Por qué el Tercer Mundo ya no es el cubo de la basura electrónica del planeta

China y Ghana se parecen cada vez menos a un cubo de basura tecnológica y más a una potencia líder en una pujante economía verde no convencional

Circuitos electrónicos usados, en Agbogbloshie, Ghana.Fairphone

Visto desde sus transitadas calles, Hauqiangbei recuerda a cualquier otro atestado barrio comercial chino, repleto de centros comerciales a ambos lados de las calles, puestos de comida y gente apresurada que se abre paso a codazos. Sin embargo, si entramos en uno de estos complejos, salta a la vista que Huaqiangbei, situado en el corazón de Shenzhen, centro del diseño y la fabricación de aparatos electrónicos del país, es diferente de cualquier otro lugar del planeta.

Cuando entras en SEG Plaza, en pleno distrito, no tienes la impresión de encontrarte ante el paradigma de la innovación ...

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Visto desde sus transitadas calles, Hauqiangbei recuerda a cualquier otro atestado barrio comercial chino, repleto de centros comerciales a ambos lados de las calles, puestos de comida y gente apresurada que se abre paso a codazos. Sin embargo, si entramos en uno de estos complejos, salta a la vista que Huaqiangbei, situado en el corazón de Shenzhen, centro del diseño y la fabricación de aparatos electrónicos del país, es diferente de cualquier otro lugar del planeta.

Cuando entras en SEG Plaza, en pleno distrito, no tienes la impresión de encontrarte ante el paradigma de la innovación ecológica. El piso principal está abarrotado de quioscos y casetas donde se vende un barullo de productos de esos que encuentras solamente dentro de tu ordenador: cables, módulos de memoria RAM, unidades centrales de procesamiento y ventiladores. Enrollados, colgados y expuestos en estuches, el conjunto no difiere mucho de una imaginaria carnicería de lujo especializada en serpientes y otros artículos enroscados. Si miramos hacia arriba, vemos casi 10 pisos de puestos parecidos en los que se despachan mercancías similares.

¿Quién se toma la molestia de venir a un sitio así? Los ingenieros y los diseñadores de producto de la ciudad en busca de las piezas y los elementos necesarios que les sirvan para montar los aparatos electrónicos del futuro, o del presente. ¿Que necesitas una CPU 486 de principios de la década de 1990? Alguien del SEG Plaza te la puede conseguir a decenas. ¿Que buscas la placa base de un clásico portátil Dell de 2002? El hombre que las vende te preguntará cuántas quieres para mañana.

¿Y de dónde procede todo eso? Antes, gran parte de los equipos de Huaqiangbei se importaban de países desarrollados, como Estados Unidos, se desmontaban en talleres célebres por su insalubridad de otros lugares del sur de China y, acto seguido, iban a parar a Hauqiangbei. Se trataba de un comercio generalmente malinterpretado que cargó al país con el descrédito de ser el cubo de la basura electrónica del mundo. Sin embargo, hace tiempo que la realidad es mucho más compleja.

En un reciente viaje a finales de mayo, me detuve en un quiosco en el que había lo que parecían unos viejos procesadores. "¿De dónde vienen?", pregunté. La mujer que estaba detrás del mostrador me dijo que eran reciclados de ordenadores utilizados en cibercafés. Eso debe de ser muchísimos aparatos. En China hay más de 140.000 cibercafés, y la cifra va en aumento.

El mercado de electrónica de Huaqiangbei (China).Tom Whitwell

Aunque, fuera de China, pocos lo saben, esos componentes usados son cruciales para el funcionamiento del mercado y el sector mundial de la electrónica. Pueden aparecer en los sitios más inesperados. En 2012, una investigación del Comité de Servicios Armados del Senado de Estados Unidos descubrió al menos 1.800 casos de piezas de segunda mano procedentes del país asiático que reaparecieron en equipos electrónicos de la Armada estadounidense instalados en aviones de carga y espía, y en helicópteros utilizados en operaciones especiales. Más frecuente es encontrarlos en juguetes, señales digitales y teléfonos móviles baratos.

¿Y es eso un problema? Lo es si lo han engañado para que piense que acaba de comprar un producto nuevo cuando, en realidad, el que ha adquirido está hecho a base de piezas viejas.

Sin embargo, visto desde otro ángulo, Hauqiangbei es la economía ecológica hecha realidad. Según Apple, el 84% de las emisiones de dióxido de carbono relacionadas con el iPhone 6s tiene que ver con su fabricación, mientras que solo el 10% procede de su uso. "Esto supone que la vida del producto es el determinante clave de su impacto ambiental global", explica un informe de 2015 de Green Alliance, un grupo de expertos de Reino Unido dedicado a los estudios medioambientales. "Un dispositivo que dura más reparte el impacto de su manufactura a lo largo de un periodo de tiempo más prolongado". No obstante, no se trata solo del CO2. Los mercados de segunda mano hacen que descienda la demanda de cobalto y otros materiales, cuya extracción suele ser perjudicial para la salud humana y el medio ambiente.

Se trata de un comercio generalmente malinterpretado que cargó a China con el descrédito de ser el cubo de la basura electrónica del mundo. Sin embargo, hace tiempo que la realidad es mucho más compleja

Hauqiangbei lleva años ayudando a China a conseguirlo. No hizo falta ninguna normativa para establecerlo. El distrito se organizó espontáneamente. Ahora es un modelo inadvertido y oculto de cómo tiene que ser exactamente un sector de la electrónica sostenible.

Cuando llegan al final de su vida, nuestros aparatos no siguen un camino recto ni se ajustan a un relato simple. Hoy en día, la mayor parte de la chatarra electrónica del mundo se produce en países en desarrollo como China, que carecen de la tecnología avanzada imprescindible para reciclarla con garantías de seguridad.

Pero, incluso si tuviesen esa tecnología, es probable que, de momento, no la utilizasen. Debido a la desaceleración económica de China, los precios de los artículos reaprovechados de aparatos antiguos llevan años bajando, lo cual perjudica al balance de los recicladores de todo el mundo. Hace una década, los ordenadores portátiles y los monitores contenían varios kilos de acero, plástico, cobre y metales preciosos. Los productos superdelgados de nuestros días, preferidos por los consumidores, no solo contienen mucha menos cantidad de estos elementos básicos, sino que también son extremadamente difíciles de reciclar. En consecuencia, la industria del reciclado de aparatos electrónicos sostenible y racional desde un punto de vista ecológico se encuentra en crisis.

Una solución es prescindir de los elevados costes del reciclaje y, sencillamente, subvencionarlo. Japón dispone de uno de los programas de reciclaje subvencionado más eficaces el mundo, pero tiene dificultades para recuperar los aparatos de los ciudadanos. Incluso si lo lograse al 100%, se encontraría con otro problema. No todo es reciclable, ni siquiera con la mejor tecnología, y muy a menudo, a los recicladores les toca recoger la basura.

Así que, a principios de la década de 1980, los que se dedicaban al reciclaje en el mundo desarrollado empezaron a vender ordenadores personales y otros aparatos electrónicos a terceros países como China. Muy pocos sabían, o les importaba saber, por qué los importadores chinos pagaban por quitarles de las manos esos materiales tan molestos. Pero entonces, como ahora, el motor del mercado era la reutilización. En la China de alrededor de 1985, por ejemplo, un ordenador personal IBM usado no se consideraba un desecho, sino un aparato que se podía utilizar una y otra vez. Esas tempranas importaciones de "basura electrónica" dieron acceso por primera vez a la tecnología informática a muchos estudiantes y científicos chinos.

Como es lógico, los aparatos acababan por romperse o quedar obsoletos. Pero, en vez de tirar directamente a la basura esos viejos ordenadores, los astutos comerciantes chinos rebuscaron en ellos los componentes reutilizables que se pudiesen vender sueltos. Los que no se podían volver a usar se reciclaban, muchas veces en condiciones peligrosas y nocivas para el medio ambiente.

A principios de la década de 2000, las organizaciones ecologistas y los medios de comunicación de fuera de China "descubrieron" las actividades de reciclaje sin condiciones de seguridad y publicaron varios informes influyentes que las convirtieron en materia de litigios medioambientales internacionales. No obstante, muy pocos estudios ‒si es que hay alguno‒ se esforzaron verdaderamente en explicar, y mucho menos en entender, que los desiertos digitales eran el punto de partida de un proceso de reparación y recuperación ausente en los países más desarrollados. Tampoco fueron capaces de ver que, en realidad, lejos de colaborar en el "vertido" de aparatos obsoletos en China, los compradores ávidos de tecnología del país asiático competían por los materiales. Según mis fuentes en Guiyu, la zona de procesamiento de chatarra electrónica de peor reputación de China, alrededor del 80% de los ingresos obtenidos de la basura tecnológica "desechada" procede de su reutilización.

Los mercados de segunda mano hacen que descienda la demanda de cobalto y otros materiales, cuya extracción suele ser perjudicial para la salud humana y el medio ambiente

A medida que China fue aumentando su riqueza y empezó a descartar sus propios aparatos, la demanda de dispositivos electrónicos del extranjero ha descendido notablemente. De ahí que la basura tecnológica nacional predomine con mayor frecuencia en Hauqiangbei. Pero el comercio no ha desaparecido del todo. Los países en desarrollo, desde Indonesia hasta India pasando por Kenia, practican el mismo intercambio, con los mismos objetivos, en el que China fue pionera. Por ejemplo, Ghana se ha convertido en un foco de interés para los exportadores de aparatos electrónicos de segunda mano de Europa. La considerable atención que los medios de comunicación han dedicado al vertido de chatarra digital en África Occidental puede hacer creer que todos esos aparatos van a parar a basureros tóxicos. Sin embargo, la verdad es que hay muy pocas pruebas que apoyen este relato convencional.

Según un extenso estudio del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en 2009, por ejemplo, Ghana importó 215.000 toneladas de "equipos eléctricos y electrónicos". El 15% ‒alrededor de 32.250 toneladas‒ iban destinados a los vertederos. Este porcentaje representa una porción casi imperceptible de los 41,8 millones de toneladas de desechos electrónicos generados en el mundo en 2015. El otro 85% funcionaba o se podía reparar y, con toda probabilidad, fue a parar a los talleres o las tiendas de reventa.

Este comercio no es solamente un conducto que parte de los países desarrollados en dirección a los países en desarrollo. De acuerdo con los datos de la organización Green Alliance, con sede en Reino Unido, en 2015 el mercado mundial de teléfonos móviles de segunda mano ascendió a 53 millones de unidades. Es probable que en 2018 aumente hasta los 257 millones, a medida que se actualizan cada vez más móviles de países en desarrollo. Algunos de estos teléfonos usados se tiran o se reciclan, pero muchos se envían a otros países también en desarrollo. Actualmente, encontrar teléfonos chinos de segunda mano a la venta en Nairobi o en Delhi no es raro, ni mucho menos. De hecho, hace tiempo que Apple intenta conseguir autorización para instalar una fábrica en India con el fin de recuperar los teléfonos chinos usados. Si no lo logra, es probable que esos móviles acaben en otro sitio. Además, no se trata solo de teléfonos de países en desarrollo. En 2014, Sprint volvió a poner en funcionamiento más del 80% de los tres millones de aparatos que había vuelto a comprar a los consumidores estadounidenses.

En conjunto, estas diversas corrientes comerciales forman una de las economías verdes no convencionales más pujantes del mundo. Para incorporarlas a la economía reglada, sin embargo, hace falta algo más que medidas in extremis. Es necesario empezar desde la cuna, es decir, desde los estudios de diseño. Pero, por razones particulares, muchas de las mayores empresas de productos electrónicos del mundo están luchando con uñas y dientes para obstaculizar aún más la reparación. Algunos fabricantes invocan la protección de los derechos de autor para evitar la distribución por Internet de los manuales de reparación autorizados. Otros, en especial Apple, han incorporado elementos de diseño que complican las reparaciones sencillas. Hace unos años, la empresa empezó a utilizar un tornillo exclusivo con cabeza "pentalobulada" para cerrar el iPhone. Cualquiera que no dispusiese del destornillador capaz de abrirlo vería frustrados sus esfuerzos de reparación, al menos por un tiempo.

Sin embargo, aún queda esperanza. A pesar de los destornilladores especializados, empiezan a aparecer señales de una economía de reutilización más normalizada.

La idea de diseñar para la segunda vida de un producto no es nueva. Manny Bodner, recién jubilado presidente de Bodner Metal & Iron de Houston, Texas, me contaba que la industria del reciclado de chatarra la consideró por primera vez en la década de 1970. Por aquel entonces, las plantas siderúrgicas empezaban a mezclar nuevos elementos químicos con el metal para modificar sus propiedades físicas. "Pero cuando los desguaces quisieron volver a llevar el acero a las fábricas, se encontraron con un inconveniente", recuerda Bodner en una llamada telefónica. Resultaba que las acereras no querían que los nuevos elementos entrasen otra vez en sus hornos y echasen a perder la composición química de otros productos de acero. Esto supuso un verdadero problema para los recicladores: ¿dónde iban a reciclar?

Japón dispone de uno de los programas de reciclaje subvencionado más eficaces el mundo, pero tiene dificultades para recuperar los aparatos de los ciudadanos. Incluso si lo lograse al 100%, se encontraría con otro problema. No todo es reciclable, ni siquiera con la mejor tecnología, y muy a menudo, a los recicladores les toca recoger la basura

Estas ideas tardaron unos cuantos años en cuajar, pero, en la década de 1990, el Instituto de Industrias de Reciclado de Chatarra (ISRI), la organización líder del gremio del reciclaje en el mundo, lanzó la iniciativa Diseño para el Reciclado (DFR, por sus siglas en inglés). Su objetivo era muy concreto: eliminar o reducir en la fase de diseño cualquier factor que pudiese impedir el reciclado de sus productos. Un diseño que permita el reciclaje puede significar muchas cosas. Por ejemplo, no instalar interruptores de mercurio tóxicos y de difícil acceso en los automóviles (un problema que venía de lejos), pero también puede ser un principio: un producto apto para el reciclado es aquel que se monta empleando tornillos en logar de cola.

Por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo, como explica Bodner, que dirigió el grupo de trabajo en diseño para el reciclado de ISRI durante la mayor parte de la pasada década. "El incremento de los costes que supone elaborar un producto [diseñado para ser reciclado] no puede ser tal que lo convierta en inalcanzable. No es una opción para tranquilizar la conciencia, sino una decisión económica con la que puedas estar tranquilo".

Por fortuna, otras empresas siguen esta misma línea. Scott O'Connell, director de asuntos medioambientales de Dell, lleva años reflexionando seriamente sobre la sostenibilidad de los productos. Durante los últimos cinco años ha presidido uno de los primeros y más avanzados sistemas de reciclaje de "circuito cerrado" del mundo. La idea es sencilla: Dell recoge aparatos electrónicos usados, los manda al reciclador, y luego utiliza el plástico recuperado en nuevos portátiles. No se trata de un truco publicitario. Un representante de la empresa me contaba que, en 2014, mientras los ingenieros trataban de ahorrar un céntimo dentro del ordenador, los plásticos de circuito cerrado empleados en el exterior del aparato "ahorraban 25 veces más". A principios del verano de 2016, Dell comercializó 48 productos que incorporaban esta clase de plásticos.

En una llamada desde su casa de Texas, O'Connell explicaba que el "circuito cerrado" y otras iniciativas de Dell han desplazado el marco de referencia de los diseñadores de la empresa. "Estamos reflexionando sobre el tema desde la perspectiva del extremo final. Llega un momento en que el ordenador portátil acaba en manos de un reciclador". Este podría suministrar fácilmente plástico a la fábrica Dell, lo cual proporciona a la empresa un poderoso incentivo para asegurarse de que el producto es fácil y barato de reciclar. Desde el punto de vista del técnico y de la empresa, no basta con limitarse a pensar qué significa reciclar. "Llevamos a nuestros diseñadores a los recicladores para que puedan observar, a ocho años vista, las consecuencias de las cosas buenas y de las malas. Hemos descubierto que es una experiencia muy impactante para ellos".

Sin embargo, donde Dell empuja verdaderamente contra corriente es en los pasos que está dando para prolongar la vida de sus productos. Desde la perspectiva de la sostenibilidad, la iniciativa tiene mucho sentido. Un producto que se puede reparar y que, por lo tanto, dura más, no necesita ser sustituido por uno nuevo. El problema reside en que, al menos en apariencia, la iniciativa va en contra de la mentalidad del actual sector de la electrónica, tan volcado en las actualizaciones. No obstante, O'Connell asegura que las cosas no son necesariamente así.

Un puesto de reparación electrónica en una calla de Accra, la capital de Ghana.Fairphone

"¿Es bueno para el negocio que un producto se pueda reparar?", se pregunta retóricamente. "Sí, ya que es un punto de contacto más para el cliente". Es decir, para una empresa como Dell, gran parte de cuyo negocio consiste en proveer de equipos a grandes clientes comerciales, la reparación es una ocasión de prestar servicios de mantenimiento quizá a miles de máquinas. O, lo que tal vez sea aún más prometedor, brinda la oportunidad de gestionar el periodo de finalización del mantenimiento de los equipos. Esto podría significar enviarlos a un sistema de reciclaje de circuito cerrado. O quizá algo más sostenible aún: podría significar que se utilizase un centro de servicio de Dell para reparar y renovar el aparato, de manera que pudiese tener una segunda vida en otro sitio.

La conclusión es que diseñar para reparar es beneficioso para Dell. Así pues, incluso en una época en la que en todas partes el acceso a los aparatos electrónicos y su mantenimiento se están complicando cada vez más, Dell ha adoptado la estrategia opuesta. O'Connell llama mi atención sobre los portátiles Latitude de la empresa, dirigidos a los clientes comerciales. "La última generación tiene una única puerta de acceso a los componente principales para cuando hay que repararlos". En consecuencia, en vez de sellar los ordenadores al estilo MacBook, Dell permite acceder a las entrañas de la máquina empleando un destornillador de estrella.

Sin embargo, esto abre un interrogante crucial: ¿los aparatos tan pequeños y autónomos como los teléfonos móviles o las cámaras digitales también pueden ser reparables para el consumidor medio? Al fin y al cabo, una cosa es arreglar un ordenador portátil (incluso los superdelgados) y otra, un móvil, que presenta toda clase de nuevos microdesafíos.

A este problema se enfrentó Dave Hakkens, un estudiante de diseño de Holanda, allá por 2012. Su cámara digital había dejado de funcionar, pero nadie, incluido el fabricante, estaba dispuesto a venderle el motor nuevo necesario para arreglar la lente.

Este hecho dio que pensar a Hakkens. Para su proyecto de final de carrera se le ocurrió una idea innovadora y radical para un móvil. En vez de construir un teléfono completo que acabaría desechado cuando se rompiese o quedase obsoleto, propuso un aparato que se parecía más a un esqueleto y que se podía modificar indefinidamente añadiendo o retirando módulos ("bloques"). ¿Que quieres una cámara mejor? Pues compras el módulo y lo insertas en el "endoesqueleto" del móvil. ¿Que te preocupa tener más batería? Pues haces lo mismo: la compras y la insertas. En teoría, el móvil de Hakkens podía durar eternamente.

En otoño de 2013, el diseñador transformó su idea en un breve y entretenido vídeo de YouTube que mostraba exactamente cómo funcionaba la idea de los bloques para móvil y la defendía con argumentos ecológicos. En 2016, más de 21 millones de personas lo habían visto.

En 2015 el mercado mundial de teléfonos móviles de segunda mano ascendió a 53 millones de unidades. Es probable que en 2018 aumente hasta los 257 millones, a medida que se actualizan cada vez más móviles de países en desarrollo

Cuando el vídeo se hizo viral, varias empresas se pusieron en contacto con Hakkens. Entre ellas se encontraba un equipo de Motorola Mobility, entonces propiedad de Google. "Motorola me pidió que trabajara en ello", afirma Hakkens, "pero yo pensaba que tenía que ser una iniciativa que abarcase a todo el sector, y no a una sola empresa. Quería ofrecer mi ayuda para otros móviles modulares". Era una "idea para el mundo", declara su artífice, que se ha negado categóricamente a obtener ganancias con el proyecto.

Otros no son tan idealistas. En 2014, Google vendió sus acciones de Motorola a Lenovo, pero mantuvo al equipo que trabajaba con perseverancia en el desarrollo del teléfono modular. Desde entonces han aparecido varios móviles de esa categoría, entre ellos el Moto Z, diseñado por Lenovo, que permite a los usuarios insertar un puñado de accesorios, como baterías y módulos de altavoz, en un puerto de la parte posterior del terminal. No se parece mucho a la idea original de Hakkens (cosa que él mismo reconoce), pero, sin duda, se aparta de la caja cerrada del iPhone.

Mientras tanto, el equipo de Google se ha embarcado en un empeño mucho más ambicioso: el Proyecto Ara. El móvil Ara no es tan solo un simple esqueleto a la espera de módulos que abarcan desde las pantallas hasta los procesadores, en la línea de la idea original de Hakkens. Más bien es un teléfono en toda regla que incluye una pantalla y un procesador. Se le pueden añadir módulos a modo de bloques, pero, básicamente, se trata de accesorios para un teléfono acabado. Va bastante más lejos que el Moto Z, y mucho más allá que los actuales diseños cerrados de fabricantes líder como Apple, Samsung o Huawei. No obstante, tiene limitaciones considerables. "¿Qué pasa si se te rompe la pantalla?", pregunta Hakkens en un reciente artículo en su blog. "Pues que tienes que seguir sustituyendo todo el teléfono. Además, al cabo de un par de años, se vuelve lento y tienes que reemplazar el esqueleto completo".

Cuando me puse en contacto con Google para hablar del proyecto Ara, rechazaron mi solicitud. A lo mejor el problema era que yo quería tratar específicamente qué repercusiones podía tener el teléfono en el problema de la basura tecnológica, si es que podía tener alguna. Como me había dicho Hakkens, Google había concedido menos peso a este factor entre sus motivos para fabricar el teléfono. Y a lo mejor, así es como tiene que ser. Al fin y al cabo, el objetivo era crear un teléfono que durase más. En teoría, la respuesta a la pregunta de si generaba menos residuos debía caer por su peso.

No obstante, el teléfono modular de Google no es ni mucho menos tan ambicioso como el ideado por Hakkens. A un nivel básico, el proyecto Ara no es capaz de responder al problema original del diseñador: ¿cómo puedes arreglar la cámara digital que se te ha estropeado? Es de suponer que las cámaras en miniatura diseñadas para el proyecto serán incluso más difíciles de reparar que la de tamaño normal que se le estropeó a Hakkens en 2012. Y si no se puede arreglar, ¿qué pasa con ella?

Manny Bodner ha dedicado su vida profesional al reciclaje, y describe el enigma de manera concisa. "Diseñar con vistas a desmontar no es lo mismo que hacerlo con vistas a reciclar", explica. "Se puede desmontar sin peligro un componente peligroso". Por ejemplo, puede ser fácil retirar y sustituir el módulo de batería de un teléfono del Proyecto Ara, pero sin una opción segura de reciclaje, las ventajas de la batería modular se quedan en nada. Bodner señala que el problema también puede ir en otras direcciones. "Puedes tener un producto muy difícil de desmontar, pero cuyos componentes sean seguros". En ese caso, ¿sería inferior a otro modular fabricado con materiales peligrosos?

No hay respuestas fáciles para estas preguntas, pero tal vez la más audaz sea el Fairphone 2, un teléfono modular diseñado en Holanda por una "empresa social" sin ánimo de lucro decidida a cambiar nuestras ideas sobre los aparatos electrónicos. El Fairphone 2 se puede ampliar y reparar, y está diseñado para sobrevivir si se cae. Pero sus diseñadores van aún más lejos. Trabajan para garantizar que las cadenas de suministro responsables de las materias primas que contiene el teléfono tengan un origen ético. Al mismo tiempo, la empresa se ha comprometido con el reciclado de móviles, incluida una iniciativa sin precedentes para importar teléfonos de Ghana y reciclarlos en Europa de manera segura como una manera de compensar el impacto ambiental global del Fairphone 2.

Cuando pregunto a Miquel Ballester Salvà, cofundador de Fairphone, si su modelo puede ser rentable, me responde que la empresa ha vendido un total de 45.000 teléfonos desde 2013. (El iPhone es capaz de vender 45.000 unidades en cuestión de horas). Además, a pesar de los impresionantes estándares medioambientales establecidos por Fairphone, no están en condiciones de superar las credenciales ecológicas de los aparatos electrónicos montados (y vueltos a montar) a partir de componentes de segunda mano en lugares como Shenzhen, Dehli y Nairobi. Pero la buena noticia es que Fairphone y otros fabricantes, tanto grandes como pequeños, están avanzando en dirección a unos aparatos que se puedan reparar y se puedan usar ‒como, de hecho, ocurrirá‒ más tiempo. Este es un paso importante en el camino hacia la sostenibilidad.

Las leyes sobre el "derecho a la reparación" que están proliferando en Estados Unidos pueden conseguir que lleguemos incluso más lejos. La idea es sencilla. Se exigirá a los fabricantes que den a conocer sus manuales de reparación y sus repuestos a todo aquel que lo desee. Hacerlo podría interesarles también a ellos, aunque solo sea para hacerse con una parte de los ya considerables ingresos que se obtienen en Hauqiangbei. Durante décadas, el sector del automóvil ha ganado una fortuna recuperando y revendiendo piezas. ¿Por qué no iban a hacerlo también los fabricantes de teléfonos móviles y ordenadores portátiles?

Llevamos demasiado tiempo encerrados en la idea de que no vale la pena reparar y reutilizar lo que ya tenemos. Ha llegado la hora de ponerle remedio.

Adam Minter escribe una columna para Bloomberg View, desde Kuala Lumpur, Malasia. Su primer libro, Junkyard Planet: Travels in the Billion-Dollar Trash Trade [El planeta vertedero. Viajes al comercio multimillonario de la basura], es un relato de primera mano del mundo oculto de la basura globalizada.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la web de Anthropocene, una publicación de Future Earth. Traducción de NewsClips.

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