Muerte y hambre, el rastro de la sequía en Kenia
La ausencia de lluvias deja a 3,5 millones de personas en situación crítica por falta de alimentos en el país africano. Los cadáveres de los animales que han sucumbido a la sed y la falta de pasto son la macabra prueba de los efectos más perversos del cambio climático. Con su desaparición, la población pierde sus medios de vida
El camino que une Nkisoro y Yaqbarsadi, dos aldeas del condado de Isiolo, en el corazón de Kenia, es una tumba. Cientos de animales, cabras, vacas y algún camello yacen muertos y se descomponen en los márgenes. Sucumbieron a la sed y al hambre por falta de lluvia y pasto en una de las peores sequías que ha vivido el país africano en las últimas décadas. Con ellos perecen los medios de sustento de los pastores y sus comunidades, que apenas tienen qué llevarse a la boca.
“Esto significa perder mi vida”, afirma Roba Godana, de 65 años, mientras señala con un bastón los hedientos cadáveres, la prueba de su quebranto. Desde que emprendió su periplo al sur, con su mujer y su ganado, en busca de mejores tierras, ha perdido 140 de sus 430 cabezas. Una fortuna: al precio habitual de 45 euros por cada una, podría haber obtenido algo más de 6.000 euros. Y, por la flaqueza y debilidad de las que le quedan vivas, esas no serán sus últimas bajas. “Ya no puedo pagar las tasas escolares de mis hijos”. Padre de seis, tres aún en el colegio (los otros abandonaron), lamenta que cualquier desembolso, dada su situación, “es demasiado”. “Esto es extremo. He vivido otras sequías, pero esta es la peor”.
Las tierras áridas y semiáridas de Kenia (53 millones de habitantes) comparten estampa y destino. La Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU advierte que 3,5 millones de personas están en riesgo por falta de alimentos. “Somos muy pobres. Solo el 10% de la gente aquí puede permitirse comer más de una vez al día”, estima Omar Aga, de 62 años, el mayor de los aldeanos de Yaqbarsadi. La extrema delgadez de los vecinos corrobora sus palabras: los pómulos se marcan angulosos en sus rostros, los ojos se hunden en sus cuencas, los gestos son de cansancio.
“Tuvimos langostas en 2020, eso llevó a la falta de pasto. La covid-19 empobreció el mercado y no vendíamos. Entonces, vino la sequía otra vez”, relata el anciano que ha perdido 300 de sus 350 animales. “Comemos arroz, patatas, té… Y verduras cuando nos lo podemos permitir. Conseguir leche es un reto”, comenta Halima Guyo, de 33, una de las lugareñas congregadas junto al tanque de agua potable del pueblo, cuyo motor de extracción se estropeó por sobreúso en el peor momento, entre octubre y noviembre, época húmeda en la que no llovió ni gota.
El Gobierno declaró la sequía como un desastre nacional a principios de septiembre de 2021, lo que implicaba aumentar los esfuerzos para ayudar a los hogares afectados con la distribución de alimentos y agua, así como la adquisición de su ganado aún vivo, pero amenazado de muerte. Medio año después, el presidente Uhuru Kenyatta hacía balance de esta intervención de socorro a 2,3 millones de kenianos, para lo que había liberado 16 millones de euros. Unos fondos con los que, según afirmó, la Comisión de Carne de Kenia –una institución pública cuyo objetivo es dar salida los productos de los ganaderos locales– había comprado en ese tiempo 11.250 vacas y 3.200 ovejas y cabras. Entre otras acciones como la transferencia de efectivo a familias vulnerables y la construcción de nuevos depósitos de agua y pozos.
Unas 750.000 personas necesitan ayuda urgente para evitar la hambruna en Kenia, sinónimo de muertes masivas por inanición
A finales de noviembre, un grupo de operarios ya estaban en Yaqbarsadi realizando labores de reparación del tanque y construían un segundo pozo para evitar disputas entre humanos y bestias que, hasta el momento, compartían fuente de agua. Por su parte, la ONG Acción contra el Hambre acababa de instalar un sistema solar de extracción nuevo, para ahorrar combustible y no sobrecargar el existente. Y en esas, regresó la lluvia después de tres años, pero no hubo caras de alegría ni jolgorio en el lugar. Las tormentas breves apenas dieron para formar algunos charcos y pequeñas lagunas.
Lejos de mejorar su salud, estas erráticas precipitaciones aumentan los casos de diarreas y otras dolencias entre la población, especialmente en los niños, pues desesperados por aliviar su sed, recogen en bidones ese agua estancada, sucia e insalubre para el consumo. Así las mujeres, encargadas de la tarea de recolección de agua, se ahorran kilométricas caminatas a las escasas fuentes seguras disponibles y funcionales. “Hemos tenido muchas muertes y enfermedades por la falta de agua”, comenta Ali Happi, de 43 años. “Como teníamos un punto de abastecimiento, mucha gente venía y se acabó rompiendo. Funcionaba las 24 horas”, rememora.
Pese a los esfuerzos, desde entonces, la situación no ha hecho más que deteriorarse en la región de Isiolo. “Las esperadas precipitaciones entre marzo y mayo parecen estar fallando”, confirma Dancliff Mbura, responsable de programas de Acción contra el Hambre en la zona. Los datos oficiales que maneja no dan tregua: el número de personas en inseguridad alimentaria grave aumentó de 107.200 en agosto de 2021 a 120.000 en febrero de 2022, mientras que el total de casos de desnutrición aguda en niños menores de cinco años subió de 16.757 a 17.861 durante el mismo período. “La última encuesta realizada por el Gobierno del condado hace dos meses registró una desnutrición aguda global del 17,8%. Esto revela un empeoramiento respecto del dato de hace un año, cuando había un 16,7% de población en tal circunstancia”, anota Mbura.
En similar tendencia, los niveles de seguridad alimentaria en el conjunto del país han empeorado desde principios de 2021. La última evaluación de las autoridades kenianas, de febrero de 2022, calculan en 3,5 millones las personas que padecen fuertes carencias de comida; son un 75% más que hace un año y, de ellas, unas 750.000 necesitan ayuda urgente para evitar la hambruna, sinónimo de muertes masivas por inanición. Los organismos internacionales advierten que la situación es crítica y faltan fondos para hacerle frente.
El Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU ha solicitado 38 millones de euros para satisfacer las necesidades de las comunidades más gravemente afectadas en el norte y el este del país en los próximos seis meses. Lo tiene difícil. Incluso antes de que la guerra de Ucrania sacase de foco a esta parte del mundo, en anteriores llamamientos no se lograron recaudar los fondos requeridos. El pasado febrero, los donantes apenas aportaron el 4% de lo que este organismo había pedido para el Cuerno de África.
Kenia, Somalia, Eritrea y Etiopía suman 14 millones de hambrientos, que podrían ascender a 20 en verano, alerta el PMA, si continúan las condiciones de sequía y estancamiento de la ayuda humanitaria. El organismo necesita 435 millones de euros para aumentar la asistencia en estos países en los próximos seis meses. “La situación se ha visto agravada por las consecuencias del conflicto en Ucrania, con el coste de los alimentos y el combustible aumentando a niveles sin precedentes”, describe en un comunicado. “El precio de una canasta de alimentos ya ha aumentado, particularmente en Etiopía (66%) y Somalia (36%), que dependen en gran medida del trigo de los países de la cuenca del Mar Negro, y la interrupción de las importaciones amenaza aún más la seguridad alimentaria”.
“En África, los niños están pagando el precio más alto por unas crisis que no han creado: 5,5 millones están amenazados por la desnutrición aguda”, advierte en esta línea el director regional de Unicef para África Oriental y Meridional, Mohamed M. Fall. “La situación de los niños y las familias en el Cuerno de África es grave. Están desesperados. Millones de vidas penden de un hilo. Las necesidades son masivas y urgentes, y están superando rápidamente los fondos disponibles para responder. Tenemos que actuar ahora para evitar una catástrofe”, clama.
Sin agua para los humanos, las bestias y el campo
En Kenia no llueve sobre mojado, pero sus crisis superpuestas y agravadas por el cambio climático son la tormenta perfecta para el desastre humanitario. No hay agua para las bestias, ni las personas, ni el campo. El Centro de Predicciones Climáticas para África del Este estima que 1,4 millones de cabezas de ganado perecieron el año pasado por la sequía en solo 15 de los 23 condados de secano. El inicio retrasado de la estación de lluvias de octubre a noviembre de 2021 interrumpió además la temporada típica de siembra. “La cosecha de maíz en todo el país fue entre un 50% y un 65% inferior a lo normal”, advierte ACAPS, entidad especializada en estudios temáticos sobre crisis humanitarias. Como resultado, el precio del cereal aumentó entre un 5 y un 35% el año pasado.
Las cebollas de Josephine Kericho, de 25 años, tampoco han crecido lo que ella esperaba. En Nkisoro no ha llovido lo suficiente. La mujer arranca unas cuantas de la tierra para enseñar su tamaño. Los escuálidos vegetales que cosecha son a la vez su alimento y fuente de ingresos para mantener a sus cinco hijos. Por ellas, quizá consiga un dólar al día. “También tengo cereales”, alarga el brazo señalando la dirección con el manojo en la mano. El padre está desaparecido. “Anda por el país”, dice. Su pobreza es extrema. La familia vive en un chamizo de adobe y paja de no más de nueve metros cuadrados, sin suelo pavimentado y el techo de uralita sujeto con piedras. Para no dormir sobre la tierra, ha extendido un saco de rafia en la mitad de la estancia. Todos van descalzos y su cocina son tres rocas en el exterior donde tiene, además, alguna gallina. No hay acceso a agua ni saneamiento. Y esta es su nueva casa, construida gracias a la solidaridad de la iglesia local; la anterior, aún peor y situada en otra localidad, colapsó y quedó reducida a una montañera de barro.
Arroz con patatas. Ese es su menú diario. Dos veces a la semana, explica, intenta introducir las hortalizas en la dieta. Ahora puede. La ONG Acción contra el Hambre la ha apoyado para cultivar el terreno junto a su vivienda y adquirir dos cabras (que ahora son tres). “Las sequías son más severas. Yo misma vendía carbón, que no da para vivir. Y si seguimos cortando árboles, habrá más sequías”, razona. “Ahora si vendes leña, te detienen”. Asegura que sus dos mayores van al colegio, pero confiesa que tres o cuatro días a la semana no acuden, pues tienen que hacerse cargo de los más pequeños mientras ella trabaja.
Cuando estaba embarazada hace un par de años, fue atendida por Mariam Nbithe, voluntaria de salud comunitaria. Su choza está muy alejada de cualquiera de las 55 instalaciones sanitarias más básicas del condado y entonces las restricciones de movilidad para contener la pandemia de covid-19 estaban vigentes en el país. Pero, al comprobar su estado de salud, ya en las últimas semanas de gestación, su vecina la refirió al centro de salud. Tenía anemia. “Vi que tenía los pies demasiado hinchados y muchos dolores. La tenían que revisar en el hospital. Y allí la estabilizaron. Afortunadamente, en Isiolo están probando el acceso universal a la sanidad”. Como portadora de una de las 90 Tarjetas de Atención Universal en la zona, el cuidado para Kericho fue gratuito. “De otro modo, no hubiera podido pagar los servicios”, anota su cuidadora.
Kericho dio a luz en el hospital, pero cuando regresó a su chamizo, su pobreza era la misma y las bocas que llenar eran dos más: había tenido gemelos. Ambos cayeron en desnutrición aguda y de nuevo Nbithe tuvo que intervenir: le dio formación en nociones básicas de nutrición para que los pequeños se recuperaran. “Antes, si no vendía carbón, no podía comprar alimentos y no comíamos”, explica. “Ahora hacemos desayuno, almuerzo y cena. Me puedo permitir tres comidas al día”, añade con orgullo. Los párpados caídos, rostros exhaustos y movimientos somnolientos de madre e hijos inducen a pensar que quizá ni siquiera eso sea suficiente, pero sus bebés se han recuperado y han salido de la zona de peligro. Así lo atestigua la cinta para medir el perímetro braquial que alerta con colores del grado de desnutrición de los niños y que Kericho guarda entre sus escasas pertenencias. “Querría ahorrar y expandir la casa”, sueña.
La prioridad es comer
Como ella, millones de kenianos viven demasiado lejos de las instalaciones sanitarias para prevenir y tratar dolencias, ahora exarcerbadas por las consecuencias sobre la salud de la sequía. En Isiolo, la clínica móvil de la iniciativa Beyond Zero –nombre que hace referencia al objetivo de cero muertes maternas–, auspiciada por la que fuera primera dama del condado en 2013, visita 14 enclaves remotos una vez por semana. En estos dispensarios, con ayuda del Gobierno regional, que provee las medicinas, y ACH que apoya la logística de traslados del personal sanitario, se prestan servicios de planificación familiar, inmunización, prevención del VIH y monitoreo de la desnutrición aguda.
“Se han combinado los impactos del coronavirus y la sequía. Lo que hacemos no es suficiente y la salud no es una prioridad de los padres porque solo se pueden preocupar de buscar qué comer. Por ejemplo, les advertimos de la importancia de lavarse las manos, ¡pero no tienen ni agua!”, lamenta Fatuma Galgalo, responsable de una de estas clínicas móviles. Hoy está en Kakili, donde los sanitarios pasan consulta a los vecinos, que van llegando desde los alrededores, principalmente personas mayores y madres con niños pequeños. Todos muy delgados.
Uno de los retos, comenta Galgalo, es que la mayoría de sus pacientes cree que han de tener tantos hijos como quiera Dios. Por eso, la atención de la planificación familiar, ya sea suministrar píldoras o la inyección contraceptiva a las mujeres, se hace en absoluta privacidad. “Ninguna quiere que otros sepan que usan metódos anticonceptivos”. Durante la pandemia, se paralizaron este tipo de servicios y se ha producido un aumento de los embarazos no deseados, especialmente entre adolescentes, así como de las muertes neonatales y partos en casa, comenta la doctora. “Las gestantes piensan que, como no están enfermas, no tienen que ir al médico. Así que les informamos de que deben que acudir al hospital, al menos para dar a luz”.
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