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“Nos estamos muriendo”: Cuba se hunde en una gran crisis sanitaria entre falta de medicinas y diagnósticos falsos

Los hospitales están colapsados y los fallecidos aumentan por día. Cuba atraviesa una crisis sanitaria de “arbovirosis combinada” que incluye dengue, chikungunya, oropouche y otros virus respiratorios

Carla Gloria Colomé

Mercedes Interian no podría sostener un vaso de agua porque se le caería al suelo, como si cargara plomo entre las manos. Ya pasaron la fiebre y los vómitos, ya se esfumaron las diarreas y los dolores de cabeza. Ahora, que parece que no se va a morir, lo que más teme Mercedes es a quedar encorvada. Ella, una mulata presumida y fuerte de 57 años, que ahora no da un paso si no se apoya de un palo de escoba. “Somos un pueblo jorobado, buscando qué comer”, dice entrecortando la voz por la falta de aire y los dolores, tirada en el sofá de su casa en El Cerro, en La Habana. “Aquí nadie está derecho, esto te entumece los dedos, los tobillos, las rodillas… Somos un ejército de zombies”.

Cuba es hoy un país de enfermos que no saben exactamente qué es lo que padecen. De gente contagiada por “el virus”, ese fantasma siniestro que recorre toda la isla y que ha dejado a sus habitantes como una tropa diezmada por la enfermedad. Primero llegan las altas fiebres, a algunos se les colorea de pintas rojas la piel, a otros se les descama. Vienen los vómitos, las diarreas y la cefalea. Después se hinchan las manos y rodillas. Apenas pueden apoyar la planta de los pies y hay quien no ha vuelto a caminar más. Si alguien cojea, lo más seguro es que tuvo el virus. Si arrastra las piernas, tuvo el virus. Si se queja de las articulaciones, se enfermó también. Amanece y en los barrios cubanos, según cuentan, sólo se oye decir: “Me duele aquí, me duele allá, hoy estoy un poco mejor, o no pude levantarme de la cama. Así están todos los vecinos, es lo que repiten diariamente”, asegura Maidelys Solano, de 38 años, quien pasó el virus en su casa de Bayamo, donde también se contagiaron sus dos hijos, su padre y los sobrinos.

Difícilmente una familia en Cuba escape de no haber tenido en casa un enfermo a causa de la crisis epidemiológica en la que está hundido el país. Se trata de la combinación de varios virus transmitidos por mosquitos, un modelo de “arbovirosis combinada” que incluye dengue, chikungunya y oropouche, a lo que se suman otros virus respiratorios como la influenza H1N, el virus sincitial respiratorio, y la covid-19. De acuerdo con las cifras publicadas por el Ministerio de Salud Pública (MINSAP), en la última semana se reportaron 5,717 nuevos casos de chikungunya, lo cual eleva a 38,938 los pacientes con este virus. Del dengue comunicaron que se mantiene activo en las 14 provincias y 113 municipios del país.

Pero lo que resulta alarmante fue la cifra de 33 muertos que, a inicios de semana, el Gobierno se vio obligado a reconocer, entre ellos 21 menores de edad, la población más afectada por estas arbovirosis junto a los adultos mayores. “Hay muchos niños de un mes de nacidos que han muerto, también de entre 2 y 4 años, además de muchos jóvenes, porque el vómito y las diarreas los deshidratan, llegan al hospital ya colapsados”, aseguró a El PAÍS en condición de anonimato una trabajadora del Instituto de Hematología e Inmunología de El Vedado.

La oficialidad cubana, que se resiste siempre a reconocer cualquier catástrofe, se había negado a aceptar que se tratara de una debacle sanitaria, insistiendo en que eran enfermedades comunes para los isleños, acostumbrados al calor del verano y a los aguaceros torrenciales del trópico. “Ni son nuevas, ni son raras, ni son desconocidas”, dijo en octubre el ministro del MINSAP, José Ángel Portal Miranda. Luego trató de despejar cualquier rumor, ante las innumerables denuncias de personas fallecidas: “Nadie puede esconder una epidemia ni los muertos”, sostuvo.

Para ese entonces, en la provincia de Matanzas la gente se quejaba de los altos contagios y de no saber exactamente cuál era esa enfermedad “rara” que tenían. Aunque hoy, con los hospitales y las morgues desbordadas, se les complica maquillar la evidencia, los cubanos aseguran que en realidad los decesos y pacientes enfermos son muchos más que los que el Estado admite públicamente.

La manera que se ha agenciado el Gobierno para disfrazar las cifras es emitiendo actas de defunción que no ignoran las muertes por arbovirosis. “Los médicos ponen que fallecieron de un infarto, cualquier cosa menos del virus”, asegura la trabajadora del Instituto de Hematología e Inmunología. Solano, en cuyo barrio al oriente del país han muerto varias personas en las últimas semanas, dice que en los centros médicos lo justifican con otros padecimientos de base como la diabetes, la neumonía o la hipertensión. “Pero en mi localidad sí hay varias personas que han fallecido por paros respiratorios o por deshidratación”, sostiene.

El 18 de octubre, la madre de 81 años de Alexander Hernández se comenzó a sentir mal y se fue a la cama a descansar. Se veía muy mal, estaba completamente jorobada. La llevaron al hospital y, por su estado físico, el médico dedujo que se trataba de chikungunya. A la semana se descompensó su diabetes, la presión arterial y tenía taquicardias. “La llevamos dos veces al médico, la miraron y solo se limitaron a controlar los signos vitales”, cuenta el hijo. Unos días después, los médicos le dijeron que todo estaba bajo control, que podía regresar a casa. El pasado 5 de noviembre falleció. Hernández pidió que le hicieran una autopsia, pero la doctora se resistió. “Dijo que no, y tampoco insistí porque no había transporte, prácticamente me convenció de que era por gusto”. El acta de defunción de su madre dice que perdió la vida por muerte natural.

Sin medicamentos ni comida

Al Gobierno cubano no le ha quedado otra opción que reconocer la “situación epidemiológica nacional” que tiene a los cubanos en vilo. El panorama es tan crítico que algunos han apelado a la comunidad internacional para que no deje que el barco epidémico en que se ha convertido el país se hunda con sus millones de habitantes dentro. Aunque los funcionarios que aparecen en la televisión se han encargado de restarle importancia al asunto, insistiendo en que no es un brote exclusivo de Cuba, sino que ha atacado con fuerza a países como Brasil o Colombia, lo cierto es que la crisis sistémica en la que sobreviven los cubanos empeora el manejo de la enfermedad.

Mercedes Interian asegura que ha tenido que automedicarse con plantas medicinales, a causa de la ausencia de fármacos en un país donde falta el 70% de los medicamentos que necesita la población. Entonces ella pone agua a hervir y le agrega hojas de orégano, un diente de ajo, cuatro clavos de olor, y se toma ese brebaje en las mañanas y las noches. “La verdad es que no sabemos cómo combatirlo”, dice. “Te mandan para la casa, con reposo absoluto. Estamos desprotegidos en todos los sentidos. Ni siquiera sabemos qué tenemos de verdad”.

Lo que más preocupa a los cubanos hoy, es la falta de reactivos en las instituciones sanitarias que puedan confirmarles, a ciencia cierta, qué tipo de virus es el que padecen. “Para el chikungunya, oropouche o sika no hay reactivos, solo a nivel de institutos en La Habana, entre ellos el IPK. El médico pone Síndrome Febril Inespecífico”, asegura una enfermera de un policlínico de Matanzas, de quien no se revelará el nombre por protección. “Para determinar si es dengue, se realiza el análisis de Inmunoglobulina M [IgM], que te dice el tipo de cepa que es. No es mentira que nos estamos muriendo”.

Maydelis Solano cuenta que, una vez que asistes al hospital, nadie te dice qué tipo de enfermedad tienes. “Si te empiezas a hinchar, te dicen que es chikungunya, si no, es dengue. Como casi todo el mundo se está hinchando, pues la mayoría tiene chikungunya. No oyes a un médico diciendo un diagnóstico específico. En los certificados te ponen que tienes un proceso viral. Siempre tratando de enmascarar la realidad que vivimos”.

Incluso la fuente del Instituto de Hematología e Inmunología dice que muchas veces el resultado de las pruebas de IgM nunca llega. “Eso se denunció, que estaban desechando en muchos lugares las muestras porque no había reactivos para procesarlas, y después a los pacientes les ponían un resultado negativo. Un diagnóstico preciso no existe. Por los síntomas, se sabe que es una arbovirosis”.

Ahora mismo Yudinela Castro Pérez tiene una cicatriz de casi veinte puntos que le surca la panza. Para los doctores, todo estaba bien y los síntomas eran síntomas “normales”. Primero aparecieron los que se repiten en cada cubano: fiebres, dolores, hinchazón, rigidez. “Me dijeron que no era yo sola la que estaba pasando por eso”, dice la mujer, de 44 años. El día que se comió un plato de malanga y se le hinchó el abdomen, tuvo que correr desde su casa en Arroyo Naranjo hacia el hospital Julio Trigo. “Me hicieron análisis que supuestamente dieron negativos”. Luego supo que el virus —no sabe bien cuál— le había inflamado el intestino y tuvo perforaciones por una peritonitis silenciosa. Ha tenido que comprar sus antibióticos, el clorosodio y los analgésicos, por la calle, como ha podido.

Varios cubanos entrevistados han mostrado, además, preocupación por la recuperación, que viene de la mano de una buena dieta alimenticia . Una guía nutricional a la que tuvo acceso EL PAÍS, puesta a circular por el Instituto Pedro Kourí (IPK), el máximo centro de investigación de enfermedades infecciosas, comunica que el chikungunya consume las reservas de hierro, disminuye la albúmina y otras proteínas, eleva la proteína C reactiva, entre otros factores que disminuyen el sistema inmune. Por tanto, dicen, es importante ingerir huevo, yogures, sueros lácteos, pescados como el salmón, atún o sardinas, vegetales, frutos secos y ciertos granos. La mayoría de estos productos son inaccesibles para gran parte de la gente. “La comida del cubano hoy es picadillo y arroz, y malamente una vianda, es imposible”, dice Mercedes Interian. “Aquí no se come proteína en el año, solo lo hace el que puede, y sin una buena alimentación el virus ataca con más fuerza”.

El camino hacia la epidemia

Cómo Cuba se convirtió de la noche al día en un hervidero de mosquitos y enfermedades, es lo muchos hoy tratan de responder. Las autoridades han explicado que se trata de una población “virgen” ante un virus como el chikungunya, que fue descubierto en la isla por primera vez en 2014. También han achacado las causas a los meses de calor y lluvia, prósperos para que circule el vector.

Aunque en el país han movilizado fuerzas a última hora para la recogida de basura, lo cierto es que esta fue una situación que al gobierno se les fue de las manos. Los grandes basureros han sido cuna para que prolifere la plaga de mosquitos. La isla, con cortes de electricidad diarios, tampoco cuenta con el combustible que garantice la fumigación, escasean los insecticidas y la falta de agua impide condiciones mínimas de higiene. El índice de infestación, que se ha vuelto prácticamente incontrolable, hoy se sitúa en el 0,89 %, un número considerado de alto riesgo.

La doctora Geanela Cruz Ávila, directora del Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología de Holguín, dijo al periódico oficial ¡Ahora! que si en algo habían fallado era en la prevención. “En las enfermedades transmitidas por vectores, el trabajo debe ser contra el vector. Sin foco de mosquitos, no hay transmisión”, dijo, y aseguró que el problema había que atacarlo de raíz. “Podemos eliminar los mosquitos voladores, pero si no eliminamos las larvas, los huevos y las pupas, estos seguirán emergiendo y transmitiendo la enfermedad”. Los funcionarios cubanos creen que, en los siguientes meses de menos temperatura, disminuya también el comportamiento de las arbovirosis. No obstante, insistieron en que el mosquito podría evacuarse en las casas.

Nadie escapa al virus

En un país con un sistema de salud colapsado, ni los propios médicos han escapado a las arbovirosis. Quienes permanecen trabajando en los hospitales cubanos —un número que se ha reducido por los 70.000 trabajadores del sector que han renunciado y los más de 30.000 médicos que han emigrado en los últimos tres años— “lo hacen con lo mínimo, sin casi nada”, aseguró la una enfermera del policlínico de Matanzas, quien tuvo el virus y permanece con fuertes dolores que probablemente le duren entre seis meses y un año. Según dice, el pasado mes habían ocho consultorios cerrados porque el personal se había contagiado.

“A veces leo por ahí que somos cómplices de la tiranía. Y no es así. Esta es una profesión que uno escoge porque la ama, sin política de por medio. Nos duele cuando no puedes curar al paciente y este tiene que salir a comprar sus medicinas por la calle. Cuando levantamos la voz en nuestra reuniones con la dirección y el municipio, lo único que dicen es que no hay recursos, por culpa del bloqueo”.

A finales del pasado mes, el Dr. C. Osvaldo Castro Peraza, especialista del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK), dijo en el programa oficialista Mesa Redonda que la epidemia de chikungunya “va a pasar” y que pronto será “historia para contar”. La gente está agotada de este discurso, de que le disfracen las cifras, de que le escondan el virus que se ha colado en sus propios cuerpos.

Pasará el tiempo y difícilmente se vaya la desolación que ahora siente Matitza Ricardo Velázquez, enferma también del virus en su casa del municipio Gibara, en Holguín. Hace unos días perdió a su prima, de 42 años y sana, contrario a la versión oficial que apunta a que el virus ataca de peor forma a ancianos enfermos. “Estaba fuerte y con ganas de vivir”, dice. El día que se disponían a llevar a la prima al hospital, la ambulancia no llegó. “Se le empezaron a paralizar los riñones y a regarse el líquido por todo el cuerpo. En la madrugada falleció”. Vive espantada de quién será el próximo.

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Sobre la firma

Carla Gloria Colomé
Periodista cubana en Nueva York. En EL PAÍS cubre Cuba y comunidades hispanas en EE UU. Fundadora de la revista 'El Estornudo' y ganadora del Premio Mario Vargas Llosa de Periodismo Joven. Estudió en la Universidad de La Habana, con maestrías en Comunicación en la UNAM y en Periodismo Bilingüe en la Craig Newmark Graduate School of Journalism.
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