Culpables
Encontraban siempre a los culpables de las desgracias y calamidades sociales que ocurrían: los judíos. La animadversión hacia ellos se manifestaba periódicamente mediante masacres y saqueos en las juderías del llamado Occidente cristiano. El antisemitismo era generalizado y sólo hubo dignas excepciones. Entre las mismas siempre se destaca la de los reyes polacos del siglo XIV, cuando La Peste Negra asolaba las ciudades europeas y la intolerancia señalaba a los hijos de Abraham como causantes de la misma. Casimiro el Grande acogió a los perseguidos en su hospitalario reino, y esa es la razón de que en Polonia viviese la mayor comunidad judía del mundo hasta que la irracionalidad hitleriana inventó los campos de exterminio. Pero vista la excepcionalidad del caso polaco, lo históricamente verídico era buscar al culpable y tropezar con el vecino judío. Al menos en la Edad Media.
En el siglo XXI, después centurias de racionalismo y luces y tolerancia, cabría pensar, ante cualquier calamidad social, en buscar las causas de la misma utilizando las categorías de la razón, y no el oscurantismo medieval. Así sucede, por ejemplo, en todo lo referente al Sida, y la prevención del póntelo y demás habrá evitado muchas lágrimas, aunque el final de la enfermedad contagiosa no haya llegado. En otras ocasiones y ante otras calamidades sociales, la racionalidad brilla por su ausencia, cuando su presencia se hace absolutamente necesaria. Digamos, vecinos, que hablamos de la crisis o desaguisado económico que vivimos y que miles de ciudadanos sienten con virulencia en sus propias carnes. Ante la desgracia social, que lo es sin duda, algunos se empeñan como hace muchos siglos en buscar al culpable, y como hace muchos siglos lo encuentran. No al judío como otrora, sino a Zapatero como principio y fin de la iniquidad social.
La maldad y culpa de las desventuras económicas no hay que buscarlas en bajos intereses con la introducción del euro, préstamos baratos que hicieron sentirse a no pocos como ricos del planeta; no hay que buscarlas en gastar más de cuanto se ingresa y generar con ello déficits intolerables en el ámbito privado y en las administraciones públicas; no hay que buscarlas en los graves desajustes económicos y el despilfarro en el gobierno central y mucho mayores quizás en los gobiernos autonómicos, sobre todo el valenciano, sin olvidar, ni por asomo, los gobiernos municipales. Al parecer la especulación, el ladrillo y la corrupción de una parte nada desdeñable de nuestra clase política, antes o después de que saliese Aznar del gobierno, nada tienen que ver con la crisis. De la crisis, y su maldad social, no son culpables algunas entidades financieras ahora cargadas de problemas y que, como las cajas, mediatizadas por los partidos, no aciertan a fundirse para superar la mala racha. "Zapatero, es el culpable de nuestros males y le podemos dar una patada en el trasero". Dice la alcaldesa de Alicante. Y ni Camps ni Rajoy le indican que ya no estamos en la Edad Media.
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