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Columna
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Estupefactos, entristecidos y enfadados

Érase que se era una ciudad llamada A Coruña y que se quería mucho a sí misma. Los demás habitantes de las otras ciudades y de todo el reino gallego también veían en ella valores singulares como el tono alegre y democrático de su vida ciudadana. Tanto era así que pensaban que A Coruña podría ser el faro de una Galicia democrática y alegre pues, recuperada la autonomía que se le había prohibido al país tras un lejano golpe de estado, fueron los coruñeses y, hala, escogieron un alcalde galleguista.

Pero como los seres humanos son caprichosos y volubles, aparecieron otros alcaldes, uno amenazó con organizar una caravana de autobuses con ciudadanos con las vejigas llenas, aguantando las ganas para al llegar inundar una ciudad vecina. Vino otro, y quería expandir la sarna entre los demás vecinos del reino (niños y niñas, no os riáis, que los cuentos encierran muchas verdades. Pero prosigamos).

Ninguna de las dos ciudades es capaz ya de tirar del carro del país

Había una vez otra ciudad, llamada Vigo, que era alegre y rebelde, muy trabajadora, y también muy farruca y muy broncas (ya sabéis lo que eso significa, ¿no? Que eran un poco expresivos de más). Los demás habitantes de las otras ciudades y de todo el reino gallego veían en ella valores singulares, como la combatividad de la izquierda obrera, el valor de su lucha social. Tanto era así que pensaban que Vigo podría ser el faro de una Galicia industrial, progresista y moderna.

Pero como los seres humanos son contradictorios y limitados aunque no lo sepan, la ciudad resultó prácticamente ingobernable por los propios vigueses, no había alcalde que durase, entre conflictos continuos que eran conducidos de forma exagerada. En la ciudad del cuento se llegó hasta el extremo de que los propios bomberos municipales se rebelaron y secuestraron al alcalde (niños y niñas, no os riáis, que los cuentos encierran muchas verdades).

Y al final del cuento, los demás habitantes de las otras ciudades y de todo aquel reino gallego contemplaron estupefactos, entristecidos y enfadados cómo las dos ciudades acabaron a palos porque no eran felices, y disputaron sin acuerdo por las perdices (y acaba el cuento. Pero ahora permitidme que me dirija a los mayores).

El espectáculo que han dado, dan y aún darán las dos mayores ciudades gallegas ya no tiene vuelta atrás. La vergonzosa disputa con motivo de la fusión de las cajas de ahorro gallegas es un episodio que nos debe hacer reflexionar a todos y que tendrá consecuencias futuras.

Habrá que tener en cuenta la actuación de esos dos localismos a la hora de imaginar a Galicia y su futuro. Es cierto que esos dos localismos, que tienen todas las características que se les critican habitualmente a los nacionalismos xenófobos, se han mostrado más desatados que nunca. Ambos alcaldes y quienes los apoyan no aceptan el fuero común del reino y se sitúan fuera, están desaforados. Ese descontrol político, entre otras cosas, refleja la debilidad en Galicia del partido al que pertenecen ambos alcaldes, pero también la inestabilidad de la política gallega y el frágil equilibrio, y la debilidad de la actual Presidencia de la Xunta.

Pero la conciencia localista es un proceso profundo que tiene raíces históricas, hondo arraigo en ambas ciudades, y que se expresó y expresa continuamente, sea a través de un Paco Vázquez o de un Leri.

Ninguna de las dos ciudades ha ayudado a construir estas décadas pasadas la nueva Galicia de la democracia, de la autonomía (es justo reconocer que a Vigo se le han negado medios que necesitaba), ninguna de las dos es capaz ya de tirar del carro del país. Un país, para existir necesita, además de instituciones de gobierno propias, élites que se responsabilicen del país. Eso es lo que Galicia no tiene.

Sin embargo, en esas dos ciudades se han creado grupos de presión propios, en el caso coruñés más organizados y trabados que en el otro. Existe un coruñesismo y un viguismo que actúan, pero no existen grupos de presión gallegos, no existe un galleguismo cívico. Los vecinos de esas ciudades que no comparten esa carrera localista y la ciudadanía de las demás ciudades, villas y aldeas del país deberán plantearse el daño que les hacen esos localismos tan egoístas y tan faltos de razón. ¿O acaso el ahorro que manejan esas dos entidades es únicamente el de los vecinos de esas dos ciudades? ¿Acaso no se hicieron absorbiendo las cajas de las demás?

La única Galicia posible se construirá sobre las ruinas de esos dos tristes localismos o no existirá.

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