El cirujano de las 1.200 operaciones en África busca una ambulancia
El jefe de Cirugía Pediátrica del hospital público de Navarra se dedica a operar a niños en Senegal y Gambia, pero tras la intervención los tiene que trasladar en moto atados con una cuerda
Lleva cuatro teléfonos encima y, mientras atiende a este periódico, soluciona los problemas del día a día en el Hospital Universitario de Navarra. Carlos Bardají (Barcelona, 67 años) es el jefe del servicio de Cirugía Pediátrica de este centro hospitalario público y fundador de la ONG Hope&Progress, con la que viaja a África a operar a niños. Lleva 44 años de trayectoria profesional y algo más de 25 ...
Lleva cuatro teléfonos encima y, mientras atiende a este periódico, soluciona los problemas del día a día en el Hospital Universitario de Navarra. Carlos Bardají (Barcelona, 67 años) es el jefe del servicio de Cirugía Pediátrica de este centro hospitalario público y fundador de la ONG Hope&Progress, con la que viaja a África a operar a niños. Lleva 44 años de trayectoria profesional y algo más de 25 dedicándose a la medicina humanitaria. A sus espaldas, 33 expediciones a Senegal y Gambia. Acaba de volver de la última y está preparando ya la siguiente para octubre. En total, ha operado a más de 1.200 menores, pero necesita una ambulancia básica para trasladar a los críos recién intervenidos. Ahora lo hace en moto: “Va uno de nosotros con el niño en el medio, atado con una cuerda, un cinturón especial con una cincha. Esto no es aceptable”.
Su primera experiencia en la medicina humanitaria fue con los menores saharauis que pasaban los veranos en España. Observó que “evacuaban niños para operar, no eran niños al azar”. Por ello, Bardají organizó programas específicos durante los fines de semana para poder intervenirlos. Recuerda que tuvo que tener mucho cuidado porque “los sindicatos no permitían que los niños saharauis pasaran por delante de los españoles en las listas de espera”. Después dio el salto al Sáhara, donde cribaban “escuelas enteras”: “Poníamos una mesa en la puerta y de una escuela de 1.200 niños, salían unas 200 operaciones”.
Poco después, un amigo suyo, el dentista Gabriel Navarro, le propuso dar el salto a Senegal: “Me lie la manta a la cabeza y fui, pero claro, pensé, él es dentista, puede quitar una muela debajo de un baobab, pero yo tengo que operar. Voy a ver qué puedo hacer”. Se fue con su hermana, su sobrina, que estaba estudiando primero de Medicina, y “su anestesista de cabecera”. “Llegamos a un hospital mínimamente dotado y sin tener respiradores ni nada, operamos a 35 niños”, recuerda. Fue el pistoletazo de salida. La muerte repentina del doctor Navarro en 2013 le llevó a constituir su primera ONG en su honor, la Asociación Doctor Gabriel Navarro. Desde 2018 gestiona Hope&Progress, que viaja a Senegal y Gambia.
Desde entonces, organiza tres expediciones al año, más las que realiza él antes para evaluar posibles pacientes y organizar los recursos. Va acompañado por profesionales voluntarios y en cada viaje operan a cerca de 70 niños. Las operaciones más frecuentes, explica, suelen ser hernias inguinales, umbilicales, labios leporinos, tumores o quemaduras. “Hay mucha malformación congénita de mano y pie y raro es el año que no hacemos una, dos o tres espinas bífidas”, detalla. El cómo elegir a los menores es otro cantar: “Llevo diez años sembrando Senegal de smartphones. Me envían whatsapps con fotos y les digo si el paciente es operable. Luego voy haciendo grupos de niños que viven en chozas, más o menos cerca, y a los que se puede trasladar juntos”.
Bardají asegura que en los países a los que viaja la muerte se vive de un modo distinto. Hubo un caso que le impactó especialmente. Llegó a un hospital en el que acababa de fallecer un niño: “Yo vi a la madre y a otros familiares llorando. Como no se podía hacer nada, seguí descargando nuestro material y cuando volví a pasar por allí ya habían asumido que su hijo se lo había llevado ‘el Supremo’. Al día siguiente, la vida continúa. Las familias tienen muchos hijos y se asume como normal que dos pueden morir”. Afortunadamente no ha perdido nunca a un paciente operado. “El equipo que llevamos es un equipo pata negra”, algo fundamental porque “allí fuerzas un poco más la máquina que en Europa”, afirma.
El cirujano recuerda especialmente el caso de un tumor pulmonar en Gambia: “Era un muy grande, le comprimía [al niño] el corazón y los grandes vasos. No teníamos procedimientos sofisticados, lo hicimos con cirugía convencional y sobrevivió. Nos envió un vídeo dos años después donde está perfecto”. Sin embargo, no es habitual que vuelva a tener contacto con los pacientes. “Igual que el luto y el duelo, la euforia de la operación dura un día. Lo has operado y punto final”, sostiene. Hay excepciones, como una sargento de la Gendarmería senegalesa que acudió con su bebé y su sobrino para que fueran operados de hernias inguinales. “Estaba tan agradecida que al año siguiente volvió con los dos niños para que los viéramos”, cuenta.
Se ha planteado en numerosas ocasiones alargar las expediciones, pero la situación laboral de los voluntarios no lo permite: “Todos vamos con vacaciones, licencias o trabajamos por las tardes para conseguir días”. Aun así, es su espina clavada. “La única solución que veo es reclutar cirujanos jubilados, que se vengan durante un mes. Yo les pongo los medios, pero ellos operan”.
Al proyecto se ha sumado ahora “un hombre extraordinario”, al que se refiere solo con el nombre de Txema para preservar su anonimato. Le acompañó en una de sus últimas expediciones a Senegal y, al volver, organizó una gala benéfica en Pamplona. “Con esta gala nos han metido un balón de oxígeno que no me lo podía imaginar”, afirma. Sin embargo, sigue faltándole la ambulancia. Es “absolutamente” necesaria, detalla, porque muchos enfermos deben volver a su casa el mismo día de la operación, y los traslados se hacen en moto. Este asunto ha protagonizado algunos de sus desvelos: “Hasta he mirado en Wallapop, pero solo hay ambulancias de segunda mano, en muy mal estado. También hice un esfuerzo por aproximarme a firmas de ambulancia, sin éxito”. Ha buscado y rebuscado e, incluso, se ha planteado camperizar una furgoneta, pero no ha logrado reunir el dinero todavía.
Los dos últimos años también han sido complicados por la pandemia. “Se han cerrado fronteras, perdimos los vuelos... Tengo que agradecerle a la embajadora de Senegal en España, a Mariame Sy, que tuvo a bien darnos permisos especiales”, subraya. Esta experiencia, asegura, no le ha cambiado a él, pero sí su forma de ver la vida: “Allí los problemas son vivir el día a día, tener al menos un plato de arroz. Cuando ves que te tienes que lavar con agua del río, del pozo, con una calabaza partida por la mitad, dices ‘todo es relativo’. Te planteas, ¿nos hacía falta tanto?”.
Bardají tiene las ideas claras y su risa es contagiosa, vital. Cuenta que nació en la cama de su madre, en el barrio barcelonés de Gracia. Aterrizó por primera vez en Navarra en 1985 como médico especialista. Años después se marchó de vuelta a Cataluña, y volvió, de nuevo, en 2017, ya como jefe de servicio. Se ha readaptado bien junto con su mujer, sus cuatro hijos y los cuatro nietos. No se plantea jubilarse porque no se ve “comprando el pan por la mañana, yendo a ver las obras de rehabilitación del puente del río Arga”: “Aquí, hasta que la maquinaria se pare”. Mientras, se mantiene al día de todos los programas de dibujos animados, de fútbol, del modo de hablar de los más pequeños. “En plan, random…”, bromea riendo a carcajadas.