"Cambiar no ha sido nada fácil"
Mickey Rourke se confiesa y asegura que ha dejado atrás su vida de excesos
Sus problemas nunca fueron las drogas y el alcohol, sino la sobredosis de rabia que corría por sus venas desde su adolescencia. Su debilidad por presentarse ante el mundo como un macho duro, agreste y despótico le acabó pasando factura y convirtiéndole, hace ya 15 años, en un espejismo del gran actor que había demostrado ser en películas de los ochenta como La ley de la calle. Pero la vida da muchas vueltas y la de Mickey Rourke sería carnaza perfecta para un guión de Hollywood con final feliz. Ahora acaba de presentar en el New York Film Festival la película The Wrestler, con la que su director Daniel Aronofsky se llevó el premio al mejor filme en la pasada Mostra de Venecia y con la que Rourke renace de sus cenizas sobrellevando el peso de un filme cuyo protagonista, un campeón de lucha libre en el crepúsculo de su carrera, tiene infinitas similitudes con su intérprete. Con gafas de sol, el pelo engominado y el rostro deformado por los infinitos golpes recibidos en su carrera como boxeador, Rourke compareció ante los medios de comunicación, entre los que estaba EL PAÍS, con la media sonrisa que le hizo célebre en Nueve semanas y media e hizo la siguiente confesión: "Cambiar no ha sido nada fácil para mí. Siempre consideré a los que cambian gente débil. Yo era un hombre demasiado orgulloso para cambiar, pero llegó un momento en que entendí que ése era el único camino".
¿Quién hubiera pensado que el Mickey Rourke que insultaba a los directores, destrozaba los sets de rodaje en sus cabreos y maltrataba a los técnicos podría abrirse en canal públicamente de esa manera? Pero resulta que Rourke, como todo rebelde, también tiene corazón y su vida, desde luego, no arrancó por el camino más fácil.
Su padre le abandonó siendo un niño. Su madre volvió a casarse, pero su padre adoptivo le maltrató durante una década que él definió como "un continuo Halloween". Quizás por eso aprendió boxeo, para no tener que volver a sufrir abusos físicos. No obstante, su carrera como deportista viró hacia la interpretación y en los ochenta comenzó a labrarse un nombre con películas como Diner o Rumble Fish, que parecían cortadas a la medida de este personaje de carácter excesivamente rebelde e irrespetuoso. "No es un tipo difícil, es simplemente revoltoso, malo. Él admira a las estrellas de rock, no a las estrellas de cine. No se identifica con Harrison Ford. Quiere ser David Bowie", dijo de él hace años Alan Parker, quien le dirigió en El corazón del ángel.
Se tatuó el símbolo del grupo terrorista IRA e incluso llegó a donarle parte de sus ingresos, mientras su fama de machote comenzaba a hacer estragos en su carrera. Fue arrestado por abusar físicamente de su segunda esposa, Carré Otis. Y en medio de esa furia vital decidió convertir el boxeo en profesión. Destrozó su rostro, su físico y su salud mental. Lleva casi una década en terapia. Y tras la oportunidad de redimirse como actor que le ofreció Sin City, de Robert Rodríguez, este año The Wrestler sella su regreso y podría catapultarle hacia los Oscar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.