5 días en Guadarrama
En 1960 coincidieron en las pantallas españolas dos reposiciones y un estreno de películas de Nicholas Ray, un director norteamericano cuyo nombre sonaba entonces con ecos aquí todavía un poco remotos. Las reposiciones eran Johnny Guitar y La verdadera historia de Jesse James; el estreno fue Party Girl, aquí titulada Chicago, años 30.Algunas gentes muy jóvenes con fiebre de cine, entre los que yo me contaba, descubrimos de un golpe que este semidesconocido cineasta era no sólo uno de los grandes, en sentido absoluto, de este arte -como lo eran Renoir, Ford, Lang, Eisenstein, Welles o Rossellini-, sino un cineasta que, ateniéndose a las leyes del clasicismo, hablaba con nuevas palabras.
55 días en Pekín se emite hoy a las 16
05 por la primera cadena.
La fascinación creció cuando, meses después, en algún periódico saltó la noticia de que Ray andaba por tierras españolas, realizando un filme sobre la vida de Cristo, Rey de Reyes.
Mi asalto a Ray ocurrió durante la segunda película que realizaba en España, al igual que la anterior, bajo los equívocos cheques del productor Samuel Bronston. Esta película era 55 días en Pekin. Pidieron extras para intervenir en ella y yo me enrolé en la llamada con el secreto objetivo de ver rodar a Ray.
En una llanura de los alredores del pueblo de Villalba, en las estribaciones de Guadarrama, durante cinco días, este cronista se vistió de boxer, de chino bue,no, de chino malo, de soldado europeo y de oficial inglés. Mi mirada estuvo clavada, durante esos cinco días, detrás de la cámara, en busca de Ray. No lo encontré. Detrás de la cárnara, dando órdenes, estaba tan sólo ,un sujeto de aspecto decidido e inteligente, llamado Andrew Marton. Nick Ray había sido apartado del rodaje: estaba enfermo, internado en una clínica, al parecer en estado grave.
Terminó el rodaje de 55 días en Pekín sin el enfermo Ray. Pero lo cierto es que éste reapareció pronto con rostro saludable. Puso un bar en Madrid, el Nicka's, que se convirtió en centro de peregrinación de jóvenes y menos jóvenes cineastas y cinéfilos. Y circuló otra versión de la enfermedad de Ray: Bronston, descontento del enfoque lírico que Ray estaba dando al filme, compró a un médico para que éste, en uno de los chequeos obligatorios que las casas de seguros norteamericanas exigen a los cineastas durante el rodaje, diagnosticara una falsa enfermedad a Ray. La vileza de la treta, si es que Ray no fantaseó al contarla, supera lo imaginable.
De esta curiosa anécdota nacen dos dramas: el del cineasta y el del filme. La tormentosa ruptura de Ray con Bronston fue el comienzo de una pugna sin cuartel -que ya existía larvadamente, pero aquí se agudizó hasta adquirir caracteres virulentos- entre el cineasta y los magnates de la producción, que condujo al apartamiento de Ray.
El segundo drama está filmado y se llama 55 días en Pekín, película en la que las escenas más hondas y sutiles -obviamente las concebidas y rodadas por Ray- se combinan con una pedestre traca de alardes de pirotecnia colosalista, que banalizan a las escenas anteriores, convierten al relato en un galimatías, rompen el ritmo, aniquilan la visión crepuscular de la rebelión de los bóxers que Ray quiso reflejar. Andrew Marton y Guy Green suplantaron formalmente a Ray, pero el verdadero autor de la tropelía se llamaba Samuel Bronston.
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