Dentro de la cárcel de Ghana donde los reos se amontonan y el roce propaga enfermedades de la piel: “Te duele todo, no te puedes mover en toda la noche”
El hacinamiento de la prisión Central de Kumasi la convierte en un laboratorio en el abordaje de las enfermedades tropicales desatendidas. La falta de espacio y la humedad es un perfecto caldo de cultivo para el contagio de la tuberculosis, el sarampión, la sarna, que los presos contagian a su salida del penal
El padre de los presos y uno de los guardas de alto rango, adelantándose a cualquier pregunta, dan la orden. De los reclusos sentados en el suelo, 11 se tumban, intercalando pies y cabezas. Es la manera en que 60 seres humanos logran acostarse en los mal contados 35 metros cuadrados disponibles de una de las celdas de la Prisión Central de Kumasi (Ghana). Otros compañeros los miran, en silencio, desde las literas de triple altura. La gran mayoría estuvo así años antes de poder tener uno de los 30 lechos. Solo se escuchan las aspas de los ventiladores vencidos por el bochorno de septiembre y el clic de la cámara retratando una crudeza que, al menos en este centro, su dirección da muestras de querer “resetear”. Empezando por exhibir, sin tapujos, lo que hay.
No es casual que sean 11 los elegidos. Es el límite de cuerpos escuálidos, en gran parte por comer solo dos veces al día, que encajan entre las patas de una litera. “Te duele todo, no te puedes mover en toda la noche”, explica uno de los reclusos, como el resto obligado a un roce continuo que asusta por la propagación de enfermedades. En las celdas del pabellón A, destinadas a convictos con penas de hasta 10 años, también compiten por el espacio un gran bidón azul con agua potable y el váter, camuflado en una esquina. En las del ala B, que alberga a los de condenas más largas, el retrete se eleva en medio de la habitación, como el trono de un rey de no se sabe muy bien qué. Un televisor, a todo volumen, entretiene a parte de la decena de presos allí asignados. Pasan un culebrón de Ruth Kadiri, musa de Nollywood, la meca audiovisual nigeriana.
Las cifras de la sobrepoblación carcelaria en Ghana golpean igual que sus fotos y en 2014 fueron motivo de un duro informe de la ONU. El pasado mes de agosto, la tasa promedio de ocupación de los 43 centros del país era de 137%. En España, que en general no está en situación de congestión, hay 74 presos por cada 100 camas. Cuando el pasado 23 de septiembre la de Kumasi le abrió sus puertas a EL PAÍS, allí era de 157%. En esa prisión, fundada en 1901 y con 600 plazas, la cuenta de reclusos se lleva a mano, en grandes tableros, y el número varía drásticamente cada día a consecuencia de un sistema judicial tan colapsado como sus celdas: 1.536, sumando convictos, preventivos y aquellos a espera de sentencia. Hay días en que se rozan los 1.900.
“El mayor reto es la congestión”, acepta James B. Mwinyelle, comandante responsable de la región de Ashanti y que lleva en el cargo desde 2023. Aterrizó allí tras 15 años de misión en el extranjero, a las puertas de jubilarse y trayendo consigo ganas de cambio. “El sistema judicial ghanés necesita aire: menos barrotes y más justicia”, agrega por su parte Jonathan Osei Owusu, activista de los derechos humanos y director de la Fundación POS, que trabaja para mejorar la situación carcelaria.
Como en el resto de África, en Ghana la mayoría de las penitenciarías son fuertes coloniales reconvertidos y donde la falta de espacio, ventilación y las dificultades para mantener la higiene derivan en un ambiente húmedo y saturado. Malsano para la salud: es caldo de cultivo para que la tuberculosis, el sarampión y la sarna u otras enfermedades tropicales desatendidas (ETD) se propaguen con rapidez, afectando física y mentalmente a los reclusos, vigilantes y familiares. Y nocivo para la sociedad: aparte del drama humanitario, es físicamente inviable mantener todo el tiempo separados a los condenados por delitos como asesinato o robo de los que esperan a que se les juzgue. Eso sí, duermen en un bloque distinto (el C) y han de vestir una camisa blanca cosida a mano y con el letrero de “preventivo”.
Muchas ETD como el pian son endémicas en Ghana y eso convierte a sus prisiones en bombas de relojería. Si no se tratan a tiempo, pueden derivar en malformaciones, pérdida de la visión, afectación de órganos y cicatrices. “Llevamos estudiándolas 20 años, pero nunca se había mirado de una manera comprensiva cómo afectan a la población carcelaria”, explica el doctor Yaw A. Amoako, del Centro Kumasi de Investigación Colaborativa en Medicina Tropical (KCCR por sus siglas en inglés). Él lidera el Programa de Educación en salud de la piel en la prisión (SHEPP), un proyecto inédito en África, que busca mejorar el abordaje de esas enfermedades y donde participa la Fundación Anesvad, que ha colaborado para la elaboración de este reportaje a través del programa RESILIENTD y la Iniciativa de Investigación sobre la Lepra (LRI en inglés).
“Las denominamos enfermedades desatendidas porque no hay recurso para apoyar el tratamiento o para confirmar el diagnóstico y la consciencia sobre ellas es baja”, continúa el doctor. Son afecciones que también se ceban con los más vulnerables (afectan a 1.000 millones de personas en el mundo) y, de cara a erradicarlas -es una de las metas de la Agenda 2030 de la hoja de ruta de la ONU- es necesario llegar a todas las zonas donde aún están presentes. El cierre de USAID ha sido letal, pues cortó 19 años de estrategia para neutralizarlas al repartir millones de medicamentos cada año. El SHEPP comenzó a principios de este año y la idea es que facilite la detección temprana y se traten posibles casos. Su éxito podría derivar en un vuelco sobre cómo dialogan la política sanitaria y carcelaria en Ghana. “En muchos casos los presos llegan ya enfermos o vuelven a sus comunidades estándolo. Imagínese las consecuencias de una fiesta de bienvenida. El objetivo es luchar contra las enfermedades en la prisión allí para cortar su contagio”, agrega Amoako.
Las cárceles de Ghana pasaron el brutal test de la covid – por “intervención divina” no se diagnosticó ni un caso, asegura Mwinyelle- pero en Kumasi Central sí ha habido otros brotes. El último de seriedad, hace un año, fue de conjuntivitis y gracias a la ayuda de entidades locales se consiguieron medicinas ópticas para los 300 afectados. La enfermería del centro, con un médico y algunos asistentes y sin relación directa con el Sistema Nacional de Salud, está capacitada para atender un limitado número de situaciones. Ese día de septiembre, como el resto de la prisión, excedía su capacidad. De los 13 internados, solo cuatro tenían una cama y el resto reposan en colchonetas. “Existe una gran desconexión entre el Sistema de Salud y el de Prisiones”, coincide el doctor y el líder de POS.
Hay un pequeño módulo de aislamiento usado, por ejemplo, en casos de tuberculosis. Los cuadros más severos -explica la oficial Eissen, encargada de la enfermería- obligan trasladar a los enfermos al cercano Hospital Universitario Kongo Anokye. La factura anual de la sanidad asciende a los 300.000 cedis (unos 24.000 euros), superando con creces los 40.000 cedis (3.500 euros) que, según Mwinyelle, recibe cada año Kumasi Central para su funcionamiento. El comandante explica que en muchas ocasiones se pide dinero a los propios presos o a sus familias para sufragar los tratamientos y la principal fuente de productos de aseo personal son las donaciones.
"La sobrepolación carcelaria es un problema clave en las enfermedades desatendidas"
"La sobrepolación carcelaria es un problema clave en la lucha contra las enfermedades tropicales desatendidas. Si miras por ejemplo el pian o la sarna, se transmite por el contacto directo con la piel. Idealmente se tendría que separar a la persona afectada pero en Kumasi Central el espacio reservado para ello no es suficiente", explica el doctor Yaw A. Amoako, del Centro Kumasi de Investigación Colaborativa en Medicina Tropical (KCCR por sus siglas en inglés) y que lidera el proyecto de enfermedades desatendidas de la piel en la cárcel. "Además, por ejemplo con la sarna, en el caso del diagnóstico de un caso, se tiene que examinar y tratar a todos sus contactos. Si los recursos son limitados para una persona, imagine en impacto de ello en una celda con unas 100 personas obligadas a permanecer juntas", agrega.
La debida atención de los pacientes no solo tensa las cuentas de la prisión. También a su propia plantilla de guardias, unos 400, a toda vista insuficiente y que también se siente vulnerable frente a las enfermedades. Se incumple la recomendación del Comité Europeo para la Prevención de la Tortura de cuatro metros cuadrados por persona en celdas compartidas y también de la relación de un guardia por cada cuatro reclusos. El dispositivo para poder custodiar a un preso internado en el hospital implica turnos de escolta y Mwinyelle acepta que a veces no tienen medios para ejecutarlo.
El diagnostico de las enfermedades tropicales desatendidas no es simple y sufrirlas, además, acarrea importantes estigmas, explica Ruth D. Tuwor. Esta doctoranda en Sociología tiene uno de los roles más importantes dentro del programa: entender y mapear las dinámicas internas de la comunidad carcelaria. Por ejemplo, en un país tan religioso (el 70% se reconoce como cristiano; el 20%, musulmán) y con tanta población rural, aún pervive una lectura mágica sobre estos males.
“Se recurre a ungüentos tradicionales porque se piensa que son males menores y además hay miedo de mostrarse como enfermo ante los otros”, detalla Tuwor. Una de sus labores es abrir el diálogo con los presos y los trabajadores para conocer sus impresiones. “No quieres que te asocien con personas que están enfermas”, acepta George Ackon, de 49 años, enfundado en su impecable uniforme de padre de celda. Se trata de una posición clave en el funcionamiento del centro: se delega en un grupo de internos la intendencia del día a día y median en pequeños conflictos. “Muchas veces se inventan discusiones para pedir cambiar de sitio a la hora de dormir y así evitar estar al lado de un compañero que tiene alguna erupción en la piel”, explica este condenado por homicidio que cumple su condena desde 1998.
En ocasiones “llueve” dentro de las celdas, como los presos denominan a las gotas que caen por la condensación de su sudor, especialmente en las noches. Eso explica por qué parte del paisaje de la prisión son montañas de colchonetas y ropa secándose a la intemperie. En esas condiciones es fácil que los internos sufran severos episodios de dermatitis, con eccemas. Estos no representan mayor gravedad usualmente pero pueden enmascarar casos de ETD. “Puede salir un pequeño parche [que es síntoma de lepra] pero como no impacta en tu vida lo ves normal o lo ignoras. Cuando sí le presta atención ya es tarde y en el hospital a veces no hay las herramientas necesarias para los diagnósticos”, explica Amoako. Con los casos de sarna puede haber más claridad en el diagnóstico, pero los kits para comprobar los de pian y de úlcera de Buruli no siempre están a mano.
"Quiero tener un puesto en un mercado y luchar contra la injusticia"
George Ackon, de 49 años, es uno de los padres de celda de la prisión de Kumasi. Se trata de una posición relevante: por su buen comportamiento y el respeto que despiertan entre sus compañeros, los guardias del centro delegan en ellos parte de la intendencia del día a día de los módulos. Su nombre ha estado varias veces en la lista para recibir una amnistía presidencial, pero sigue sin llegarle. "Cuando salga de aquí me gustaría tener un puesto en un mercado", explica en una mezcla entre inglés y twi, el idioma tradicional de la región de Ashanti. "Hay mucha injusticia aquí y me gustaría luchar contra ella. Muchas personas han sido condenadas injustamente, conozco sus casos", asegura el condenado por homicidio.
“Un día me salió un bulto en el brazo. No me dolía, pero mis compañeros se reían y me sentía apenado. Si me veían rascándome, me rechazaban. Empezaron a decir que olía”, comenta otro recluso, que pide el anonimato. “Me veía pidiendo perdón y con miedo a morir por algo que no era mi culpa”, explica al resto de internos con quien comparte grupo de discusión. Como con Ackon, su extrema pulcritud llama la atención. ¿Cómo es posible una camisa perfectamente planchada en una prisión? “Hay una plancha en la iglesia. Además de ese templo hay una mezquita. La religión es fundamental aquí”, añade Tuwor. “Dios es poderoso”, reza un gran letrero en unas de las celdas del módulo A.
Efectivamente, el corredor entre los dos centros de culto parece ser el nervio social de la mayor cárcel de media seguridad de Ghana. La percusión de una batería que sale de la iglesia es la banda sonora de una especie de mercado, de ires y venires frenéticos, donde los presos autorizados por su buen comportamiento pueden vender alimentos traídos de fuera y otros hacen fila para poder llamar a sus seres queridos. Miradas curiosas pero profundamente tristes siguen al grupo que visita las instalaciones. “Esto será un área de seguridad pero no tiene por qué ser un lugar secreto”, defiende el comandante, que insiste en que el enfoque punitivo es cosa del pasado y pone en valor la oferta de reinserción laboral. El último motín fue en 2015.
Hay talleres de textiles -confeccionan los uniformes y los lazos distintivos de cada equipo de vigilantes- y otro de marroquinería, que hace sandalias. Se ve a varios presos que, pacientemente, van llenando cordeles con cuentas para joyas o se enfrentan a rústicos telares para producir bellos tejidos kente. Mwinyelle espera que pronto, en colaboración con el Ayuntamiento, se pueda abrir una tienda en Kumasi para enseñar y vender esos productos. La oferta de formación, que incluye estudios básicos, también pasa por la ebanistería y muchos presos son voluntarios también, por ejemplo, en la cocina.
Sopa de frijoles aguada
En la Prisión Central de Kumasi se come dos veces al día, en unos platos de metal tan fríos como cruelmente prácticos para la situación. Por las mañanas se sirven unas gachas hechas en leña y en la merienda cena, a la una de la tarde, una aguadísima sopa de fríjoles y una ración de banku, un pan hecho de masas de maíz y yuca fermentadas. A finales de septiembre, el Gobierno ghanés subió por primera vez, en 15 años, el valor destinado a sufragar la ración diaria: de 1,8 cedis (14 céntimos de euro) a 5 cedis (40 céntimos). El Banco Mundial calcula que el PIB per cápita el año pasado en Ghana fue de 2.265 euros, 15 veces inferior al español.
Según el World Prision Brief, del Institute for Crime and Justice Policy Research, en agosto pasado las prisiones de Ghana tenían un total de 14.133 reclusos, 41 por cada 100.000 habitantes. Esa tasa está casi diez puntos porcentuales por debajo del promedio del conjunto de países de África Occidental (50) y es cinco veces menor que la tasa de las naciones del sur de ese continente. Esa buena posición, sin embargo, choca con el dato de la sobrepoblación y de ahí que la lupa se ponga en las condiciones de reclusión. Mwinyelle, defendiendo la idea de “resetear” el país enarbolada por su presidente John Dramani Mahama, apuesta por un modelo de centros- granja donde se puedan garantizar mejores condiciones sanitarias y, por ejemplo, alejar el impacto de las ETD. Esa es una de las ideas dentro del abordaje 360 grados en el que está inmerso el Servicio Nacional de Prisiones.
Esos planes, más a largo plazo -como también podría ser sacar la prisión del centro de la segunda ciudad de Ghana-, siempre tienen la amenaza de quedarse en la cuneta por la burocracia o del cambio de Gobierno, acepta el comandante. Otras iniciativas, acompañadas por el activismo de los derechos humanos, han llegado a mejor puerto, con efectos reales en la descongestión. Un ejemplo es el programa Justicia para todos, de la Fundación POS, que desde 2007 a la fecha ha rebajado del 33% a 10% el número total de presos preventivos. “Eran tribunales móviles que visitaban las cárceles para atender in situ a los presos preventivos, que en muchos casos llevaban años a la espera de juicio”, explica su director Jonathan Osei Owusu. La iniciativa ha sido reconocida por la ONU y se está implantando en Kenia con un gran problema de sobrepoblación (195%).
El programa ha evolucionado y ahora también se trabaja para revisar sentencias excesivas o dar asesoría general mediante abogados voluntarios o presos formados para ello. Con una población de 33,5 millones de personas, denuncia Osei Owusu, en Ghana solo hay 55 abogados de oficio. En España, el año pasado, había unos 39.941 según datos del Consejo General de la Abogacía. El director de POS como el comandante de Kumasi Central coinciden además en la necesidad de cambiar ciertas leyes y el desarrollo normativo de otras para avanzar en la descongestión. “No tiene sentido que quien roba algo de 100 cedis (unos 7 euros) comparta celda con un homicida”, afirma el activista, pendiente de que el Ejecutivo apruebe un proyecto de ley que conmutará penas menores a cinco años de cárcel por servicios comunitarios.
El cambio de Gobierno, en diciembre pasado, devolvió a la casilla de salida el trámite de ley para la libertad condicional y los reglamentos que permitan tratar la drogadicción como un tema de salud pública y no penal. Otro tema pendiente de codificar es el vacío legal sobre el tiempo de detención preventiva, que en España son 72 horas y allí es indeterminado. “Para un juez, dos años pueden ser razonables; para otro, cinco. Esa ambigüedad destruye vidas”, lamenta el activista.
“El sistema judicial, la policía, las prisiones y la sanidad funcionan como piezas desconectadas de un mismo engranaje roto”, resume el director de la Fundación POS, que sin embargo ve avances tras una década del tirón de orejas de la ONU. Sin ir más lejos, la apertura a que se realicen estudios como el que lidera el doctor Amoako. Pero la velocidad de las reformas parece ser la misma con que pasa el tiempo en Kumasi Central. Algo parece moverse, con dificultad, como las aspas de los ventiladores que palean el sofoco en las celdas. La mayoría de estas máquinas, de segunda mano, son el principal objeto que se arregla en el taller de reparaciones eléctricas donde se forma a presos. La sala destinada para las clases es pequeña y huele a grasa y a cortocircuito pero eso no desanima al puñado de reclusos que prestan atención a los cables desparramados por la mesa. Allí y en el país se sienten ganas de, al menos, intentar arreglar cosas.