‘La Gaviota’ rompe barreras en Nueva York: una adaptación revolucionaria en español
Esta versión libre de la obra de Antón Chejov, dirigida por el argentino Guillermo Cacace, es la primera pieza en español sin subtítulos que se estrena en el Brooklyn Academy of Music (BAM)
La versión argentina de La gaviota, escrita hace 128 años por Antón Chéjov, ha hecho historia en Nueva York al convertirse en la primera obra representada íntegramente en español sin subtítulos en el Brooklyn Academy of Music (BAM). Se estrenó la noche del miércoles en el BAM Fisher con una sala a rebosar, —que se levantó a aplaudir al final de la obra—, y permanecerá en cartel durante diez días, hasta el próximo 23 de noviembre, como parte del programa Next wave 2024 & Emerging visions.
Esta pieza, adaptada del original por el dramaturgo Juan Ignacio Fernández, es además revolucionaria por su original puesta en escena: las cinco actrices se distribuyen alrededor de una enorme mesa sobre la que reposan botellas de agua y vino, bolsas de patatas y cajas de pañuelos. En torno a la mesa hay quince sillas vacías y se invita a los espectadores que deseen una experiencia más inmersiva a sentarse junto a las intérpretes, lo que sin duda intensifica la vivencia. Se trata de una lectura dramatizada con una actuación tan sublime que nada más es necesario: ni escenografía, ni vestuario, ni movimiento. Y tanto las confrontaciones como el dolor de los personajes parece tan real, que en varias ocasiones se puede experimentar un voyeurismo que torna incómodo. La obra, que se despoja de todo lo superfluo, incluso del artículo del título original, y pasa a llamarse simplemente Gaviota, es un triunfo de la sencillez y del talento, que no necesita de ningún ornamento.
Lo que también hace esta versión teatral subversiva es que su elenco está formado solo por mujeres, interpretando dos de ellas papeles masculinos. En la introducción a la obra, su director, Guillermo Cacace, que confiesa que se había prometido hacer esta obra antes de morir, explica que poco le importó la indicación de géneros porque “deseaba a esas actrices: las necesitaba a ellas, sus sensibilidades”. Paula Fernández Mbarak interpreta a Arkadina,una famosa actriz caracterizada por el narcisismo y el egoísmo; Muriel Sago interpreta a Kostia, su hijo escritor; Romina Padoan a Nina, una aspirante a actriz soñadora e inocente; Marcela Guerty a Trigorin, un afamado y contradictorio escritor, y Clarisa Korovsky a Masha, la asistencia, cuya vida está marcada por la resignación y el desencanto. Uno de los aspectos más sobresalientes de la dramaturgia de Juan Ignacio Fernández es que hace que este último personaje, Masha, originalmente secundario, cobre un protagonismo neurálgico, revelando la complejidad de las vidas aparentemente más anodinas y alumbrando aquello que con frecuencia pasa desapercibido.
Cuenta Cacace, que los ensayos de esta versión libre de La gaviota dieron comienzo en marzo del 2020 y transcurrieron en plena pandemia de la covid y que durante un año y medio el elenco se reunió los domingos a las 22.30 para ensayar mediante la plataforma de videoconferencias Zoom hasta altas horas de la madrugada. Ensayaban de noche porque la obra demandaba cierta oscuridad y afirma que esos ensayos se volvieron catárticos, ayudándolos también a superar como grupo el momento histórico que atravesaba el mundo. Es así como esta obra, más que centenaria, se vuelve contemporánea. “Un humano mata a un animal, a un pájaro hermoso, el teatro agoniza, los lazos se erosionan, el dolor estalla y promediando nuestros ensayos se declara una guerra que nombra cada minuto la base territorial donde Chéjov sitúa la acción, Kiev.”
Gaviota trae al escritor ruso no solo al momento histórico actual sino también a nuestra vida. Los diálogos de los personajes van acompañados de una música de fondo actual (Damien Rice, Lhasa de Sela…), situando los conflictos en la realidad contemporánea. Casi dos siglos después de ser escrita, esta obra coral sigue siendo candente porque trata de algo siempre vigente: los conflictos existenciales, el desamor y el desencanto. Para Chéjov, los desencuentros emocionales eran una constante en la vida y en la actualidad, tanto como en el siglo XIX, se ha de encontrar sentido a la existencia en un mundo en constante transformación.
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