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El bloqueo de la política valenciana

El PP ha ganado durante 15 años todas las elecciones celebradas en la Comunidad Valenciana y gobierna con mayoría absoluta la Generalitat, las Diputaciones y una gran parte de los Ayuntamientos, incluidos los de las capitales. O sea: una fuerte mayoría social confía en su proyecto. Eso solo puede deberse a la conjunción de dos factores: ha hecho cosas positivas para sus intereses y la oposición lo ha hecho muy mal. El PP ha construido su poder sobre tres ejes: a) Una economía fulgurante que tiene como principal virtud ser reconocida y apreciada como propia por buena parte de votantes. Se sustenta sobre la especulación urbanística, el turismo de masas y los grandes eventos. b) Un sentido de la identidad colectiva que aúna un regionalismo del agravio, dispuesto a lanzarse contra el Gobierno de Zapatero, con un españolismo desprejuiciado; y, a la vez, redefine esa identidad absorbiendo una cultura tradicional y proyectando una hipermodernidad gestual. c) Una democracia institucional de pésima calidad, en la que la transparencia y los momentos deliberativos se sustituyen por la opacidad, el clientelismo, las tendencias autoritarias y la democracia plebiscitaria, en la que los votos otorgan cheques en blanco. Frente a ello la izquierda ha sido débil y confusa, y muy especialmente el PSOE, eternamente dividido en incomprensibles luchas internas, aislado de la sociedad civil y, sobre todo, incapaz de ofrecer alternativas mínimamente visibles y creíbles al modelo hegemónico conservador. La tendencia en la ciudadanía es recurrir a la famosa frase: "todos son iguales", lo que beneficia al PP y es venenoso para la izquierda.

El Consell está paralizado y acorralado por la vergüenza colectiva provocada por el Gürtel

Y en eso llegó la crisis económica y el caso Gürtel. El modelo de prosperidad del PP se ha desvanecido y solo el turismo aguanta. La Comunidad se hunde en todos los indicadores económicos y el paro impera con más fuerza que en otros lugares. El PP, ante ello, solo es capaz de esbozar un discurso de continuidad: esto pasará y, al día siguiente, volveremos a ser líderes en construcción y en gloriosos festejos. Nada apunta a una diversificación de las fuentes de riqueza o a una mejora de los servicios públicos que atempere los daños sufridos por los débiles. Y, sobre todo, el Consell está paralizado y acorralado por la vergüenza colectiva provocada por el Gürtel. Pero este caso no es la causa del enorme trance para la democracia valenciana, sino la consecuencia de lustros de prácticas perversas, en especial la especulación urbanística, los diversos clientelismos y la ausencia de control eficaz de las instituciones ejecutivas. Gürtel debe ser solo una de las variadas redes corruptas que, con mayor o menor intensidad, atraviesan la política y la economía valenciana en sus diversos niveles. Nadie con dos dedos de frente podía ignorar esto. Por ejemplo: en el sumario Gürtel aparecen cinco empresarios de la construcción...; si hace, digamos, tres años, se hubiera preguntado a cualquier valenciano mínimamente informado por cinco empresarios que, hipotéticamente, hubieran aparecido en un sumario judicial por financiación ilegal del PP, estos cinco hubieran estado en todas las quinielas.

Los ciudadanos, en las encuestas, reconocen que el PP es un partido herido por la corrupción y que Camps ha mentido reiteradamente. Y, sin embargo, le vuelven a otorgar mayoría absoluta. Preguntarse por las causas de esta aparente sinrazón es urgente porque, en definitiva, muestran una dinámica política marcada por el bloqueo. Es difícil desgranar en un artículo periodístico las razones de esto, pero, de nuevo, podemos apuntar a las debilidades de la oposición para construir un discurso potente, identificable y generoso, que marque distancia y atraiga votos. Probablemente muchos electores del PP dejarán de serlo: pero, hoy por hoy, no hay transferencia de votos al PSOE. Este partido, tras algunos titubeos iniciales, ha mantenido una posición digna y contundente -al menos en las Cortes- contra las implicaciones del PP en el caso Gürtel, pero será difícil que sólo con eso pueda conquistar la mayoría necesaria. Las formaciones a su izquierda -EU y Compromís- acudirán a las elecciones por separado, haciendo difícil que superen la barrera electoral del 5%, en otra muestra de la incapacidad de la izquierda valenciana de poner los intereses colectivos por delante de las viejas ofensas personales. Pero, insisto, la responsabilidad esencial recae en un PSOE que, salvo casos excepcionales, se recrea en una mediocridad inapropiada y es incapaz de mostrarse como una alternativa posible.

Porque, en definitiva, los ciudadanos no van a votar solo pensando en la corrupción, y más cuando ésta se ha capilarizado, hasta ser vista con una cierta normalidad por segmentos de la población, lo que favorece un voto inicial favorable al PP. La incidencia de lo que suceda con la crisis será determinante y, en esto, la ciudadanía tiende más a mirar a Madrid que al Palau de la Generalitat. Hace unos días el secretario general del PSPV-PSOE presentó, ante empresarios, sindicatos y economistas, su plan contra la crisis. No lo conozco, pero he leído las buenas intenciones. Al día siguiente Zapatero renunciaba a cualquier discurso socialdemócrata y aplicaba un plan de recortes sociales que, seguro, anulará la credibilidad del proyecto de sus correligionarios valencianos.

El escenario, por lo tanto, es sombrío. Está más abierto que hace unos meses y los ciudadanos ya no pueden mirar para otro lado cuando se habla de corrupción y malas prácticas. Pero si políticos identificados por la población como corruptos y falsarios -con independencia de la posible consecuencia judicial de sus actos- vuelven a vencer, ¿qué dimensión ética, que fundamento moral tendrá nuestra democracia? El día después seguirá el bloqueo, la crisis no tendrá eficaces enemigos en tierras valencianas y la solidaridad será una palabra hueca. Decía Joan Fuster que el inocente lo era porque no lo sabía. Pero las tierras valencianas se han llenado de presuntos inocentes, con tanta fe en su inocencia, que dan miedo. Y de ingenuos tan ajenos a la realidad que no incitan al respeto ni al voto ilusionado.

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Manuel Alcaraz Ramos es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Alicante y autor del libro De l'èxit a la crisi (Publicaciones de la Universitat de València).

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