'Lieder' de Schubert y 'martinis'
Locales de música clásica en directo, lo último de la noche neoyorquina
Paredes rojas y una bola de discoteca que pende del techo. Suena Schubert, interpretado por uno de los pianistas más prometedores de EE UU, Jonathan Biss. El público ocupa cerca de 50 mesas y gran parte de la barra. No se escuchan toses en las pausas sino el ruido de la coctelera que el barman Christopher Raab agita tras la barra de Le Poisson Rouge. Este local neoyorquino situado en el corazón del Village se ha convertido en uno de los clubes de moda de la ciudad y en la cabeza de lanza de una nueva tendencia que triunfa en Nueva York: música clásica en directo con copas.
Le Poisson abrió sus puertas hace año y medio en el mismo lugar que ocupó el histórico Village Gate. Yoani, una surafricana de 26 años, sostiene su martini en la barra mientras escucha el primer concierto de música clásica desde que llegó a Nueva York hace dos años. Dice que los horarios la han mantenido lejos de un género con el que ha disfrutado desde la infancia con su madre, profesora de música. Hoy vino a escuchar a Gabriel Kahane, el heterogéneo músico, compositor y cantante que ha tocado con Rufus Wainwright y Elvis Costello, que ha puesto música a los poemas de Robert Lowell y ha compuesto un lied dedicado al portal de anuncios por palabras Craigslist.
Kahane, copa en mano y vestido con vaqueros, canta los lieder de Schubert que su amigo Biss toca al piano. "Puedes imaginar perfectamente que estas canciones se interpretaron cuando fueron compuestas en un ambiente similar a éste, con gente bebiendo", dice al terminar su actuación.
Los veinteañeros David Handler y Justin Kantor son los propietarios de Le Poisson Rouge. El primero es violinista y compositor, el segundo, chelista. La música clásica era su idioma común. "La idea era despojarla de los estigmas y de esa reputación que arrastra de ser elitista". Según Handler, los exorbitantes precios de las entradas en los auditorios tradicionales y cierta querencia por "programas estériles, más en deuda con el pasado que con el presente" son las causas principales de que la gente joven se mantenga lejos de la música clásica.Apenas un par de manzanas separan Le Poisson Rouge de Fat Cat, un bar de corte estudiantil que se sitúa en el lado opuesto del espectro. El espacio está plagado de mesas de pimpón, futbolines y tableros de ajedrez y scrabble. Desde hace un año, los lunes toca un ensemble de cuerda que interpreta con mimo piezas de cámara. Para sorpresa de todos, el experimento está funcionando.
"Me parece maravilloso que finalmente caiga el muro de Berlín de la música clásica", dice el director de programación del Carnegie Hall, Jeremy Geffren. "No creo que haya ningún conflicto, simplemente se trata de distintas maneras de experimentar un concierto. Es como si preguntáramos cómo te gusta comer una hamburguesa. ¿Con queso, muy hecha, en un restaurante o en un diner? Simplemente, hay más opciones".
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