¿Momento Sputnik o momento Eureka? El turbocapitalismo parasita el avance científico

Silicon Valley trata de imponer una narrativa de bloques cuando lo aterrador es la avaricia, usar la inteligencia artificial para disparar la brecha entre ricos y pobres

El presidente Kennedy da su discurso 'Elegimos ir a la luna', en la Universidad de Rice, 1962.NASA (Heritage Images via Getty Images)

Un salto de gigante que sacude el mundo, un Pearl Harbour tecnológico que humilla a Estados Unidos y le obliga a reaccionar. Eso fue el momento Sputnik. El de octubre de 1957, cuando la Unión Soviética puso en vilo a las familias estadounidenses con un bip-bip espacial que sobrevoló sus cabezas durante 22 días. Desde Silicon Valley se ha querido comparar con aquella crisis el logro de la compañía DeepSeek, un chatbot chino igual de inteligente y ...

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Un salto de gigante que sacude el mundo, un Pearl Harbour tecnológico que humilla a Estados Unidos y le obliga a reaccionar. Eso fue el momento Sputnik. El de octubre de 1957, cuando la Unión Soviética puso en vilo a las familias estadounidenses con un bip-bip espacial que sobrevoló sus cabezas durante 22 días. Desde Silicon Valley se ha querido comparar con aquella crisis el logro de la compañía DeepSeek, un chatbot chino igual de inteligente y más barato que los desarrollados en EE UU. Colocó ese mensaje Marc Andreessen, uno de los tecnobillonarios que han aupado a Donald Trump hasta la presidencia, y se ha recogido en numerosos titulares y análisis de la prensa más influyente.

¿Por qué vender esa narrativa? Sabemos lo que provocó el momento Sputnik original: toda la maquinaria industrial y financiera de EE UU se puso al servicio de un solo objetivo, derrotar a los soviéticos en la carrera espacial. Eso es lo que los broligarcas como Andreessen quieren de Trump para ellos: cero obstáculos (ya ha tumbado la normativa de Biden que obligaba a vigilar los riesgos de la inteligencia artificial) y mucho dinero (ya se ha gastado muchísimo y si algo ha demostrado DeepSeek es que los volquetes de dólares no son el camino). ¿Para qué? Para hacerse más ricos. Esa es otra gran diferencia con la carrera espacial. En el mítico discurso en la Universidad Rice, John Kennedy dijo algo más que esa frase legendaria: “Elegimos ir a la Luna no porque sea fácil, sino porque es difícil”. También dijo que era una oportunidad para ganar conocimiento y derechos, para mejorar la educación de los críos y la vida de la gente con tecnologías médicas. Así se logró inspirar a todo un país, que se ilusionó con ese objetivo. Cuenta la leyenda que en una visita al centro espacial de la NASA, Kennedy preguntó a un conserje qué estaba haciendo, y este le respondió: “Bueno, señor presidente, estoy ayudando a poner un hombre en la Luna”. Al firmar su decreto sobre IA, Trump fue un pelín menos inspirador: “Va a generar mucho dinero para el país”. Y cuando dice “el país” —como se está demostrando— se refiere a los oligarcas que le apoyan difuminando la realidad. No imagino a muchos conserjes emocionados si Microsoft se impone a DeepSeek o si Amazon derrota a Temu.

Ni, por supuesto, si Instagram tumba a TikTok. Es al revés. En la calle, la retórica de los dos bloques tiene un alcance limitado en el caso chino, nada comparable al miedo a la Unión Soviética. Los internautas occidentales usan encantados DeepSeek o cualquier otra aplicación china, aunque estén poniendo sus datos a disposición de Pekín. Cuando se iba a cerrar TikTok en EE UU, sus millones de usuarios bromeaban despidiéndose de su espía chino. Y cuando se bloqueó por unas horas, se mudaron en masa a otra app china, porque las plataformas de Mark Zuckerberg, por mucho que le haga la pelota a Trump, son un rollo que solo nos gusta a viejunos y boomers. La metáfora del Sputnik pretende convertir en algo épico lo que no es más que una despiadada competencia entre las empresas que están a la vanguardia de la última fiebre del oro del turbocapitalismo: la IA. Tiene gracia ver cómo surgen fans de la china DeepSeek por haber hecho temblar Wall Street un par de días, como si fuera un Robin Hood asiático. Su matriz china es High-Flyer, un hedge-fund que desarrolla programas informáticos para forrarse más rápidamente moviendo dinero en las bolsas. DeepSeek, además, no es un Sputnik: es un programa similar a los que existen, no un jaque mate tecnológico. Simplemente, es más eficiente y barato porque, entre otras cosas, se ha construido vampirizando otros modelos: el de Meta, que es de código abierto (el chino no es el único abierto), y el de OpenAI, que ahora llora porque le han robado, como hicieron ellos con todo internet cuando eran los audaces aspirantes y no los poderosos campeones. Mientras, Elon Musk asegura que DeepSeek miente. Musk, que carga cada noche contra Sam Altman (OpenAI) y Zuckerberg, critica a los chinos por mentir desde su ventilador de mierda. La industria de la IA estadounidense tirándose de los pelos a diario, espíritu Sputnik en estado puro.

La historia de DeepSeek sí tiene un aspecto inspirador. Si leen el paper que ha generado el revuelo, en el que muestran el salto computacional que los hizo más eficientes, verán que hablan de un aha moment, algo así como un momento Eureka. La máquina decidió repensar un problema reevaluando su análisis inicial, alcanzando “inesperados y sofisticados resultados”. “Este momento no es solo un aha moment para el modelo, sino también para los investigadores que lo observaban”, dicen en su trabajo los jóvenes científicos chinos que desarrollaron la máquina. Recuerda a otros poderosos momentos en el desarrollo de la IA, como el aha moment que vivieron los ingenieros de Google y la Universidad de Toronto que idearon los transformers (la arquitectura que propició ChatGPT) antes de montar sus propias empresas. O el de Deepmind en el movimiento 37 de su partida contra el campeón mundial de Go, tan asombroso que mostró las capacidades sobrehumanas de la máquina AlphaGo.

El jefe de Deepmind, Demis Hassabis, ha ganado el último el premio Nobel de Química por usar esa máquina, ahora AlphaFold, para avanzar en el conocimiento de la biología humana, abriendo el camino a la cura de innumerables enfermedades. También ganó el último Nobel de Física el británico Geoffrey Hinton, de 77 años, como pionero de toda esta revolución de la IA que estamos disfrutando y que sin duda va a mejorar nuestras vidas. Hinton y Hassabis son genios científicos de nuestra época, de esos que siguen pensando en el beneficio de todos, aunque les terminaran fichando las grandes tecnológicas, como a toda la élite de este campo. Estos días han viralizado en redes unas palabras que Hinton dijo en una mesa redonda organizada por los Nobel antes de Navidad: “Lo que ocurrirá es que este enorme aumento de la productividad generará mucho más dinero para las grandes empresas y los ricos, y ampliará la brecha entre los ricos y las personas que pierdan sus empleos. Y tan pronto como esa brecha se agranda, se crea un terreno fértil para el fascismo. Es aterrador pensar que podríamos estar en un punto en el que solo estamos empeorando las cosas”.

La humanidad no tiene nada que ganar en la batalla entre el turbocapitalismo estadounidense y el chino por dirimir quién se forra con la IA. Entre ese falso momento Sputnik y los auténticos momentos Eureka de la ciencia, debemos elegir a Hinton. A quienes entienden de algoritmos y computadoras con la intención de mejorar la vida de todos, pero sobre todo cuentan con el instinto humano de ver algo aterrador en la avaricia, en la brecha entre ricos y pobres.

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