Tener algún familiar deportado afecta la salud mental de los adolescentes latinos
Un estudio revela que el estrés familiar causado por el temor a la deportación triplica el riesgo de tener trastornos mentales como depresión y agresividad entre los jóvenes hispanos
Los quehaceres diarios, las anécdotas de la semana, las noticias de actualidad, son temas recurrentes en todas las reuniones familiares. En las de la familia de Brittany -que incluye a hermanos, primos, tíos y sobrinos-, sin embargo, hay un asunto añadido que siempre reaparece, contagiando de preocupación a todos sus miembros: el miedo a que en su próximo encuentro falte alguno de ellos porque le han expulsado del país.
“Siempre hablan del miedo a ser deportados. Temen que un día se los lleven sin que estén sus hijos y que, al llegar a casa después de la escuela, se encuentren que no hay nadie para cuidarles. El temor de si va a pasar, cuándo va ser, cómo va a ser...”, afirma Brittany, que no quiere dar su apellido para no ser reconocida. Entre los miembros de su familia hay ciudadanos estadounidenses, residentes legales e indocumentados. Pero la preocupación es general.
Brittany nació en el Estado de Maryland hace 19 años y es la segunda de cinco hermanos, todo ellos nacidos en Estados Unidos. Son la primera generación con ciudadanía americana después de que sus padres emigraran al Norte desde El Salvador, donde las condiciones políticas, económicas y sociales hacían imposible llevar una vida digna. Pero, a pesar de ser ciudadana estadounidense, la preocupación familiar y la retórica antiinmigrante de muchos políticos la afectan y hasta duda de su derecho a permanecer en el que ha sido siempre su país, algo común en la comunidad latina. El estrés es peor entre quienes conocen de cerca los efectos de la deportación.
Los resultados de un estudio realizado por Jama Pediatrics han destapado que los adolescentes latinos en cuyas familias hay algún miembro que ha sido deportado o detenido sufren más trastornos mentales que los adolescentes que no han pasado por ello. El estrés del entorno familiar, causado por el miedo a la deportación, se traduce en agresividad, depresión y hasta un mayor consumo de drogas. Los riesgos de sufrir estos síntomas e incluso de tener ideas suicidas casi se triplican entre los adolescentes a los seis meses después de que un miembro de la familia ha sido deportado o detenido. En 2021, casi la mitad (46%) de los estudiantes latinos de secundaria en todo el país informaron sentir persistentemente tristeza extrema o desesperación.
“Ya sea que algún miembro de la familia haya sido deportado o detenido o que sus madres cambien su comportamiento por el ambiente antiinmigración, la salud mental de los niños se resiente”, afirma Kathleen Roche, profesora en la facultad de salud pública en el Instituto Milken de la Universidad George Washington y coautora del estudio.
Para llegar a esta conclusión los investigadores empezaron en 2018 a entrevistar a niños y niñas de secundaria y a sus madres migrantes latinas en un barrio de clase media de las afueras de Atlanta (GA). Durante cinco años, el estudio, que aún está en marcha, se nutrió de entrevistas realizadas cada seis meses a los adolescentes, que ahora tienen 18 o 19 años.
Una de las conclusiones del estudio es que las madres cambian su comportamiento cuando se sienten amenazadas y evitan ir al médico cuando lo necesitan, o acudir a la policía y aconsejan a sus hijos que se mantengan lejos de las autoridades. “Y cuanto más se preocupan las madres y cambian su comportamiento por causa del ambiente creado en torno a la inmigración, los niños experimentan más depresión, ansiedad y otros problemas mentales”, asegura Roche.
Además, el estudio refleja cómo las madres, afectadas por el estrés, dan menos muestras de cariño y apoyo a sus hijos después de que ha habido alguna deportación o detención en la familia. En consecuencia, las relaciones entre padres e hijos empeoran y aumentan los conflictos familiares.
Evitar la exposición a la retórica antiinmigrante es casi imposible en un contexto como el actual en el que el candidato republicano, Donald Trump, anuncia que, si regresa a la Casa Blanca, liderará la mayor deportación de la historia de Estados Unidos. Esos discursos que encienden al público escondiendo bajo un falso halo patriota una actitud xenófoba y racista no caen en saco roto.
“Mis familiares esperan que Trump no gane porque tienen miedo de que aunque algunos de ellos tenga papeles, se los quiten por no haber nacido aquí”, reconoce Brittany. Ella misma comparte la preocupación. “Aunque he nacido aquí, aún tengo el temor de que me quiten los papeles a mí también porque mis padres no nacieron aquí. O que se los lleven a y yo me quede sola. ¿Con quién voy a ir?, se pregunta.
Brittany reconoce que empezó a ser consciente de los riesgos cuando Trump ocupó la presidencia e inició su campaña contra los latinos, separando a niños de sus padres. “Mis temores comenzaron cuando empecé a entender todo esto, en 2016, cuando eligieron a Trump de presidente y dijo que él quería a todos los inmigrantes fuera, que iba a deportarlos a todos. Mis padres tenían miedo de que los echaran y hasta nos mudamos de casa porque no sabíamos lo que iba a pasar”, recuerda.
Cuando Roche inició su estudio, en 2018, un 25% de los adolescentes entrevistados tenía a alguien en su familia que había sido deportado o detenido. En las últimas entrevistas ya es un tercio de ellos. Las familias latinas se caracterizan por tener más hijos y por incluir a primos y tíos en su círculo más íntimo, por lo que es más probable que algún miembro haya sido afectado.
Después de las elecciones presidenciales de 2016, casi la mitad de los adolescentes, en su mayoría de origen mexicano, reconoció tener preocupaciones relacionadas con la separación familiar. Fue el resultado de las medidas antiinmigrantes de la Administración de Trump que dejaron a niños sin sus padres.
El estudio no recoge aún los efectos que puede tener entre los adolescentes las promesas de deportación de la campaña republicana, pero se prevé que aumente el estrés entre los jóvenes. “Una de las cosas que hemos aprendido con muchos de nuestros estudios es que hay un efecto indirecto en los jóvenes cuando la retórica antiinmigrante se dirige a la población que es potencialmente perjudicial para la próxima generación de líderes”, admite Roche.
Las conclusiones de su estudio destacan más porque la muestra escogida pertenece a una zona de clase media, no de clase baja, donde se supone que sería más fácil encontrar a personas afectadas por las deportaciones. Además, el 90% de los adolescentes encuestados son ciudadanos estadounidenses. “Nuestros resultados serían mucho peores si hubiéramos ido a un enclave donde hay más gente indocumentada. La conclusión es muy relevante porque es un segmento muy importante de la población si pensamos en la futura fuerza laboral”, advierte Roche.
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