Porra
En una memorable secuencia de la película Amanece que no es poco, Luis Ciges y Antonio Resines, padre e hijo en la ficción, se ven obligados a pernoctar juntos una noche. Al compartir el colchón y antes de arroparse, el padre pregunta: "Hijo, ¿me respetarás?". A lo que el hijo responde con un "por supuesto" casi escandalizado. Pero el personaje de Ciges se ve obligado a aclarar la razón de sus prevenciones: "Es que un hombre en la cama es un hombre en la cama". Pues esta escena es la primera que nos viene a la cabeza tras la carga policial de la plaza de Catalunya de Barcelona contra los jóvenes allí concentrados desde hace días. Porque todos sabemos que un hombre con porra es un hombre con porra.
Las imágenes que circularon de inmediato presentaban a los manifestantes en resistencia pasiva de brazos en alto frente a los antidisturbios autonómicos. Pese al anonimato que concede el casco, todos comprendemos que el hombre con la porra no puede vencer a sus instintos. Piensa: si me han puesto esta porra en la mano y me han puesto delante a este chavalón con barbas es porque la autoridad espera algo concreto de mí. Y la porra, cuyo inventor tenía un cerebro prodigioso, hace el resto. Tener una porra en la mano y abrirle la cabeza al que tienes enfrente es tan natural como asomar la mano cuando llueve.
El consejero Felip Puig, en sus primeras actuaciones con respecto a la policía local, ya mostró una apuesta por la impunidad frente a la transparencia. Los servidores del Estado han de asumir como obligación de su oficio el control férreo de las acciones. Y más en un mundo en el que la imagen tiene un poder corruptor de cualquier idea angelical. Limpiar la zona para dejar que la ensuciaran a su antojo los celebrantes del triunfo futbolístico resultaba un agravio comparativo. En otras ciudades españolas, la autoridad tuvo claro que generar un problema para resolver otro no es la más sabia decisión. Al ver la retransmisión de esa disciplina deportiva que consiste en golpear con una porra a un hombre arrodillado, uno sencillamente confirma lo que ya sabíamos, que un hombre con porra es un hombre con porra.
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