El sueño americano de Marcos Rodríguez, fundador, presidente y CEO de la millonaria Palladium Equity Partners
Tiene el orgullo de ser latino intacto. Sigue sintiéndose un refugiado político cubano, a pesar de ser un estadounidense rico, porque salir de La Habana, asegura, le ha marcado toda la vida

Fidel Castro presumía y alardeaba de ese futuro en el que la historia le absolvería. Esa historia que muchos dictadores construyen en medio de la más absoluta negación de la realidad y una suerte de psicopatía, mal detectada en su momento y demasiado tarde lamentada. Ese pasado es hoy, en Nueva York, en el hotel de las películas, con todos los despliegues navideños y el salón de té a reventar. Resulta demasiado paradójico hablar de la redención que esperaba “el comandante” y que sí llegó para Marcos Rodríguez (Cuba, 1962), en medio del corazón capitalista de la Quinta Avenida.
Desde el histórico y emblemático Plaza Hotel de Manhattan, Rodríguez repasa una vida que de cierto modo comenzó aquí. Fue en este hotel de lujo donde su familia, exiliada de Cuba, encontró una segunda oportunidad después de abandonar la isla en los sesenta. Su padre trabajó como camarero durante más de 30 años en el edificio para sacar adelante una familia que lo perdió todo en la Cuba de Castro. Casi seis décadas después de migrar a Estados Unidos, Rodríguez es hoy el presidente y CEO de Palladium Equity Partners, una millonaria empresa de capital privado que ha estado invirtiendo en el mercado hispano de Estados Unidos desde su fundación en 1997.
Con la voz entrecortada, Rodríguez reconoce lo que es ser inmigrante en Estados Unidos: “Me hice ciudadano a los 18 años, el mismo día que mi padre. Y aunque Estados Unidos es nuestro hogar, la mentalidad de refugiado fue para mí un beneficio, no un peso. Me dio motivación, disciplina, y un sentido profundo de responsabilidad. Mis hijos no tuvieron la misma experiencia, pero han escuchado nuestra historia. Uno de ellos, incluso, es abogado de inmigración”, cuenta el ejecutivo. “Hoy, en casa, seguimos teniendo esa mentalidad: nos esforzamos, trabajamos juntos y cuidamos a la familia. Mi papá tiene 90 años y cinco veces por semana, cenamos con él. Eso es lo que se merece: esfuerzo, unión y gratitud”.
Rodríguez es bisnieto de españoles, que llegaron a Cuba y empezaron a plantar caña de azúcar. Más tarde compraron varios terrenos y, con los años, se convirtieron en una familia de clase media, acomodada, algo que no les duró en la isla. “Cuando mi padre tenía más o menos 17 años, mi abuelo y mis tíos tenían, entre todos, propiedades y terrenos más o menos del tamaño de Manhattan en la provincia de Oriente. Mi padre estudió finanzas y mi madre era doctora de farmacia, también por la Universidad de La Habana. Y llegó Castro, su revolución marxista, y nos lo expropiaron todo: poder trabajar, todas las tierras y demasiada dignidad. Yo tenía 5 años y todavía me acuerdo del viaje de La Habana, a Madrid y de ahí, a Estados Unidos.”

Así fue como la familia Rodríguez se instaló en Nueva York, en el barrio de Queens, en una realidad que nada tenía que ver con lo que un día tuvieron, pero sin tiempo ni dinero para lamentarse. “Mi padre llegó a este país con 34 años, delgado, con lo puesto, con mi madre, mis hermanas y yo. Tuvo que empezar de cero. Mi madre también, que tuvo que ocuparse siempre de la casa. En Cuba habían sido importantes, lo tenía todo, pero aquí llegaron con nada y como decimos nosotros, comiendo cable”, recuerda.
Al llegar a Nueva York, su padre entró “enseguida” en el Plaza Hotel y ahí se quedó más de tres décadas. “Siempre estaba contento: llegaba a casa con alegría. No todos los refugiados tuvieron la misma suerte o actitud. Y, aun así, nunca mostró resentimiento. Muchos cubanos que habían sido abogados en Cuba no pudieron ejercer aquí; quienes tenían negocios allá, aquí no tenían plata ni para empezar. Muchos doctores tampoco pudieron volver a ser doctores y como ellos, cientos de miles de exiliados. Eso generó rencor en muchos, pero mi papá, nunca lo tuvo”.
Los “gusanos”
Cuando comenzó la emigración masiva de Cuba hacia Estados Unidos, especialmente después de 1961, todos los que solicitaban la salida del país, o vendían sus bienes para intentarlo, fueron públicamente humillados e incluso en algunos barrios, se organizaban actos de repudio contra las familias que se marchaban. Eran los “gusanos” y “parásitos” que justificaban toda la represión. “En mi infancia y adolescencia, aquí, en Nueva York, las noticias de Cuba eran parte del día a día. Allí éramos los gusanos y aquí, no teníamos nada. La política cubana no era algo que leyéramos: era algo que vivíamos”, asegura Rodríguez.
“Ser hijo de un refugiado lo hacía muy real y esa mentalidad se queda para siempre. Salimos del país donde nacimos, donde están enterrados mis abuelos y bisabuelos, y no hemos podido volver. Mejor dicho, no he querido. Una vez, pensé en ir, se lo dije a mi padre, pero con solo mencionarlo, se puso a llorar. Ahí decidí que podía viajar a cualquier parte del mundo, menos a Cuba”, sostiene.

En EE UU, Rodríguez consiguió enlazar becas de estudios desde el elitista colegio St. Regis, a la Universidad de Columbia, donde estudió ingeniería mecánica. Cursó una Maestría en Administración de Empresas en el Wharton School que pagó mientras trabajaba y un Máster en Estudios Internacionales por la Universidad de Pennsylvania. “Mi vena emprendedora empezó pronto. Cuando llegamos a este país el primer triunfo fue aprender inglés. Luego ser el mejor de la clase. Luego entrar a la secundaria, y después a la universidad. Trabajé duro, tuve becas, y comencé como ingeniero en una empresa pequeña. Después me ficharon en General Electric y más tarde, empecé en Wall Street y ahí, me di cuenta muy pronto de que ser emprendedor, es arriesgar cada día”.
Después de pasar por General Electric, donde trabajó en operaciones en Estados Unidos, México y Francia, en 1997 fundó Palladium Equity Partners y desde entonces es presidente y CEO de la firma.
“Creo que es más fácil emprender desde cero que transformar un negocio de 100 años. Muchos emprendedores fracasan muchas veces antes de tener éxito. Esa es la teoría de Schumpeter: que la destrucción creativa lleva a la innovación. Y esa mentalidad la tuve porque mis padres empezaron de cero”, explica. “Cuando emprendí, mis hijos estaban en la escuela pública y no teníamos suficiente dinero; aun así, decidí arriesgar dos años de salario para intentarlo”.
En la actualidad, Palladium consolida más de 240 compañías en 41 plataformas, en las que gestiona cerca de 3.700 millones de dólares en activos y cuenta con cerca de 19.000 empleados. Y desde sus inicios, la firma ha tenido como norte la comunidad hispana en Estados Unidos. “La mayoría de nuestras empresas están orientadas al mercado latino: alimentación, seguros, distribución, productos que consumen nuestras comunidades. No hemos visto al consumidor latino retroceder. Si sube el precio de la carne de res, compran pollo o cerdo, pero sigue adelante”, apunta el CEO.
Si se le pregunta sobre la tan manida polarización en Estados Unidos y las políticas del actual presidente del país, Donald Trump, que han acorralado a la comunidad latina y a los migrantes, con redadas, detenciones y deportaciones masivas, interrumpe para opinar: “Para mí es una exageración de los dos lados, de los dos partidos, para asustar a la gente y que se quede paralizada”. Reconoce que “hay problemas e injusticias” y que “la vida no es fácil ni justa”, pero subraya: “Estados Unidos sigue siendo el país de las oportunidades, si tienes buen corazón y trabajas duro. Al final, hay algo muy claro, y como decimos los cubanos, si quieres comer rallado, tienes que dar cepillo”.
Mientras terminamos esta charla, en el hotel habla con un camarero y con otro, y se presenta como el hijo de Rodríguez, que sirvió platos y puso la mesa a todos los presidentes de este país, desde Richard Nixon a Trump. Aunque él siempre ha preferido mantener un perfil bajo: “Muchos me preguntan por qué huyo de la fama. No lo necesito ni yo ni mi ego. No me motiva”.
“Gracias a Dios, mi apellido es común: Rodríguez. Nadie se fija. Y eso es lo que quiero que vean mis hijos. A un hombre que ayudó a los suyos y que pudo mejorar su comunidad. Alguien que, a través de su dinero, pudo hacer muchas cosas como cuidar a quienes no pueden cuidarse solos. A los más pobres. Y eso intento hacer cada día: empezar en casa, seguir con mi comunidad y siempre, agradecer el sacrificio de mis padres”, afirma.
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