Apocalipsis
Cualquiera que frecuente los canales History y National Geographic puede considerarse experto en nazis y tiburones. A veces emiten documentales sobre otras cosas, pero intentan incluir en ellos algún nazi o algún tiburón. Si algún día se descubre que los tiburones simpatizan con el nazismo, o que Hitler adoraba secretamente a los tiburones, ambos canales habrán resuelto su programación para siempre.
A veces, sin embargo, regalan productos de lujo. National Geographic presentó el lunes los dos primeros capítulos de Apocalipsis, una serie de seis horas sobre la Segunda Guerra Mundial. Aunque el tema no sea precisamente nuevo, no creo que este mes pueda verse nada mejor en televisión. Habrá, sin duda, quien prefiera series como 90-60-90, diario secreto de una adolescente (Antena 3), y habrá también, entre los aficionados a la materia, quien se queje de que en Apocalipsis no aparezcan tiburones. De hecho, ni siquiera sale Hitler todo el rato. Pese a ello, es apabullante. El uso de imágenes privadas e inéditas hasta ahora, restauradas y coloreadas, y un guión elemental pero sensato, hacen de esta serie un producto estremecedor y a la vez didáctico.
Por una vez, la guerra más espantosa que ha conocido la humanidad no se presenta como el invento exclusivo de una secta nazi-satánica dirigida por Hitler. Quizá porque National Geographic se emite en gran parte del mundo, se hace un esfuerzo de objetividad. Se subraya, por ejemplo, que los franceses no fueron tan nenazas como se dice, y se indica que el nazismo no habría fascinado de forma tan profunda a los alemanes si al final de la Gran Guerra no hubiera existido el Tratado de Versalles, que humilló innecesariamente a Alemania e hizo muy difícil su viabilidad económica.
Por desgracia, la cuestión de Versalles se queda en simple apunte. Eso, ya sé, es como protestar por la ausencia de tiburones. Pero conviene recordarlo: la Segunda Guerra Mundial fue el resultado de un cóctel de cinismo (británico), resentimiento (francés) y buenismo (estadounidense) combinado dos décadas antes. Cinismo, resentimiento y buenismo: suena actual, ¿no?
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