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Los muertos sin nombre

Una prueba de ADN identificará los cuerpos de los represaliados hallados en la fosa de San Xián, en Gondomar

"Esto se alargó demasiado, ¿por qué acá cuando se terminó la dictadura no se hizo esto? Otros países resolvieron enseguida e indemnizaron a las víctimas, nosotros, en cambio, tuvimos que pasar unas dificultades tremendas durante décadas", exclama Eduardo Araújo Losada. Su acento uruguayo, fruto de 50 años de vida emigrante, es tan evidente como su emoción. "Había mucho miedo, tío, y sintiendo miedo no es posible hacer nada. En otros lugares hubo memoria y rabia para hacerlo, por eso la historia de Galicia todavía está por contar", le responde su sobrino Antonio, alcalde de Gondomar por el BNG. Acompañados por Sergio y Álvaro, hermanos de Eduardo, esperan su turno para entrevistarse con el forense que dirigirá el proceso de identificación y el estudio antropológico del cuerpo de Abilio Araújo Barbosa, un jornalero portugués que fue fusilado en 1937. Era su padre.

Uno de los fusilados era el abuelo del actual alcalde del municipio
"Trabajó como una esclava, nunca se quitó el luto y no volvió a salir de casa"

La biblioteca del Instituto de Estudos Miñoranos (IEM) es una sala de reunión esta mañana de sábado. Además de los Araújo, se sientan la hija y el nieto de Manuel Prudencio do Rosario, otro portugués vecino de la parroquia gondomareña de Chaín, y el hijo y el nieto de Joaquín de la Iglesia Portela, un ebanista nacido en San Pedro da Ramallosa y que era miembro de la corporación municipal de Nigrán. Tras la excavación de las dos fosas comunes de San Xián, que efectuaron los arqueólogos del IEM, ahora llega el momento de poner nombre a los cuerpos y de determinar las causas de sus muertes. La memoria de estas tres familias y algunos documentos oficiales condujeron a los historiadores hasta los enterramientos; una vez levantados los cadáveres su aportación continúa siendo decisiva. Su huella genética, a través de una muestra de saliva, es la clave "para que recuperen la dignidad que les robaron", dice Antonio. De los restos encontrados en San Xián, los investigadores sólo han podido reunir información de tres personas. El fallecimiento de las otras dos no consta en ninguna parte, como si nunca hubiesen existido.

El forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia (Imelga), Fernando Serrulla, toma las riendas de este nuevo capítulo en la investigación. Todo el proceso se enmarca en el convenio firmado por el Imelga, el Instituto de Medicina Legal de la Universidade de Santiago y la Consellería de Cultura en noviembre de 2008 con el fin de realizar las exhumaciones de las 26 fosas de la Guerra Civil que están documentadas en Galicia. Serrulla valora la colaboración de la Administración, "novedosa en el Estado", en la fase más costosa del estudio: "Hasta ahora han sido las asociaciones por la memoria histórica quienes han llevado adelante las exhumaciones con más voluntad que medios, lo primero sigue siendo importante pero es imprescindible contar con métodos científicos". La necesidad de ser rigurosos es, según el director del IEM, Carlos Méixome, lo que les ha impedido abrir las fosas con sus propios recursos: "Somos un grupo de estudios local y queríamos hacerlo bien, con toda la seguridad de estar en lo cierto". El IEM acaba de dar por finalizada una segunda excavación en Baiona, ya que en la fosa del cementerio municipal no aparecieron los cuerpos que la memoria familiar siempre ubicó en la zona: siete marineros, un mecánico y un labrador, Os Nove do Val Miñor, fusilados en 1936.

Los descendientes de Abilio siempre supusieron que se encontraba enterrado en una fosa común en San Xián (O Rosal). Álvaro, el mayor de los hermanos, tenía nueve años cuando vinieron a avisar a su padre aquel 10 de febrero. "Él estaba atando viñas; yo, en realidad, jugaba a su lado y le echaba una mano cuando me lo pedía". Con certeza, sólo supo que su padre se fue al Ayuntamiento de Gondomar para cumplir con aquel aviso y ya no volvió más. También tiene grabadas a fuego las palabras que un guardia civil les espetó a su madre, embarazada de siete meses, y a la esposa de Manuel. Los dos hombres, de 36 y 33 años, eran compañeros en el Sindicato de Oficios. A la mañana siguiente, Esperanza y Lucinda se dirigían a los calabozos del ayuntamiento con intención de llevarles el desayuno a sus maridos. "Él les dijo: 'No hace falta que vayáis, que esos dos ya desayunaron. Ellas se echaron a llorar".

Ulpiano, el hijo de Joaquín, contiene los sollozos recordando las penurias infligidas a su hermano mayor en el servicio militar sólo por ser descendiente de un represaliado. Los recuerdos de Angelina sobre su padre, Manuel, se limitan a los comentarios de los vecinos. Dice que está triste y, al mismo tiempo, "aliviada" porque ella nunca supo dónde habían enterrado a su padre. "Yo tenía meses cuando murió y mi madre nunca comentó lo sucedido: trabajó como una esclava, nunca se quitó el luto y jamás volvió a salir de casa".

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