James Moody, maestro de la improvisación jazzística
En 1949 salió de su saxo el notable 'Moody's mood for love'
James Moody, brillante saxofonista alto y tenor y estimable flautista muerto a los 85 años el jueves en San Diego (California), se erigió en inmejorable ejemplo de la capacidad creadora de la improvisación jazzística aquel día de 1949 en el que en Estocolmo (Suecia) convirtió el estándar I'm in the mood for love en otra cosa. Tomando como punto de partida la estructura armónica de Jimmy McHugh, Moody, que se hallaba en la ciudad tras una estancia en París para desintoxicarse de su alcoholismo, se inventó al alto Moody's mood for love, notable éxito del jazz posterior a la II Guerra Mundial y acaso su gran aportación a la música popular del siglo XX.
Con y sin el vocalista Eddie Jefferson, que mutaría la letra de Dorothy Fields sobre el poder mistificador del romance en un memorable, melancólico y también algo irónico ejercicio vocal, la canción acompañó siempre al saxofonista; cuando una bala acabó con la vida del cantante en 1979, James Moody pasó a cantarla él mismo en sus conciertos. Para entonces, no era el único: el tema ha sido profusamente versionado con desiguales resultados por George Benson, Prince Paul o Amy Winehouse, por citar unos pocos ejemplos.
El trompetista de 'bop' Dizzy Gillespie le dio su primer trabajo
Aquel no fue, con todo, el único momento de brillantez de este instrumentista de gran destreza, cuya forma de atacar los solos recordaba en su amplitud y cadencia a un paseo en calesa por la ciudad, la colonial Savannah (Georgia, EE UU), que lo vio nacer. Con el trompetista de bop Dizzy Gillespie, su primer empleador tras una breve estancia en la banda de las fuerzas aéreas estadounidenses, compartía una forma de ver el jazz como un asunto serio en el que el entretenimiento y el humor desempeñaban sus propios papeles.
Tras una década de reiterados problemas con la botella y de ejemplares sesiones como líder, en Prestige Records o Argo, Moody volvió al redil del quinteto de Gillespie entre 1963 y 1968. En los setenta, años poco propicios para jazzmen de los de toda la vida como él, su particular travesía en el desierto resultó literal: trabajó en bandas de Las Vegas para ganarse la vida, en otro ejemplo de su escasamente megalómana manera de ver el mundo.
Su tono, inmediatamente identificable sobre todo al tenor, volvió a registrarse en los discos siempre fiables que el sello Novus le editó desde mediados de los ochenta. Empleó el resto de su vida en lo suyo: grabar discos de hard bop y actuar en locales de Estados Unidos y en festivales de jazz de todo el mundo. Lo último que supimos de él, esta semana, es que su último disco, Moody B-4 (IPO), resultó nominado a los premios Grammy.
Le sobreviven esposa y cuatro hijos.
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