El condado más latino de Estados Unidos, donde nombrar a Reagan era pecado, se sube al tren de Trump
Tras más de un siglo de férreo control demócrata, el condado de Starr, en Texas, elige a un republicano como presidente por el descontento económico y la crisis migratoria
El Texas Café es el lugar donde se habla de política en Río Grande City. Cada milímetro de sus paredes está decorado con curiosidades y recuerdos. Desde una foto antigua del ferry manual para cruzar el río, alguna que otra herradura y un retrato de la cantante Selena, pasando por un altar a los Rattlers, el equipo de fútbol americano del instituto local de secundaria. Juntos, describen la esencia del lugar que lo rodea: la frontera. Y en una esquina, una pareja. Son Toni y Benito Trevino, tejanos de toda la vida —ella es originaria de Houston—, líderes de la pequeña filial local del Partido Republicano.
Están contentos en la mañana del viernes posterior a las elecciones, en las que su hogar, el condado de Starr, el más latino del país ―donde un 98% de la población es hispana― votó por primera vez en 132 años a un candidato republicano a la presidencia. De la noche a la mañana, este territorio de ranchos, barrios humildes —la renta promedio, de 41.000 dólares (38.000 euros), es aproximadamente la mitad de la media nacional y un 30% de la población vive debajo del umbral de la pobreza, tres veces más que en el resto del país— y una tradición de férreo dominio de la maquinaria del Partido Demócrata local, se volvió noticia internacional.
Naturalmente, a Toni Trevino, de 67 años, presidenta del partido en el condado, el resultado no la sorprendió. “Desde hace dos años he creído que si Donald Trump era el candidato, iba a ganar aquí, por lo que oía entre la gente”. Dice que la razón principal por la que venció, al igual que en el resto del país, es el descontento económico. “Cuando vas a la tienda y no te alcanza para los víveres de tu familia, ese es un problema. Eso es lo que fue”, dice, disipando misterios con una frase. Aunque no culpa únicamente a la Administración de Biden. El contexto global, con la pospandemia, fue un factor decisivo, admite. “Pero al final, eso no termina importando mucho en política”, sentencia, tras una concesión que nunca se le oyó al candidato Trump en campaña, experto en pintar su propia realidad, así sea con falsedades o medias verdades.
La promesa del republicano de cerrar la frontera a la inmigración ilegal también fue decisiva en el voto local. En una zona que en los últimos años se acostumbró a ver cientos de migrantes indocumentados cruzar cada día y cada noche —”aunque no se quedan porque, cuando cruzan el río, miran a su alrededor y ven que no hay nada para ellos”—, una posición fuerte frente a la inmigración se ve como algo de sentido común. Hasta los candidatos demócratas locales apoyan detener por completo el flujo de migrantes sin papeles.
Los residentes hacen oídos sordos a la indignación progresista sobre cómo es posible que una población casi completamente latina rechace a migrantes. No se trata de raza, es cuestión, asegura un entrevistado tras otro, de “seguir las leyes”. Aunque se cuelan también algunos estereotipos que estigmatizan a la reciente ola, especialmente a la venezolana, como peligrosos delincuentes y hasta como un potencial ejército durmiente, al calor de una paranoia post-9/11 que lleva el inconfundible sello de Trump.
Tan importante como las razones que explican el apoyo inédito a un republicano por aquí —esencialmente las mismas que auparon a Trump en otras zonas latinas y de clase trabajadora de todo el país— es la manera en que se logró aflojar el dominio que los demócratas han ostentado durante generaciones. A sus 77 años, Benito Trevino, nacido y criado aquí mismo en una familia que tiene raíces en las orillas del Río Grande desde antes de que Texas fuera Texas, tiene una visión mucho más a largo plazo.
“Esto ha sido una zona demócrata básicamente desde el final de la guerra de Secesión. Las escuelas, el manejo del agua, el condado... Todo. Mi padre fue muy político. Tenía un grupo, nunca se postuló a nada, solo intentaba luchar contra lo que veía mal en el condado. Pero todo siempre dentro del Partido Demócrata. Yo también. Como voluntario hacía lo que pudiera por el mejor de los dos demócratas”, rememora sobre un tiempo en el que el Partido Republicano, sencillamente, no existía. Cuando Ronald Reagan era presidente, su esposa Toni le abrió los ojos y le hizo ver que él, un hombre conservador, en realidad era republicano, algo que nunca consideró posible.
De repente, comenzó a ver las estrategias políticas que los candidatos del Partido Demócrata desplegaban contra sus propios copartidarios como “despiadadas”. Luego, se unió a un incipiente grupúsculo republicano en la zona y hasta tomó sus riendas en los años noventa, después de que la presidenta perdiera su puesto en la Administración educativa local a causa de su afiliación política, según su relato. Desde entonces y hasta 2004, nadó a contracorriente con convicción, pero sin demasiadas esperanzas.
A unas calles, el coronel retirado especializado en operaciones de inteligencia Ross Barrera, de 58 años, cuenta una historia muy similar en una oficina que compró hace unos años y que ha llenado de todo tipo de recuerdos de sus viajes alrededor del mundo con el ejército, creando una especie de surrealista museo casero. “Yo he sido republicano desde que estaba en el bachillerato. Mi padre se había convertido cuando Reagan se postuló por primera vez y eso moldeó mis ideas. Al crecer en el condado de Starr se inculca que si eres hispano tienes que votar a los demócratas porque así son las cosas. Yo tomé mi propia decisión y lo decía en voz alta. Pero para la gente era muy difícil, tenían que susurrar que les gustaba Reagan porque podían perder sus trabajos”, cuenta, carismático y retratándose como un rebelde de corazón.
Cuando Barrera dejó el servicio militar, en 2017, volvió a casa y las cosas no habían cambiado demasiado. En las elecciones del año anterior, Hillary Clinton había vencido a Donald Trump en el condado con unos 9.000 votos contra poco más de 2.000; una diferencia del 60%. El Partido Republicano local estaba “muerto”, pero Barrera asumió el puesto vacante de presidente y se puso manos a la obra. “Comencé a hacer reuniones, hacer que la gente estuviera emocionada. Puse anuncios en los periódicos locales y empecé a promover ideas republicanas en redes sociales. Me rechazaron. Los amigos de mi padre me decían que qué estaba haciendo, que no iba a lograr nada. Nadie nos prestaba sus espacios para reunirnos. Por eso compré este edificio y no le tengo que pedir permiso a nadie”, cuenta, emocionado sobre la cresta de la ola de una victoria histórica.
Barrera se considera a sí mismo un influencer comunitario conservador y se atribuye gran parte del giro histórico del condado. Su experiencia en logística militar ha ayudado al éxito de su movilización política, que ha contrastado con una operación demócrata inexistente hasta apenas hace unos meses, cuando, nerviosos por lo que estaban viendo, vertieron dinero en toda la zona del Valle del Río Grande. Además, la cercanía con la gente local que Barrera ha construido también ha sido clave en la manera en que ha podido vender a un candidato conocido por sus exabruptos misóginos y racistas. Barrera tampoco tiene pelos en la lengua. “Me decían, ‘es tan vulgar’, y yo contestaba, ‘yo también y aun así te caigo bien’. Trump es un tipo de negocios, va a lo que va y se rodea, no de celebridades que no aportan nada como lo hizo Kamala, sino de Elon Musk. A la gente le gusta la idea de un hombre que va a trabajar”, dice, y luego agrega muy conscientemente su versión del discurso antiinmigración, agresivo y estigmatizante, pero expertamente argumentado.
El fruto de la labor de los Trevino y de Barrera, tan enfocada en impulsar la participación como en vender un mensaje político, habla por sí solo. En 2020, Donald Trump recortó distancias con Joe Biden en el condado de Starr, logrando un margen de solo cinco puntos. El Partido Demócrata mantuvo sus casi 9.000 votos; la diferencia fue que los republicanos lograron más de 8.000. Y el martes pasado, el cambio se consumó: Trump ganó por 17 puntos, con casi 9.500 votos, frente a 6.800 de Harris.
En la pequeña ciudad de Roma, donde un puente fronterizo cruza sobre el serpenteo del Río Grande, una sección de muro construido por el gobernador de Texas en los últimos meses se alza sobre el paisaje y los edificios abandonados que podrían estar sacados de un western definen el lugar, el joven alcalde ejemplifica al demócrata semiconverso que inclinó la balanza en el condado en las elecciones de este año. Jaime Escobar, de 47 años, cuya familia también traza sus orígenes en la zona a la época colonial española, está registrado como demócrata desde siempre. “Culturalmente, hemos sido demócratas por generaciones. Mis abuelos lo eran. Simplemente, así eran las cosas”, explica inicialmente, y continúa: “Voté por Donald Trump. En comunidades como la nuestra, el crecimiento económico y la creación de empleos es muy importante. Hay mucha gente muy pobre y yo veo a la gente sufrir. Y la frontera…”.
El día de las elecciones, cuenta, estaba bajo la carpa del Partido Demócrata en el puesto electoral, apoyando a candidatos locales y a Henry Cuellar, representante demócrata en Washington por este distrito desde 2002. “Pero, para presidente, muchos de nosotros votamos por Trump”, asegura. “Algunos se sorprenden, pero cuando se trata de cosas de sentido común como la economía y los bolsillos, la gente sabe que necesitaba un cambio”, dice, apuntando a que el republicano es ese cambio. Escobar espera que los recortes fiscales revitalicen su ciudad, que él quiere convertir en un centro económico —ha comprado terrenos en las afueras para hacer un parque industrial y está trabajando para restaurar el centro histórico, protegido por ley, pero mayoritariamente en un estado de abandono—.
Pasado el terremoto electoral y el estallido de la burbuja demócrata, que no se limitó al condado de Starr, el más llamativo, sino que se reprodujo en todo el Valle del Río Grande de una manera muy similar, la vida sigue. En las colonias, como se conocen los barrios más pobres de las ciudades de la zona, la mayoría de los vecinos, aprensivos al hablar con la prensa, se limitaron a decir que nunca votan y este año no había sido la excepción. Otros, que tenían carteles de Trump expuestos, tampoco quisieron dar sus nombres, porque, según contaron, habían recibido amenazas por apoyar al republicano; un eco de lo que habían relatado Trevino y Barrera antes.
El dominio territorial que se daba por sentado desde los orígenes de la memoria política del sur de Texas se ha roto ondeando la bandera de Trump. Es lo que lleva haciendo Roel Reyes desde 2016, primero un poco tímidamente y con cautela, ahora con orgullo y sin tapujos. Líder del Trump Train del condado de Starr, la caravana de trocas —camionetas estilo pickup en el spanglish local— que desfila por las largas carreteras de la zona, no mide el apoyo al presidente electo con votos, sino con las reacciones de los otros automóviles. “En 2020 comenzamos pocos y nos hacían señas negativas. Y ahora, cuando hicimos algunas de 50 o 60 carros, nos pitaban, y solo uno o dos nos enseñaba el pulgar hacia abajo o nos hacía otra señal más negativa. Ya cuando vimos eso, que toda esta gente estaba de acuerdo con nosotros, dije: ‘Vamos a teñir de rojo el condado”.
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