“La ópera, como la naturaleza, está viva, y debe evolucionar para ser eterna”
Marta Eguilior es una de las directoras de escena más rompedoras del panorama operístico nacional. En esta tercera entrega de ‘Luces largas’, un proyecto de Renault que aúna jóvenes talentos, futuro y naturaleza, la acompañamos en su proceso de creación, en los ensayos y en el reciente estreno de su particular ‘Don Giovanni’ en el Teatro Campoamor de Oviedo
Un halo de vaho envuelve el cuerpo de Marta Eguilior (Bilbao, 1985) en su carrera por las riberas del río Manzanares, reconvertidas en gran pulmón verde a su paso por Madrid. Es por la mañana. Hace fresco. Es muy pronto. Los otros valientes que se cruzan en sus carreras con Eguilior, una de las directoras de escena operística más jóvenes y prometedoras del país, se sorprenden al verla gritando al móvil mientras entrena: “Deben pensar que estoy loca”, bromea. “Lo que pasa es que, cuando voy a correr, siempre escucho alguna de las arias de la ópera en la que estoy trabajando en ese momento y, si se me ocurre algo, si tengo alguna idea, me la mando en un audio por el móvil”. Y casi siempre las tiene.
Impetuosa, valiente y algo impaciente, Eguilior conceptualiza musical y escenográficamente la ópera de una forma que deja indiferente a pocos. El hecho de que, “en España, somos unas seis las directoras de ópera en activo, es decir, que vivimos de esto”, da la medida del difícil acceso de la mujer a este mundo y de la importancia capital que tiene ser, como mínimo, distinta. Son propuestas arriesgadas que no siempre gozan del favor del público más tradicional: “Pero es que yo entiendo la ópera así”, insiste. “La ópera, como la naturaleza, está viva, y todo lo vivo tiene que evolucionar para ser eterno”.
En noviembre de 2022, la directora se ha entregado en cuerpo y alma al estreno del Don Giovanni de Mozart en el Teatro Campoamor de Oviedo, una plaza complicada para un Don Juan absolutamente distinto. De nuevo, rompedora. En el auditorio, división de opiniones. Una parte se entusiasmó con la interpretación que Eguilior hace del clásico; otra, pataleó –un acto típico en estos fueros para expresar disconformidad– el día del estreno. Lo importante: que a nadie dejó indiferente. Romper los moldes tiene sus claroscuros, pero la joven directora cuenta con ello y acepta la mayor, como también lo hacen todos los teatros que apuestan por su trabajo, que son muchos: “Desde que dirigí mi primera ópera hace unos cuatro años, no he parado de trabajar y el ritmo es cada vez más alto”, afirma.
Y ese frenético ir y venir los días de ensayo, los viajes a las ciudades donde presenta su trabajo y los días larguísimos construyendo escenas o moldeando personajes la obligan, a veces, a tomar aire, a respirar. Por eso, cuando tiene un poco más de tiempo libre, Eguilior se monta en el coche con algún amigo y se va al monte: “Si tengo un par de días, voy a Bilbao y, si no, a la sierra de Madrid”, concreta. La naturaleza devuelve a Marta a su lugar de origen; al lugar de origen de todo, incluso –o muy especialmente– de la música. El ruido de los árboles, el cantar de los pájaros, el discurrir del agua o el crujido de las ramas secas al pisar son música. Lo son en un estadio muy original, pero solo precisan concentración e inspiración para transformarse en música en mayúsculas: “La ópera de la naturaleza solo la puedo imaginar como algo íntimo y aterciopelado. Algo muy cercano… Una ópera que te mece”.