La desaparición del baño
Los arquitectos RCR diseñan un inodoro que se camufla
Todo empezó por la boca. Fue una cuestión más de sabor que de vista u olfato. Los arquitectos del estudio RCR recibieron el encargo de diseñar un restaurante entre gallinas. Y levantaron un templo. Tal reputación consiguió el comedor de Les Cols, en Olot, al que la gente viajaba desde pueblos y ciudades lejanos para masticar los helados de piedra volcánica y los embutidos de la Garrotxa que servían allí.
Tras el éxito, los propietarios decidieron encargar a sus arquitectos un hotel con un puñado de habitaciones. Se trataba de que quien acudiera hasta allí pudiera descansar tras el banquete. Los proyectistas respondieron con una serie de cubículos que no iban a hacerle sombra a la inolvidable experiencia gastronómica. Todo lo contrario. Ramón Vilalta, Carme Pigem y Rafael Aranda (RCR) decidieron convertir la digestión en una experiencia mística. Por eso en los cubículos transparentes no había nada. Literalmente nada. Se trataba de observar esa nada, como quien contempla un Malevich y espera que del blanco roto le nazcan reflexiones, sentimientos, iluminaciones incluso.
En esa habitación vacía, sin paredes -son transparentes-, sin apliques, lámparas ni interruptores para las luces, sin otro mobiliario que un gran catre -que una camarera convierte en cama en el último momento-, sin minibar ni televisión por supuesto -estamos hablando en serio-, e incluso sin grifos, en el baño había una bañera -cuadrada y a ras de suelo- de agua rebosante. Es decir, la mitad del baño tenía un suelo líquido. O lo que es lo mismo: en el baño tampoco había nada. Por eso es importante recordar que fue allí, en un hotel pensado para la digestión de un banquete, donde estos arquitectos de Olot cuajaron la desaparición del baño que llevaban años ensayando con sus diseños para la empresa Lagares.
De aquello hace casi un lustro. Sin embargo, la resta continua -como ideario en el que se sustenta buena parte del diseño de RCR- no ha cesado. En esa línea de investigación y sustracción sin fin está también su último fruto: el WC invisible. Con la ducha camuflada y aplanada entre suelo y techo, con los lavamanos de Corian estirados y aplanados hasta una casi total horizontalidad, con desagües lineales y con los grifos sustituidos por cédulas fotoeléctricas, el elemento del baño con peor reputación también ha desaparecido de la vista. Así, la reflexión, el descanso visual o la experiencia de encuentro con uno mismo y de jornada sin distracciones que proponía el hotel se ve ahora reforzada por esta absoluta desaparición del baño.
Convertir todo el baño en componente arquitectónico es un trabajo muy serio. Pero queda por hacer. Los tres fundamentalistas de la arquitectura que son los arquitectos de RCR tienen en un aparato tan popular como mal reputado un superviviente de la extinción del aseo. Con el bidet se les plantea a los minimalistas un reto ya ineludible, un ejercicio de diseño de primer orden.
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