Willy Deville, músico mestizo y sin ataduras
Mezcló en sus temas desde lo latino al 'r&b' o el 'cajun'
Willy Deville falleció ayer, 7 de agosto, a los 55 años en Nueva York, donde vivía, a causa de un cáncer de páncreas, según anunció la empresa promotora de sus conciertos, Caramba Spectacles.
Corsario y seductor, Deville fue un músico de raza y sin patrones preconcebidos que navegaba en su condición mestiza como un pirata a la deriva en los agitados mares del negocio discográfico. Con una guitarra en la mano, la línea marcada en el ojo, sus anillos y pendientes, el cigarrillo a medio caer y ese bigotillo estiloso y bárbaro, siempre se mantuvo fiel a la aventura musical, que lo llevaba tanto a versionar con toques mariachis el célebre tema de Jimi Hendrix Hey Joe, como a dejarse fascinar musical y vitalmente por todos los puertos que pisaba, fuera Nueva York, Nueva Orleans o su querida París.
Nacido en agosto de 1953 en Stamford (Connecticut) como William Borsay, fue un chaval más que inquieto que a los 14 años ya vivía en un ático neoyorquino cuando en la ciudad hervía en mitad de los años sesenta una espléndida conjunción de sonidos urbanos. Quería parecerse a Little Richard, pero se empapó de la marejada de blues, jazz, pop y folk y hasta fue San Francisco para toparse con la psicodelia.
A mediados de los setenta, formó Mink Deville, uno de los grupos más originales de la escena punk de Nueva York y, junto con los Ramones, tocaba semanalmente en el ya desaparecido CBGB's. Poco después conoció a Jack Nietzsche, reputado productor, con quien grabó su primer disco, Cabretta, que incidía en sus pasiones afroamericanas. Después llegaron álbumes inteligentes y variados, con sonidos dispares como el cajun, el cabaré, el soul o el doo-wop. De entre todos, Le Chat Bleu fue el que le dio el mayor reconocimiento y le hizo coquetear con un cierto éxito.
Altibajos en solitario
En 1985, comenzó una carrera en solitario llena de altibajos. Como un dandy de la música compuso el tema principal de la película La Princesa Prometida. Se adentró aún más en los sonidos latinos mientras forjaba una independencia infranqueable. En España, se le conoció más allá de los circuitos de fans por su versión de Demasiado Corazón. Pero no era un cantante percha para hacer hueco. Era un artista de los pies a la cabeza, que tenía discos maravillosos como Victory Mixture o el más reciente, Pistola, abundante en cadencias del sur norteamericano.
Nunca conquistó un número uno ni alcanzó a ser un superventas, pero en su defensa siempre pudo decir que tampoco fue derrotado, ni siquiera cuando se hundió en el ostracismo del negocio musical en los últimos años de su vida. Era un rollo pirata: en los últimos años componía a su aire. Parecía el hermano pequeño de Keith Richards o el socio de taberna de Tom Waits. Tras cancelar su última gira, sus seguidores empezaron a recaudar fondos por Internet para que pudiera luchar contra el cáncer y una hepatitis C que arrastraba. Algunos querían mandarle mensajes de apoyo, pero Deville no tenía conexión a la red y desconocía el correo electrónico. Su casa se llenó de cartas escritas a mano y miles de rosas.
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