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Necrológica:NECROLÓGICAS
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Eduardo Vázquez, un dramaturgo en la radio

Una mañana de 1982, en su despacho, Tomás Martín Blanco me presentó a Eduardo Vázquez, y yo estreché la mano menuda de aquél hombre al que el pelo comenzaba a abandonar con la misma emoción y respeto que si me hubiera presentado a Carlos Arniches o a Enrique Jardiel Poncela. Si Eduardo Vázquez, fallecido hace unos días, hubiera dedicado su talento al teatro nos quedarían media docena de comedias memorables que se seguirían reestrenando puntualmente; pero se dedicó a la radio, un medio voraz que consume folios de guión con el mismo apetito que una estufa sacos de serrín, y al que un folio de inteligencia teatral le dura escasamente dos minutos. Eduardo Vázquez fue uno de los que alimentó aquella estufa en los más variados estilos, y lo mismo escribía con Antonio Calderón

La canción de la calle, que Estampas y sainetes, unas piezas tan teatrales, tan teatrales, que una vez al año se representaban sobre el escenario del Teatro de la Comedia y podían haber pasado por textos de Ramón de la Cruz, Vital Aza o el mismo Arniches.

Y si en Historias del cine sonoro, escrito en colaboración con Basilio Gassent, consiguió que 'escucháramos' las películas que ya habíamos visto, con Matilde, Perico y Periquín logró que el cuarto de estar de casa, cada tarde, se transformara en un patio de butacas. Comenzó la serie a mediados de los cincuenta. Y había humor a pesar de una censura que no permitía el menor escarceo erótico y no digamos político. Humor blanco, inocente, para toda la familia. Pero se murió Perico, es decir, Pedro Pablo Ayuso, y el luto de Matilde (Matilde Conesa) y de Periquín (Matilde Vilariño) fue respetado por su creador, que enterró también a la serie.

En 1976, poco después de la muerte de Franco, había nacido La saga de los Porreta, que prosiguió su andadura hasta los primeros años de los ochenta, adaptándose a los tiempos que corrían con la lucidez de un Balzac, y aun adelantándose a su tiempo de manera que casi parecía surrealista, porque Eduardo Vázquez fue el primero que a una familia española, como los Porreta, les colocó un yerno japonés. Escuchar los últimos episodios de la serie es asistir a un fresco sonoro del costumbrismo de la transición.

Eduardo Vázquez dedicó su talento a la polifagia radiofónica. A ella entregó sus libretos. Tuvo la suerte de contar con un cuadro de actores irrepetible, y ellos de contar con un dramaturgo que, en lugar de entregar los libretos al teatro, los entregó a la radio, para beneficio y solaz de unos oyentes que siempre le estarán agradecidos.

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