'Livin' la vida Lohan' (en las tinieblas)
Ex estrella infantil, algo se torció en el camino de Lindsay Lohan al cielo de Hollywood. Una condena limpiando en una morgue y un inminente desnudo en 'Playboy' devuelven los focos a una actriz de 25 años que lleva cinco buscando redimirse
Resulta inusualmente literario imaginarse a Lindsay Lohan en su nuevo paradero, limpiando sábanas y retretes en una morgue. No hay, cosa rara, fotos de la otrora niña prodigio trabajando por orden de un juez en el depósito de cadáveres del Servicio Forense del Condado de Los Ángeles, pero la estampa desprende todos los requisitos del género decimonónico: la hija mayor de la familia a la que da de comer, consumida por las ínfulas artísticas de una madre votada en varias revistas como una de las menos cuerdas de nuestra época y atormentada por las aflicciones de un padre inestable, purgándose, a sus 25 años, de sus pecados atávicos entre los muertos. Sin quererlo, Lohan es una heroína gótica.
Llevaba cocaína en un pantalón que negó fuera suyo. Luego se supo que era su favorito
"Irradiaba cierta travesura benigna", asegura la directora de 'Casting' que la lanzó
"Su desnudo [en 'Playboy?] noserá recatado. Vais a verle todo", dice su representante
Su camino hasta ahí le fue someramente explicado la semana pasada por la juez Stephanie Sauntere en el tribunal. En mayo de 2007 fue detenida por estrellar su coche bajo los efectos de la cocaína y llevar 0,4 gramos en su bolso. Cincuenta y nueve días después, sin carnet, volvió a estrellarlo persiguiendo a una empleada que le había comunicado que quería dimitir, con 0,12 de alcohol en sangre y más cocaína en unos pantalones que negó que fueran suyos y que luego se supo que eran sus favoritos. Se le había impuesto una libertad condicional que la obligaba a estar sobria. En cuatro años había dado positivo en incontables exámenes, incluso cuando se le forzó un arresto domiciliario. En 2010, tras la enésima rehabilitación obligada, hallaron en su sangre dos tipos de antidepresivos, un ansiolítico, un sedante, un estimulante y una medicina para el reflujo ácido a la vez. Tampoco se había presentado a las subsiguientes vistas. Una vez alegó que era porque había perdido su pasaporte en Cannes, donde se la fotografió con una montañita de polvo blanco. Desplante tras desplante, se le habían ido endureciendo las condenas: pasó por la cárcel varias veces ("fue duro, pero se portó extraordinariamente bien", explica su abogado, Shawn Champan Holleys), se encarecieron las fianzas que pagaba diligentemente para salir y le fueron aumentando las horas de servicios comunitarios. En la vista anterior, en febrero de 2011, se le impusieron 360. El mes pasado había cumplido una décima parte y, ante la duda, se fue de gira por las pasarelas de moda de Francia y Alemania.
Lindsay lloró y juró al juez que había aprendido de sus errores. Lo mismo que le decía en cada vista a su archienemiga la juez Marsha Revel, que llevó su caso hasta 2010. Lo mismo que ha dicho en, al menos, 12 entrevistas. No sirvió de nada: tenía que pasar por la morgue.
Nadie hubiera previsto este revés hace 14 años. Lindsay, de 11, era la niña bonita de Merrick, un pueblecito de 22.000 habitantes a las afueras de Nueva York. Hasta entonces había sido la insistencia de su madre, bailarina sustituta —nunca titular— del prestigioso grupo neoyorquino de danza The Rockettes, lo que la había colocado en unos 60 anuncios para marcas como Pizza Hut, Calvin Klein o Ralph Lauren, y en la decana telenovela Another world. Pero ese año, 1997, fue ella quien se abrió paso al siguiente nivel: Hollywood. Venció a otras 4.000 candidatas por el papel protagonista en la producción de Disney Tú a Londres y yo a California. "Era, en el mejor sentido, lo que uno desea de una actriz infantil", recuerda la directora de casting del filme, Ilene Starger. "Era atractiva, honesta, inteligente, cariñosa", enumera, "irradiaba alegría y una cierta travesura benigna. Tenía mucha chispa, energía y talento. Tras ver su prueba, nos quedó claro, a mí y al estudio, que era una chica muy, muy especial".
Starger no se equivocaba. Tú a Londres... fue un moderado éxito gracias en parte a las críticas que recabó su interpretación. Su directora la equiparó con Diane Keaton. Lindsay empezó a protagonizar telefilmes de Disney Channel y se convirtió en una estrella infantil. Hasta se permitió en 2002 una primera incursión en los tabloides gracias a una supuesta enemistad con la otra megaestrella de Disney, Hillary Duff. En 2003, ya con 17 años, hizo de hija de Jamie Lee Curtis en Ponte en mi lugar. Fue la película juvenil más taquillera del año. Lohan iba de camino al cielo.
Allí llegó en 2004. Ese año, como dijo entonces en televisión, ella estaba en todas partes. El éxito de Chicas malas, una sarcástica película sobre institutos, la terminó de catapultar. Fue la presentadora más joven de los MTV Movie Awards. Demostró que sabía cantar en un disco llamado Speak, del que vendió un millón de copias y que fue número 4 en el Billboard. Era seguida por fans y paparazzi a partes iguales. La nueva it girl. No volvería a probar una época de semejante bonanza profesional.
2004 fue también el año en que cumplió los 18 y se mudó permanentemente a Hollywood (todo lo permanente que puede ser vivir en hoteles de cinco estrellas como el Chateau Marmont, donde se alojó durante dos años). Fue entonces cuando su imagen profesional y pública empezaron a desacompasarse. La primera era la de una niña inocente que podía ser la vecina de al lado. La segunda, la de cualquier adolescente, con sus berrinches, disgustos y juergas. Sobre todo, estas últimas. Conoció la noche en locales exclusivos como Hyde o Teddy's, llenos de cámaras, y su reputación de chica de moda devino en juerguista de moda. "En cuanto me divierto un poco, la gente empieza a pensar que estoy loca", se quejó a un periodista esos días.
Todo esto fue divertido hasta que sucedieron dos cosas. Primero: en 2005, sus padres se divorciaron muy públicamente. Prefirió quedarse con su madre que con su padre (broker de Wall Street de dudosa estabilidad, cuatro veces detenido por fraude fiscal, conducir ebrio y abusos domésticos). A cambio, Dina Lohan, artista frustrada, le hizo firmar un contrato que le garantizaba el 20% de los ingresos de la niña porque se convertía en su representante. Básicamente, esto convertía a la hija en jefa. "Es decir, que si la niña quería algo, ella tenía que dárselo. Si quería irse de fiesta, mejor no ponerle hora. Aunque tuviera un rodaje", explica una amiga de Linsday que prefiere no dar su nombre. "Se puede llevar a un caballo hasta el agua, pero no se le puede obligar a beber", bromeaba la matriarca a un periodista en esa época. Mientras, su padre quedó totalmente alejado de la familia y se dedicó a conceder entrevistas sobre su hija para amenazar de muerte a Dina por su mala influencia y a aparecer en diversos realities tratando sus diversas adicciones. Tenía previsto hablar con este periódico el miércoles. Pocas horas antes de que la conversación tuviera lugar, fue detenido por cuarta vez por supuestos malos tratos a su novia. Algo parecido ocurrió con su tío materno Paul, dudoso de si hablar con medios tras su paso por la cárcel por haber estafado un millón de dólares a las víctimas del 11-S. El clan Lohan se reveló al público como un grupo de coloridos asiduos a los tribunales al que era mejor no imitar. Y ella, como la mezcla perfecta de sus padres.
Segundo: en 2006 empezaron a surgir los tabloides cibernéticos, perennemente sedientos de historias. De repente, una instantánea disparada con un móvil se convertía en titular. Esto fue ventajoso particularmente para las estrellas de segundo nivel, famosas por haber salido en un reality o fornicando en un vídeo, que empezaban a poblar Hollywood. Se llamaban Kim Kardashian, Nicole Richie o New York. Gente que rezumaba cultura de nueva rica y no tenía nada que perder por fagocitar a los tabloides con escándalos decadentes a cambio de la atención que Lindsay, adolescente sin otro modelo a seguir, no quería perder. Así que empezó a comportarse como ellas. "Salía casi todas las noches porque pensaba que es lo que hacía la gente", le explicó a Vanity Fair en 2010. "Todo el mundo que conocía estaba de fiesta, ¿y qué iba a hacer yo? ¿Quedarme sola en casa? Así que se convirtió en rutina". "Nunca he visto a una estrella de primera pretender ser de segunda con tanto ahínco", asevera su amiga. "Cuando las de segunda no llegaron a su nivel, porque ella tenía dinero para salir cuatro, cinco noches por semana, empezaron a soltar rumores sobre ella para atraer la atención".
Entre su familia —el problema— y la noche —el refugio— estaba lo que los tabloides llamaron "la vida Lohan". Se narra, como siempre en las estrellas, en imágenes: Lindsay con manchas de polvo blanco en la ropa, Lindsay cayéndose de bruces contra un cactus, Lindsay bailando fuera de sí en el festival de Coachella, Lindsay inconsciente en el asiento trasero de un coche. Su lista de supuestos amantes empezó a incluir a Bruce Willis, Benicio del Toro, Jude Law o Colin Farrell. De esa época es su primer paso por una clínica de rehabilitación y el accidente de coche que desató todos sus problemas.
Su credibilidad como actriz se vio eclipsada. Disney la repudió y apartó de la promoción de su último filme juntos, Herbie: a toda carga, aunque ella era la protagonista y resultó ser un gran éxito. Intentó pasarse al cine indie, rodando con Meryl Streep ("Tiene un dominio completo del arte de la interpretación", dijo de Lohan), pero pronto sus equipos de rodaje empezaron a airear sus tardanzas, sus resacas y su comportamento errático. Entre 2007 y 2009 o fue despedida de casi todas las películas que intentó hacer, o impidió que se iniciara la producción (un especial chasco fue la cancelación del biopic de la estrella de porno Linda Lovelace) porque ninguna aseguradora se fiaba de ella. Su último papel protagonista es en una comedia que se estrenó directamente en DVD. Después, entre vistas judiciales y rehabilitaciones (entre la cárcel y las clínicas ha pasado al menos 359 días), solo ha podido interpretar un papel secundario en Machete, de Robert Rodríguez, haciendo de drogadicta hija de político que participa en un trío con su madre.
Usó un doble de cuerpo para los desnudos de esa película. Playboy pasó años intentando fotografiarla sin éxito. Primero, porque, como dijo en 2005, "nunca se me verá desnuda". Luego, porque la suma que le ofrecían, 750.000 dólares, no se acercaba al millón que ella exigía. La semana pasada, desde la morgue, transigía. Un nuevo pecado para compensar la purga. "No hemos recibido el millón que queríamos, pero se acerca bastante", explica su representante. "Y no es un desnudo recatado. Vais a verle todo". Es de esperar que, junto al pecho de la mujer que de niña avisaba a los periodistas que iba a ganar un Oscar antes de los 30 y ellos la creían, también se vea el tatuaje que lleva en el brazo derecho con las palabras de su adorada Marilyn Monroe: "Estrellas. Solo pedimos una oportunidad para brillar".
Babelia
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