Retrato del putero en España: “Vas, pasas un rato con los amigos, follas y para casa. Y no es carísimo”
Los estudios sobre los hombres que pagan por sexo son escasos y las cifras, antiguas. No hay un perfil determinado; puede ser cualquiera, aunque con una característica común: son machistas
—¿Dónde estabais?
—De putas.
La primera vez fue una Navidad de hace 12 años. El que preguntaba tenía 22 años y quien respondía, 19. Desde entonces, aquello se ha repetido un par de veces al año, incluido 2020, el más agudo de la pandemia de covid. Lo cuenta al teléfono el más joven, no le importa admitirlo, no ve “qué hay de malo” en esos “viajes” por una comarcal hasta una autovía de vez en cuando, pero no quiere que aparezca su nombre ni sus iniciales, dónde vive ni en qué trabaja. “No quiero que ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
—¿Dónde estabais?
—De putas.
La primera vez fue una Navidad de hace 12 años. El que preguntaba tenía 22 años y quien respondía, 19. Desde entonces, aquello se ha repetido un par de veces al año, incluido 2020, el más agudo de la pandemia de covid. Lo cuenta al teléfono el más joven, no le importa admitirlo, no ve “qué hay de malo” en esos “viajes” por una comarcal hasta una autovía de vez en cuando, pero no quiere que aparezca su nombre ni sus iniciales, dónde vive ni en qué trabaja. “No quiero que toda España sepa que vamos de putas porque te acaban diciendo putero, aunque seguro que más de uno de los que lo dirían también va. Pon Manuel”, dice. Sabe y reconoce que es un putero, y también lo dice, entre risas, pero no quiere que lo acaben llamando así.
¿Cuántos más hay en España? ¿Quiénes son? ¿Por qué van? Los análisis en profundidad son tan escasos y la mayoría tan antiguos, la realidad tan compleja y la sociedad tan cambiante que hay pocas certezas.
El cálculo es que alrededor de un millón de españoles han pagado por sexo en el último año, un 5% de la población masculina, pero es eso, una estimación, porque desde hace más de una década las cifras parecen no haberse movido demasiado. La falta de estudios amplios no deja ver una foto exacta. La encuesta de salud y hábitos sexuales del INE de 2003 estableció que el 25,76% de los hombres de 18 a 49 años habían hecho uso de la prostitución alguna vez en su vida y el 5,83%, en el último año.
En 2008, otro estudio del Instituto de Salud Carlos III actualizó ligeramente esas cifras (aunque también partió de las anteriores del INE) y fijó en el 25,4% los que habían pagado alguna vez, en el 13,3% quienes lo habían hecho en los últimos cinco años y en el 5,7% en los últimos 12 meses. Ese mismo año, la encuesta sobre actitudes y prácticas sexuales del CIS subió hasta el 32,1% los hombres encuestados que habían pagado alguna vez por sexo, una o más de una vez. Y el informe del Injuve de 2020 cifró en el 10,6% los hombres de 15 a 29 años que alguna vez lo habían hecho, y en un 5% el consumo regular.
Sobre el perfil, expertas e investigadoras consultadas para este reportaje aseguran que no hay uno determinado: cualquier ideología política, cualquier lugar, cualquier renta, cualquier nivel educativo, cualquier edad. Solo hay una constante: son hombres que en general no ven “nada malo” en ir a un club, a un piso, a una rotonda, a un polígono o a una esquina y pagar a una mujer “por follársela un rato”. Hombres “ordinarios”, tal y como los llamó el sociólogo francés Daniel Welzer-Lang, en una conferencia de 2001 titulada Prostitution et travail sexuel: le client, “en el sentido de que son personas socializadas normalmente como hombres” y que cuando van a pagar por sexo, “disocian”. Dos vidas: la doméstica y la sexual.
Manuel es uno de esos hombres. Está a punto de cumplir los 31 y hace jornadas de ocho horas en el sector primario. Los otros “tres o cuatro” con los que suele ir, “casi siempre en verano y en Navidad”, rondan su edad y trabajan en la hostelería, alrededor de coches y en el sector financiero. No siempre son exactamente los mismos. Algunos son autónomos y otros tienen jefes. Hay mileuristas y los que duplican o triplican ese sueldo. Tienen novias, están casados, tienen uno o dos hijos o ahora no tienen pareja. Pero todos la han tenido durante estos últimos 12 años. Y nunca han fallado a la cita, aunque antes eran más. “Cuando empezamos a ir éramos ocho o 10, los de siempre, el grupo, pues a celebrar en fiestas... lo normal. Pero, bueno, van pasando los años y algunos ya no quisieron seguir viniendo, y [eso es] respetable es también, ¿eh?”.
—¿Por qué vas, o vais, a clubes?
—Se quedó como costumbre: vas, pasas un rato con los amigos, follas, cero complicaciones y pa’ casa. Y tampoco es que sea carísimo. ¿Qué nos podemos gastar? ¿Entre 50 y 100 euros cada uno? Pues para eso trabajamos. No veo dónde está el problema. Si tienes mujer o hijos, eso ya cada cual, pero si no, es que no hacemos daño a nadie.
Para Manuel es una noche más de juerga. Nada más. Pero detrás de esas noches hay redes de trata que se extienden por toda la geografía española. El último balance del Ministerio de Interior, de 2020, cifra en 3.867 las personas en “situación de riesgo de trata y explotación sexual”, es decir, aquellas que identifican durante las inspecciones, aunque varios estudios apuntan a que el número real podría estar entre 20.000 y 40.000 —cifras que también dio el Gobierno en mayo en el Congreso—, y la tecnología no ha hecho más que abrir más agujeros y más hondos por donde colarse, facilitando y multiplicando no solo la oferta, sino las posibilidades de salir impunes de los proxenetas y la facilidad y la privacidad con la que se mueven los puteros.
La socióloga Rosa Cobo asegura que “funciona bastante la idea de que la prostitución se inscribe dentro del mundo del ocio y el entretenimiento y así se despolitiza mucho más, se normaliza”. Con esa normalización, viene la “ruptura” de cuestiones “tan básicas” como que “la sexualidad y los deseos se negocian, no se imponen”. Y no perciben violencia en ello: “Tratan de borrar si a ellas les puede o no hacer daño, si están haciendo daño, porque su deseo, el de ellos, se sobredimensiona. Y además tienen una enorme batería de argumentos”. Cobo explica que van desde: “A ellas les encanta, yo lo hago muy bien”, a: “Todo el mundo lo hace, ¿por qué yo no?”.
“Los puteros de lo que hablan ahora es de libertad”
Sin embargo, “el gran relato no es el de antes, el de la sexualidad irrefrenable”. Ha cambiado: “Los puteros nunca hablan de violencia ni de abuso, de lo que hablan ahora es de libertad. Manejan otros argumentos complementarios, el relato fundamental es que es un acto de libertad entre dos individuos en diferentes planos, con diferentes necesidades, y ambas necesidades están compensadas por la aportación del otro. Ese es el relato central de la legitimación de la violencia”.
Javier es el segundo nombre de un andaluz de 49 años. “¿Qué violencia?, a ver, ¿qué violencia?”, repite una y otra vez al teléfono. Lleva casi 30 años yendo a clubes y, durante largos, larguísimos periodos, ha ido “con la misma”. “Es que yo no iba solo por sexo. Estaba solo, todos mis amigos tenían pareja y se fueron casando y yo seguí solo y también necesito cariño como todo el mundo. No sé por qué nunca se me dio bien lo de ligar. Y al final vas y pagas: es más fácil”.
—¿Pero había sexo o no?
—Sí, a ver, al final, pues acabas follando. Pero que yo no soy un putero como muchos otros que van ahí y las tratan fatal, como si fueran un trozo de lomo. Yo he estado casi cinco años yendo a ver a la misma chica y luego otros ocho con otra porque la anterior desapareció de un día para otro. Con cariño, ¿sabes? Yo lo hacía con cariño y hablaba con ella y eso. Follar sí, pero lo demás también.
Amelia Tiganus sabe perfectamente de lo que habla Javier. Ella lo vivió desde el otro lado y adelanta que la historia se ve de otra manera. Es activista por la abolición de la prostitución y los derechos de las mujeres y autora de La revuelta de las putas. Es superviviente de una red de trata de mujeres con fines de explotación sexual. La vendieron sin haber cumplido 18 años por 300 euros en Rumania, donde nació, a un proxeneta que la trasladó a España. La movieron por más de 40 prostíbulos en cinco años. Ahora tiene 38 y asegura que lo único que todos los puteros tienen en común es que “son hombres y machistas que comparten la idea de que las mujeres hemos nacido para servirlos”.
Expertas e investigadoras arguyen lo mismo, no hay un perfil. Pero sí un trasfondo extendido y común: socialización y dominación. En el libro El putero español, Águeda Gómez, Silvia Pérez y Rosa María Verdugo concluyen tras una revisión de múltiples investigaciones y la suya propia que pagar por sexo no se produce por “la búsqueda de sexo de calidad, por diversión ni por disfrute hedonista, sino que es una estrategia de reforzamiento de una masculinidad conformada por una identidad que gira en torno a la exhibición frente al grupo de pares”.
Al teléfono, Gómez apunta que desde la expansión de internet y las redes sociales y el cambio social en los últimos años ha habido “una hiperindividualización y una digitalización, se profundiza en el individualismo: mi deseo, mi derecho”. En esa nueva construcción hay “un problema de identidad en la sexualidad”, que no se sacia sino que sirve “para reforzar un modelo de pares”. “Lógicas más de carácter expresivo que instrumentales, como desarrolla Rita Segato [antropóloga y escritora]. Es decir, el fin último no es el sexo, sino un acto de poder”.
Cliente misógino, amigo, consumista y crítico
Tanto ella y sus compañeras como otras investigadoras han estudiado y dividido el comportamiento de los puteros por categorías. En El putero español, la clasificación tiene cuatro tipologías. El cliente misógino acude con amigos y compañeros de trabajo con toda “normalidad”. Cree que las mujeres se prostituyen porque quieren ganar mucho dinero y no ven “zonas oscuras” en ello. El cliente consumista tiene cierta percepción de desigualdad, pero siempre antepone sus derechos como “consumidor” y las razones para ir suelen tener que ver con la socialización, “como un rito de iniciación”.
Después está el cliente amigo, los hombres “amables”, que “son capaces de humanizar a las mujeres en prostitución y empatizar con ellas”. Pueden llegar a tener la percepción de generar “lazos afectivos”. Y el cliente crítico reconoce la desigualdad y vulnerabilidad de las mujeres prostituidas y cree que los demás, pero no él, buscan “la situación de poder que poseen en el contexto prostitucional y que les permiten desahogar sus frustraciones cotidianas a través de la humillación y el abuso hacia estas mujeres”.
La categorización de Tiganus fue a través de su experiencia —“según cómo nos trataban”—, y algunos de sus tipos encajan con los anteriores. La primera a la que alude es a la del “putero majo”, que es equivalente al “cliente amable”. Una categoría en la que encajaría Javier. Son los “que necesitan afecto, que no tienen habilidades sociales y tienen esta necesidad, porque siempre se entiende como una necesidad”, apunta Tiganus.
Para ella es uno “de los peores” perfiles: “No solo era hablar y penetrarnos, sino que buscaban en nosotras lo que ya no existe tanto en la sociedad, gracias a la lucha feminista, esa mirada de admiración, de comprensión, de sentirse reconocidos. Quieren comprar la performance de una relación de noviazgo”.
Es destructivo hacer el papel de novia entregada, nos impedía disociarnos, nos obligaba a sentir el aliento y las caricias de esos hombresAmelia Tiganus, superviviente de una red de trata con fines de explotación sexual
Mientras estuvo en el sistema prostitucional, entre 2002 y 2007, recuerda que evitaban el contacto emocional: “Nos negábamos a dar besos. Esa especie de noviazgo de mentira rompe la barrera que tienes. Es destructivo hacer el papel de novia entregada, nos producía daño porque nos impedía disociarnos, nos obligaba a sentir el aliento y las caricias de esos hombres”. Dice que es difícil explicar la contradicción inmensa que vivían: “Es una situación violenta, mucho, cuando un hombre al que no deseas te está obligando a hacer no solo de puta feliz, sino de novia entregada”.
Las tipologías pueden mezclarse. Así surge, por ejemplo, el “putero macho”, que es una mezcla del cliente consumista y el misógino de la socióloga Gómez. Son “la mayoría”, según Tiganus. Y buscan “reproducir aquello que aprenden en la pornografía, en los prostíbulos, que son espacios cada vez más pornificados, está presente 24 horas, emitiéndose en las televisiones”. Afirma que es para “sentar” cuestiones: “Dejarnos claro qué somos, y que les servimos a ellos para invitarlos a descubrir nuevas experiencias. Este putero macho quiere un cuerpo para reproducir esas prácticas, cada vez más violentas”.
El ensayista y profesor de la Universidad de León Enrique Javier Díez arguyó hace ya una década, que “cada vez son más los hombres que buscan prostitutas para dominarlas, más que para gozar sexualmente con/de ellas: los hombres han experimentado una pérdida de poder y de masculinidad tradicional, y no consiguen crear relaciones de reciprocidad y respeto hacia las mujeres”.
De ahí, otra de las categorías de Tiganus, el “putero sádico”. Ella, y también comparte la teoría las expertas Cobo y Gómez, analiza esta tipología desde una sociedad que evoluciona, “donde la misoginia está cada vez menos presente”, aunque ahora esté habiendo “una contrarreacción” al movimiento feminista: “La prostitución es el sitio seguro donde pueden seguir ejerciendo esa violencia. Nuestro cuerpo es el campo de batalla, pero contra todas las mujeres. A veces tortura, ese sadismo que llega en ocasiones a los feminicidios, súper olvidados. Ni siquiera son cifras en las estadísticas, ni siquiera esa representación simbólica”.
“Se explota, se tortura, se cosifica y se mercantiliza”
Fuera ya de esa clasificación, Tiganus hace referencia a un grupo más: “Esos que no son puteros, pero van a tomar una copa para acompañar a sus amigos. Eso se encuentra mucho en el relato social y nos hacen creer que es mejor y que no implica violencia. Van a pagar tres veces más por una consumición en un lugar donde una agresión sexual jamás se considera tal y ahí brindan, en un espacio donde se explota, se tortura, se cosifica y se mercantiliza a las mujeres. Eso es ser cómplice de un delito. El proxenetismo es un delito”.
El proxenetismo está recogido en el Código Penal, con penas de dos a cinco años de cárcel —una norma que podría cambiar en los próximos meses tras la proposición de ley del PSOE para modificar algunos de sus artículos—. Y aunque no se considera delito el pago por sexo, sí supone una infracción grave.
Los ayuntamientos tienen la capacidad de regularlo a través de sus ordenanzas municipales y desde la entrada en vigor de la llamada ley mordaza, se puede multar con entre 601 y 30.000 euros a quienes paguen por servicios sexuales “en zonas de tránsito público” o cuando haya “un riesgo para la seguridad vial”. Pero esos códigos también permiten multar a las mujeres; algo que va en la línea opuesta del abolicionismo, cuyo fin último es perseguir a proxenetas y puteros y proteger y darles alternativas a ellas.
Madrid y Barcelona multan, el municipio valenciano de Albal, o el Ayuntamiento de Valencia, también; y hace apenas un mes el Gobierno de esa autonomía puso a disposición de los consistorios un modelo de ordenanza abolicionista de la prostitución para multar con hasta 3.000 euros a los puteros y proxenetas y amparar a las mujeres.
El vacío de los datos
Ahora, esa modificación del Código Penal propuesta por el PSOE tiene como objetivo que haya un paraguas nacional para esas y otras cuestiones: perseguir penalmente el proxenetismo, a los prostituidores, a los dueños de los locales donde se da (la llamada tercería locativa), y proteger a las víctimas. ¿Cuántas? También se desconoce de forma exacta. Las horquillas según distintas organizaciones son amplísimas.
En 2005, el estudio Impacto de una posible normalización profesional de la prostitución en la viabilidad y sostenibilidad futura del sistema de pensiones de protección social, encargado por el Ministerio de Trabajo, estableció ese número por encima de 100.000: “Lo importante es constatar que el número de nuevas altas a nivel nacional no debería ser inferior a 113.426, dato que se ha estimado con carácter conservador”. Siete años después, el Centro de Inteligencia contra el Crimen Organizado, de Interior, estimó en 45.000 las mujeres en situación de prostitución en España.
El último análisis sobre la prostitución en España, de la Comunidad Valenciana, pero con perspectiva nacional, es del año pasado y estima que la cifra que se ajusta mejor a la realidad es una que se ubica entre las 100.000 y las 150.000 mujeres; aunque la referencia es un dato de 2003. Sucede lo mismo con el número de puntos donde se da la prostitución. Clubes de carretera, dentro de las ciudades, pisos, localizaciones en las calles, saunas y lugares de masajes... Se cuentan por miles, pero no hay ninguna cifra fiable. Los últimos cálculos de la Policía Nacional, de hace al menos tres años, apuntan como mínimo a la existencia de 1.600 prostíbulos en España. Solo prostíbulos.
Mabel Lozano, directora de cine y escritora, y dedicada a la investigación del proxenetismo y la trata, está “convencida” de que hasta que no haya un “verdadero compromiso” no solo por parte del Gobierno sino social, y un cambio “profundo”, seguirán existiendo puteros. Porque “un hombre, por más pobre que sea, siempre tiene acceso al cuerpo de una mujer, porque siempre hay una mujer infinitamente más pobre”. Y la cuestión “no es el sexo, sino el poder”. Una afirmación que comparte una amplia mayoría de investigadoras en este ámbito.
Lo refleja también el punto con el que se despide Tiganus. Cuenta que en sus clases y charlas con adolescentes, les pregunta qué piensan ellos: “La mayoría dicen que no consumirían, pero no porque las mujeres somos personas y porque no tendrían sexo con alguien que no los desea, sino porque ellos no pagarían por follarse a una, sino que ya lo hacen gratis. Y esa es la misma idea: que el cuerpo es un mero objeto para eyacular. Que somos instrumentos”.
Alrededor de un millón de hombres en España pagan por sexo
No hay datos representativos más actualizados que los del informe del Injuve de 2020, que cifró en el 10,6% los hombres de 15 a 29 años que alguna vez habían pagado por sexo y en un 5% el consumo regular. Pero son de esa franja etaria. Sin embargo, desde hace años se viene usando un porcentaje, el del 39%, que en realidad tiene más de tres décadas. Con él se han manejado agencias de prensa, medios de comunicación, administraciones, organizaciones contra las redes de explotación sexual e incluso la ONU, también de forma repetida. En el informe Trata de personas hacia Europa con fines de explotación sexual, de 2019, se incluyó el consumo de prostitución por países.
Calculó “en torno a un 19%” los hombres que habían “consumido servicios sexuales” alguna vez en el continente. “Estudios recientes realizados en otros países indican cifras similares en Suecia (13%), los Países Bajos (14%), y Suiza (19%). España (39%) representa un valor atípico en Europa”, indicó. Pero si se lee la letra pequeña, la bibliografía que responde a cada uno de esos porcentajes, el dato general para Europa es de 1994. Los de Suecia, Países Bajos, Suiza y España de 1998, y el dato español responde a cifras recogidas en 1990. La ONU se manejó con las estadísticas que le ofrecieron los distintos estados, y recientes no eran, pero quedó aún más extendido como dato fiable que cuatro de cada diez españoles consumían prostitución.
La estimación más actual de prevalencia, de estudios no representativos sino con muestras aleatorias, se mueve en alrededor del 5%. Es decir, que casi un millón de españoles de más de 18 años han pagado por sexo en el último año. Es una cifra alta, pero no son los 7,4 millones que supondría el 39% usado ampliamente. El informe Apoyando a las víctimas de trata, de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, de 2015, realizado por un equipo de la Universidad Pontificia de Comillas coordinado por Carmen Meneses, marcó que “alrededor del 20% de la población masculina en España declara pagar por servicios sexuales”, y entre el 11,7% y el 18,7% en los últimos 12 meses, pero insistían en las “limitaciones”, porque la muestra no era representativa.
En 2018, Meneses, doctora en Antropología Social, publicó junto a varios compañeros otro análisis en la revista de Sociología del CSIC con una muestra aleatoria de 1.048 hombres entre los 18 y los 70 años: “De los cuales el 20,3% han pagado por servicios sexuales en algún momento de su vida y el 15% en el último año”. La antropóloga asegura ahora que “no es un comportamiento mayoritario” y que, según la encuesta más reciente que ha elaborado, –"también aleatoria", repite, por lo que no es representativa– ,“España estaría entre el 3% y el 5% anual y aproximadamente entre el 10% al 15% alguna vez en la vida”. La realidad, la exacta, se desconoce.