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No le salió el gesto, señor Rajoy

Este cronista, asistió a los afanados ensayos de su vecino y funcionario jubilado, delante del espejo del armario ropero, donde estuvo, durante unas horas perdiendo el tiempo. Primero, apretó las mandíbulas e hinchó el pecho; luego, miró un gaitero de porcelana, en el que había depositado, según le confesó, el papel de la unidad de destino en lo universal, aunque nunca supo qué significaba tan volandera retórica, levantó las cejas, trató de sonreír, se cuadró, con el pescuezo estirado y la cabeza alta; y así estuvo contemplando su propia imagen, hasta que se desplomó en el sillón frente al que ocupaba el cronista, agotado por el curioso ejercicio y con la moral por los suelos. Apuró un sorbo de café ya frío, y murmuró: Usted es testigo de que lo he intentado, una y otra vez, y nada, no me sale.

Y es que al señor Rajoy, cuando le da la ventolera, pide unas cosas que no vea, qué caprichos tiene el buen hombre. Aun así, he tratado de hacer un gesto de orgullo, y me ocurre lo mismito que a él: que el gesto se nos resuelve en una mueca entre patética o grotesca, ¿no le parece a usted?. Con el dichoso lumbago no estoy para garambainas de tal crianza, por muy 12 de octubre que sea, qué quiere. Además, a mí todo eso del día de la raza o de la hispanidad o de lo que toque, pues mire, para echar unas partidas de dominó, y si se tercia, a la caída de la tarde, llevar a la parienta de escaparates, a que se desahogue, como se desahoga el señor Mariano Rajoy con sus vídeos, sus manías y sus proclamas.

El cronista se dijo que su vecino, el funcionario jubilado, estaba ventilando, con la mayor sencillez, no sólo la estrategia o la estratagema de la descalificación mecánica, por parte de una derecha, que cuando se extrema, se estrella, sino la desmedida ambición del líder del PP que lo despotricaba, hasta el punto de pedirle a todos los españoles que le mostrasen lo que guardan en su corazón, o sea, que fueran a hacerse un ecocardiograma, cuando esos mismos españoles que dice, le piden que se deje ya de imprecaciones, crispaciones y catastrofismos, y haga, si sabe y lo dejan, una política juiciosa y de interés general.

Derrotado ostensiblemente en una guerra de símbolos que declaró de manera unilateral y desafortunada, y presuntamente usurpando funciones que no le competen, el futuro de Mariano Rajoy es hoy más turbio que ayer, pero menos que mañana.

El vecino, funcionario jubilado, del cronista cuestionó también una fecha que entendía para los juegos de mesa con los amigos y el paseo familiar, y que la diputada de Esquerra Unida, Marina Albiol, ha definido, con buen tino, de festividad señera del nacionalcatolicismo, preconstitucional, belicista y enaltecedora de la rapiña y las correrías colonialistas, en tierras americanas. Todo esto, que enfebrece a Rajoy, lo inventó Federico García Sanchís con el verbo españolear, que según la Real Academia de la Lengua es "hacer propaganda exagerada de España".

Claro que Federico García Sanchís no era más que un charlista, mientras que Rajoy es todo un charlatán.

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