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Karla Cornejo Villavicencio, escritora: “La persecución a los inmigrantes está acabando con el sueño americano”

La escritora ecuatoriano-estadounidense, una de las primeras personas que siendo indocumentadas se graduaron en Harvard, habla de la situación actual que muchos inmigrantes sufren en el país

Ana Vidal Egea
Karla Cornejo Villavicencio
La escritora Karla Cornejo Villavicencio.Cortesía

A los 21 años, Karla Cornejo Villavicencio (Ecuador, 1989) publicó de forma anónima un polémico artículo en The Daily Beast donde relataba su experiencia como estudiante indocumentada en Harvard. Su testimonio suscitó mucho interés. Una década más tarde, publicó The undocumented Americans, su novela debut, que la convirtió en finalista del National Book Award en 2020 y que Barack Obama incluyó en su lista anual de libros favoritos. En el libro combina su propia historia—la de una niña superdotada que emigró a Estados Unidos a los cuatro años con sus padres—con los relatos de otras familias indocumentadas. Karla comenzó a escribirlo en 2016, impulsada por la situación sociopolítica del país tras la llegada de Donald Trump al poder.

Su segunda novela, Catalina (2024), profundiza nuevamente en la inmigración y ha sido reconocida entre los mejores libros del año por la revista Time, The Washington Post y NPR. También fue preseleccionada para el National Book Award y su edición en español se publicará en abril. Cornejo atiende a EL PAÍS por Zoom desde su casa en Connecticut, donde vive desde hace años con su pareja.

Pregunta. Empezó a escribir The Undocumented Americans cuando Trump llegó al poder por primera vez. ¿Planea escribir sobre lo que está pasando ahora?

Respuesta. Estamos en un momento muy difícil. Se siente muy diferente a la primera vez, y por esa razón primero estoy siguiendo el consejo de siempre y tratando de ponerme la mascarilla de oxígeno yo primero. Para mí ha sido importante asegurarme de que mi espíritu, mi mente y mi cuerpo estén preparados para lo que pueda suceder. Al principio sentí pánico, ansiedad, miedo, como muchos migrantes que han atravesado episodios traumáticos. Un día, para lidiar con eso cogí cubitos de hielo y los sostuve en mis manos hasta que se derritieron. También estoy escribiendo y leyendo todos los días a personas como Primo Levi o Pedro Lemebe, que han reflexionado sobre estas tendencias humanas de buscar chivos expiatorios. Estoy educándome sobre cómo otros en el pasado han protegido su dignidad y su espíritu.

P. ¿Qué pasa ahora con el sueño americano?

R. Los sueños son algo muy especial y delicado y la verdadera razón por la que las personas se sienten atraídas hacia Estados Unidos es por esta idea del mito del sueño americano. Los estadounidenses se relacionan de una forma diferente con el país que los inmigrantes, que sueñan con Estados Unidos antes de que se materialice. No lo heredan; es algo por lo que luchan. El país necesita esa magia, ese sueño, que está sustentado por los extranjeros. Pero ahora el sueño americano está rompiéndose debido a la persecución actual contra los inmigrantes.

P. ¿Cómo fue mudarse a vivir a Estados Unidos con sus padres cuando tenía cuatro años?

R. Nada más llegar me metieron en la escuela y el inglés era mi segundo idioma, pero en mi clase había algunos niños filipinos, polacos, chinos… Fue muy hermoso tener amigos de otros lugares; compartíamos ese espacio especial de ser niños, sin conocer el idioma del otro, pero encontrando consuelo en la presencia del otro. Los hijos de inmigrantes tenemos un entendimiento común.

P. ¿Cómo ha sido vivir estas experiencias siendo superdotada?

R. Siento que he vivido a la vez en una posición de privilegio y en desventaja. Cuando te alaban por ser diferente, te estás diferenciando de los demás y eso te acaba separando del resto. Pero en general, estoy agradecida porque a lo largo de mi vida me he sentido muy apoyada por mis profesores, que siempre me daban lecturas extra, y por mis compañeros. Cuando me aceptaron en Harvard me sentí muy apoyada por mi comunidad, que me decía “¡Ve a enseñarles cómo es la vida!”, como si pudieran presentir que aquel campus sería un territorio hostil para mí. Además, he tenido la suerte de crecer en Nueva York, que ofrece una programación cultural impresionante y en la que yo tenía acceso a todo. Cada fin de semana iba con mi familia a ver exposiciones a museos y a la Biblioteca Nacional, de la que nos traíamos libros. En casa teníamos muchas conversaciones en torno a la historia o la política en Latinoamérica.

P. ¿Cómo consiguió entrar en Harvard?

R. No podía optar a préstamos ni a ayudas federales porque estaba indocumentada, así que solo podía permitirme un programa que ofreciese una beca completa y solo las conceden las grandes universidades: Harvard, Yale, la Universidad de Chicago. Mi solicitud fue como tantas otras: una mezcla de buen expediente, cartas de recomendación y actividades extraescolares brillantes. Desde los quince años trabajé como crítica musical, escribiendo en blogs y revistas especializadas en música indie pero también en jazz.

P. Además de ser inmigrante es queer.

R. Uno no elige la condición social de su existencia, pese a que algunas personas creen que tiene algo que ver con las circunstancias que se vivan. Soy latina, soy queer, soy migrante y también soy neurodivergente. Tengo esa combinación de factores que hacen la vida más interesante. Mi segundo libro, Catalina, es sobre una joven indocumentada que lee mucho y conoce todos los estereotipos sobre las latinas y lo que ella hace es jugar con esos conceptos para reclamar el control de la narrativa. Eso es lo que he hecho con mi vida. Es un gran honor cuidar del cuerpo que se me ha dado. Imagina haber nacido paloma, ardilla o pez. Por otra parte, yo he tenido la suerte de estar en una familia donde mi papá se educó mucho para ayudarme y me decía que yo tenía depresión como mi hermano tenía asma. Y que simplemente tenía que medicarme para eso, igual que mi hermano necesitaba el inhalador. Todos en mi familia han ido a terapia y la depresión nunca ha sido un tabú en mi familia.

P. ¿Cuál es su sueño?

R. Nunca he soñado con viajar porque no era una posibilidad, pero conseguí un pasaporte en el 2024 y quizá eso cambie las cosas. Desde que llegué a Estados Unidos solo he salido una vez del país para ir a México. De todas formas, pese a las circunstancias sociales de opresión que he vivido, creo que tengo la vida que siempre he querido. Paso todo el tiempo haciendo lo que quiero hacer: escribir y leer. Según mi mamá, desde pequeña soñaba con ser escritora. Ese es mi sueño, escribir y leer rodeada de cinco pomeranias.

P. Dedicó Catalina a Ted (Cruz) y Marcio (Rubio), ¿por qué no puso los apellidos?

R. Es mejor el coqueteo, permitir que sean ellos los que se acerquen.

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).
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