Aceras
La primera temporada de la serie Boardwalk Empire se cerró con clima frío y violencia sorda. Su segunda temporada ya estaba firmada desde poco después del exitoso estreno en el canal de pago HBO. Nacida de una propuesta a Scorsese del actor inquieto Mark Whalberg y Steve Levinson, productor ejecutivo en En terapia y El séquito, la serie ha disfrutado de un presupuesto elevado que recrea la Atlantic City de los años veinte. Pese a su alta calidad, hay algo que desde los inapropiados títulos de crédito recorre su espina dorsal dejando un regusto a cartón piedra, a forzado. Pero la despiadada recreación de los primeros y salvajes pasos de Al Capone, la atmósfera de puritanismo y corrupción y la hermética personalidad de sus protagonistas dejan bien alta la espera hasta el otoño, en que llegarán nuevos episodios.
El último capítulo se cerraba con la elección presidencial de Warren Harding en 1921. Murió en el poder dos años después, marcado por los escándalos de la banda de Ohio, que le acompañó al poder. La serie presenta abiertamente su elección como un conjunto de aportaciones y corruptelas generalizadas. La distancia permite un retrato sangrante del proceso electoral.
La democracia es un invento frágil, que muchas veces está expuesto al deshonor. No es mal ejercicio mirar la estampa demoledoramente corrupta del poder en los años de la ley seca con ojos de hoy. En el libro de magníficas crónicas latinoamericanas de Alma Guillermoprieto, Desde el país de nunca jamás, hay un cierre tremendo sobre el México actual bajo la ley seca de la droga. Las costosas campañas electorales facilitan el acceso del dinero del narcotráfico hasta las más altas estructuras del poder. Luego enfrentan cualquier desafío legal con toda la fuerza.
La cercanía en tiempo y lugar nos impide ver nuestros propios defectos. Casos como el de los falsos ERE andaluces o el desvío de fondos desde el presupuesto de actos institucionales en Levante y Madrid, señalan las pistas de cómo se genera una red tupida de intercambio de favores. La sociedad acepta y premia electoralmente la corrupción porque esta genera un tejido de intereses compartidos. Solo los mecanismos de detección y extirpación de esas tramas y personas nos protege de esos imperios levantados en las aceras.
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