'Diagnóstico asesinato', un Blake Edwards menor
En 1972, la carrera de Blake Edwards estaba estancada. Su reciente y lujosa colaboración con la Metro en Dos hombres contra el Oeste -de reciente emisión en TVE-, fue un auténtico fracaso. Diagnóstico: asesinato entró en el capítulo de las operaciones destinadas a recobrar la confianza perdida.En este sentido, el filme -que también produjo la Metro- resultó satisfactorio ya que le ha permitido a Edwards convertir a Bo Derek en sex-symbol, jugar con Julie Andrews y Robert Preston en Victor o Victoria o, aunque con tonos más macabros, ironizar sobre el destino de actrices candorosas, como su esposa, en un filme lleno de referencias personales como SOB, en el que Julie Andrews perdía la vergüenza.
Diagnóstico: asesinato se emite hoy por la primera cadena a las 22
30 horas. Persecución implacable se emite hoy por la primera cadena a las 15.45 horas.
Diagnóstico: asesinato es cine negro de escasa enjundia. Hay una intriga policial relativamente bien resuelta, una intriga que comienza en el momento en que James Coburn, para proteger a un colega, investiga un caso de aborto clandestino que termina con la muerte de la paciente. Para su sorpresa, descubre que la muchacha no estaba embarazada y que, por consiguiente, su muerte no es debida a un problema de negligencia profesional.
Como en todo el cine negro, la progresión de las investigaciones lleva aparejada el iluminar la cara oculta de gente poderosa. Ese lado oscuro nada tiene que ver con la aparente respetabilidad de su vida pública. Naturalmente, la película se ha situado en Boston, en un ambiente puritano y distinguido, en una ciudad que, para los norteamericanos, es sinónimo de clase y elegancia. Si Diagnóstico: asesinato no va más allá de la película bien hecha, se debe a la poca fuerza del guión, no tanto porque esté mal construido como porque parte de premisas falsas.
Tal y como sucede en la práctica totalidad de la serie negra realizada en los años setenta y ochenta, falta una perspectiva moral, una mirada que esté en condiciones de opinar, de situarse al margen y escoger bando por razones éticas o sentimentales. La mayoría de detalles que, en los años cuarenta, pudieron servir para caracterizar la corrupción de los ricos, ahora son patrimonio de toda la sociedad, de manera que ni el alcoholismo ni la drogadicción, ni la homosexualidad u otras formas de manifestación sexual aparecen como sinónimos de pecado y envilecimiento. La corrupción se mide desde parámetros de moral colectiva y no de vida privada.
'Western' inédito
Las razones por las que Hell bent for leather se emite bajo el titulo español de Persecución implacable me son desconocidas. En la documentación a mi alcance este western no consta que se haya estrenado en España. En cualquier caso no es difícil predecir un discreto tono de serie B, común a las películas de Audie Murphy y las dirigidas por Geroge Sherman.
Un artesano cuyo momento de máxima gloria coincidió con el encargo de llevar a buen puerto uno de los episodios de La conquista del Oeste. La prueba de que no se le consideraba imprescindible la tenemos en el hecho que, años más tarde, Sherman apareció por Madrid para dirigir a Marisol en una de sus correrías como ruiseñor huérfano.
El título de Persecución implacable tiene resonancias hitchcockianas, ya que el del falso culpable, el perseguido por equivocación es Audie Murphy, un actor cuya carrera arrancó en los campos de batalla, durante la segunda guerra mundial y al que la industria del espectáculo encasilló en papeles de acción, intentado sacar el máximo provecho al potencial publicitario de las condecoraciones con que Murphy acabó la guerra.
En esta ocasión, quienes le persiguen no son los japoneses, sino un sheriff obcecado y poco escrupuloso interpretado por Stephen McNally.
Compañera de fatigas
Al sheriff llega un momento en que no le importa demasiado si Murphy es o no el temido asesino. Está dispuesto a ejecutarle y cobrar la recompensa pertinente sin molestarse en pensar cuáles pueden ser las consecuencias de dejar en libertad al auténtico criminal.
Compañera de fatigas de Murphy, es Felicia Farr, quien desempeña a la perfección el papel por antonomasia de la mujer en el Oeste: objeto de lujo o rehén. Primero es Murphy quien la utiliza para fugarse, para ser después el sheriff quien la emplee como sabueso y, al final, caer de nuevo en manos del héroe. Es un final feliz, en el que la forzada promiscuidad del principio, se convierte en gozoso reencuentro.
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