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Reportaje:

La última partida en la 'catedral'

El Ayuntamiento cierra hoy el Trinquet de Pelayo tras ocho años de denuncias por ruido

Todo respira autenticidad en el Trinquet de Pelayo. El público fumando, el olor a sudor, los boletos de las apuestas, el calor bajo el pvc y los gritos, siempre en valencià, de jugadores y aficionados. El ambiente es invariable desde hace siglos. Parece que variar algo enterraría los rituales del recinto. Sin embargo, la vida cotidiana de los vecinos del "patio" es "insoportable" por el ruido. Hoy se juega la última partida de la "catedral" de la pilota, hasta que la empresa lo insonorice. Ya han dicho que es demasiado caro.

Regina sujeta a Natalia, su hija de siete semanas en brazos. Vive en un segundo piso en la calle del Convento de Jerusalén, uno de los edificios que rodea al escondido estadio de pilota, en pleno centro de Valencia. "Las habitaciones dan al trinquete y es imposible dormir", explica Regina forzando la voz. El murmullo del juego se presume desde la terraza de la casa, separada por cinco escasos metros de una de las paredes del estadio.

Por fuera, el aspecto de la instalación es de deterioro total. El ladrillo se sostiene gracias a las vigas de metal oxidado por la humedad de la ciudad y el paso del tiempo. El templo de la pelota, como le llaman sus aficionados, está repleto de parches de plásticos. "Los pusieron hace tres meses, cuando vieron que los vecinos estábamos dispuestos a denunciar, pero no sirven de nada", lamenta Regina. Desde su terraza, podía observar al público de los escalones, pero también ser observada. "Ahora tenemos un poco de intimidad", añade.

Los vecinos llevan ocho años pidiendo sin éxito al Ayuntamiento una mediación eficaz entre tradición y ocio contra el descanso vecinal. La historia se repite. Valencia y sus costumbres ruidosas, en muchos casos excesivas, chocan con la vida de los que no participan en las tradiciones. Y el vacío legal es evidente, con la ordenanza del ruido aún sin aprobarse de manera definitiva.

El golpeo en la pared, las zapatillas chirriando y el eco de los aplausos superan en 10 decibélios lo permitido para un "patio entre manzanas", según la resolución de cierre que otorga el descanso a los vecinos y deja a los fieles sin santuario.

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