DÍA 8
Mi viejo ha vuelto de Madrid y se ha encerrado con mi vieja, para parlamentar. Algo no va bien en su curro. Lo quieren jubilar o prejubilar, está en la edad. Mi viejo en plan jubilata, no me lo imagino. Me tuvieron cuando eran mayores, en un momento de crisis matrimonial (ellos no saben que lo sé), para no divorciarse. He crecido con la idea de ser una especie de pegamento, un engrudo, una cola. Si yo desaparezco ellos se van a la mierda. Duro destino el de los hijos de padres mayores, me digo para dramatizar. Mi hermana fue más normal que yo. De todos los amigos de mis viejos, ellos son los únicos que no se han divorciado y han hecho de eso una bandera. He escuchado parte de la conversación. Mi vieja, que es funcionaria y tiene un curro seguro, le ha reprochado que no hiciera en su momento oposiciones. Mi viejo quería triunfar, todavía sueña con triunfar, llama triunfar a escribir una novela, tiene esa idea metida en el tarro desde siempre. A veces, invento tanto cuando escribo esta mierda, para no delatarme, que pienso que estoy escribiendo una novela. Sería cojonudo que me convirtiera en uno de esos hijos que realizan los sueños de sus padres.
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De momento he estado trabajando en el guión del video-juego que tenía abandonado. Es lo que tiene ser un Hiki Komori, que hay tiempo para todo. Trata de una familia de tres, los viejos y un hijo de mi edad (puta casualidad). Los viejos viven en una habitación y el hijo en otra. Un día, por razones paranormales, desaparecen las puertas de las habitaciones y se quedan aislados. El juego consiste en encontrar el camino para llegar a la habitación de los padres si te identificas con el hijo, o a la del hijo si te identificas con los padres. En el suelo de cada habitación hay una trampilla disimulada que conduce a un sótano laberíntico que une los dos cuartos. Se lo conté a mi colega, el Risas, una noche que estudiábamos juntos, y me dijo que era muy metafórico. No te jode.
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