servicios y mercancías que se producen en un país. Y los bienes productivos, la investigación y el desarrollo, y los empresas serias y competitivas siguen. Lo que naufraga es el modelo del humo y la burbuja. La avaricia de los especuladores. Y ese periodismo que, demasiadas veces, los ha encumbrado.
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