Payasada institucional
No nos fijemos sólo en Ibarretxe y su testaruda determinación de convocar a los vascos a un referéndum. Hace tiempo que la cohesión y la viabilidad de la España autonómica no las sacuden exclusivamente ciertas versiones mesiánicas del nacionalismo periférico. El más español de los partidos actúa con la misma irresponsabilidad. O aún peor, porque su discurso exacerbado ni siquiera se justifica en la convicción sino en la mera oportunidad. Sin ir más lejos, el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, aventuró el jueves durante unas horas la posibilidad de llevar a los valencianos a un referéndum para reformar el nuevo Estatuto de Autonomía con la pretensión de incluir la cláusula de financiación de Andalucía, contra la que paradójicamente cosechó en su día un sonrojante varapalo del Tribunal Constitucional. Era un farol escenificado, ante el estupor ciudadano, en sede parlamentaria y secundado con entusiasmo por el portavoz del PP, Esteban González Pons, y el vicepresidente del Consell Vicente Rambla.
Les dio pie, desde luego, el socialista Joan Ignasi Pla, un político empeñado en consumir los últimos rescoldos de un liderazgo que se quemó en las urnas. Pero su torpeza no debió servir para convertir en un circo el hemiciclo de las Cortes, donde Pompoff y Teddy rivalizaron de repente por ver quién tiene la osadía más larga y el genio más corto en la política valenciana actual. No sé muy bien qué podía buscar en la refriega el PSPV, fugazmente reconfortado de su afligimiento por el proyecto de presupuestos del Estado para 2008. Está claro, sin embargo, que los populares perseguían un golpe de efecto para desactivar la evidencia de que el presidente Rodríguez Zapatero no ha marginado, sino todo lo contrario, a la sociedad valenciana en las inversiones públicas, y rearmar de paso el victimismo apocalíptico que ejercen frente al Gobierno central.
Hay dos diferencias cruciales entre la actitud de queja sistemática de cualquier nacionalismo periférico y la demagogia agraviada que practica el PP campista. La primera reside en que los nacionalistas eventualmente alcanzan con Gobiernos centrales de uno u otro color pactos que a los populares les resultan inaceptables mientras no manden los suyos en Madrid. La segunda es que a los primeros les importan de verdad unas reivindicaciones que para los segundos, como se demostró en Valencia la semana pasada, sólo son municiones de grueso calibre en la fiera batalla por el poder.
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