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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Benito Huerta Argenta, ex senador por Cantabria y abogado

Llevó, entre otras causas, la acusación contra el Gobierno de Hormaechea

Cantabria perdió ayer, con la muerte del abogado Benito Huerta, a uno de sus hombres representativos en el sentido carlyliano del término. Un político, un abogado, un ciudadano de carácter. Llevaba décadas alejado de la actividad pública, pero sus opiniones seguían teniendo peso, tanto para sus incontables amigos y admiradores como entre sus no pocos enemigos. Fue ciudadano de compromisos fuertes y sinceros. Sin dobleces.

Antifranquista temprano, Benito Huerta entró en política de la mano de la democracia cristiana de Joaquín Ruiz Jiménez (Izquierda Democrática se llamó aquel partido efímero), y fue senador de las Cortes Constituyentes por una coalición de izquierdas que en la Cámara alta formó el grupo Progresistas y Socialistas. Militó más tarde en el Partido Regionalista y en el PSOE, aunque su paso por esos partidos fue efímero, pese a haberlos representado brillantemente en el Ayuntamiento de Santander como concejal portavoz, en el caso de los socialistas; y en la ambiciosa elaboración del proyecto autonómico de un movimiento regionalista de dudoso futuro entonces, que ha logrado llevar en apenas veinte años a la presidencia de la región a su líder Miguel Ángel Revilla Roiz.

Como a tantos otros profesionales o intelectuales de prestigio, en Cantabria o donde sea, Huerta aceptaba que la militancia en un partido exigiese estar a las órdenes del secretario de organización de turno, pero se le hacía cuesta arriba la obligación de estar también a sus opiniones. Era amante del debate, de las ideas libres, y, además, un orador de contundente brillantez. Combatió, por tanto, y fue víctima de la teoría, aún vigente, de que quien se mueve no sale en la foto, la frase organizativa que Alfonso Guerra había importado del PRI mexicano, en concreto de su siniestro líder sindical durante casi 70 años, Fidel Velázquez.

La tesis de Benito Huerta fue que estar en política exigía moverse y mojarse: comprometerse. Y que ello no pasaba necesariamente por los partidos políticos, cuya militancia cayó y se devaluó año tras año después de su marcha. La foto principal de la vida pública debía incluir a los mejores, a los más representativos, no a los más disciplinados o callados. En esa idea siguió ejerciendo hasta ayer mismo una gran actividad ciudadana, tanto como abogado de causas comprometidas, como activista social.

En la primera faceta, en la que triunfó a fondo, Benito Huerta llevó, por ejemplo, el peso inicial de la voluminosa y complicada causa judicial que, a instancias del ex diputado Ciriaco Díaz Porras y de Javier Mena, directivos entonces de la Caja Rural de Santander, sentó en el banquillo de los acusados a varios dirigentes de la UCD cántabra por apoderarse para su uso particular, con otros empresarios de la región, del potente movimiento cooperativo agrario regional -de aquella iniciativa surgió el famoso affaire Caja Rural, varias condenas y la supresión de esas entidades financieras-; y también ejerció con demoledora eficacia la acusación en nombre de varios diputados contra el Gobierno regional que presidió Juan Hormaechea entre 1997 a 2001, con el respaldo parlamentario del PP.

Los éxitos profesionales y políticos de Huerta no cayeron afortunadamente en saco roto, en una tierra poco dada a reconocimientos en vida. En 1988 el Gobierno de Felipe González le distinguió con la Orden del Mérito Constitucional y, tres años más tarde, con la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort.

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