Las mujeres de Guayabero y su vida entre la coca. Ojalá nunca llegue la noche
Esta es una historia sobre mujeres de una difícil región de la parte colombiana de la Amazonía, conocida desde hace décadas por la producción de base de coca y el cultivo de la planta. En los últimos años, también lo es por la presencia de las llamadas disidencias de las FARC
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A primera vista, la selva puede parecer idílica, pero luego están esos detalles; algunos invisibles, todos tan vitales. El fuerte olor químico de los numerosos laboratorios de base de coca. Según la Agencia contra la Droga y el Crimen de la ONU (UNODC), entre los municipios de La Macarena, Vista Hermosa, Puerto Rico y Puerto Concordia, en los departamentos de Meta y San José del Guaviare, que tienen jurisdicción en el río Guayabero, hay alrededor de 2.000 hectáreas de coca (en el país unas 170.000 familias se dedican a este cultivo, casi 50% son mujeres).
Y los helicópteros militares volando bajo durante la noche sobre el pueblo insomne. También las banderas de las disidencias de las FARC moviéndose en la zona.
Así es la realidad en la que viven miles de mujeres y niñas de sueños más humildes. Las mujeres de Guayabero de todas las edades solo sueñan con sus derechos básicos: educación, salud, seguridad, alimentación, infraestructura. Con respirar un aire de paz. Tener una carretera.
Una joven nacida en medio de un desplazamiento. Una famecéutica que busca curar a la población con sus conocimientos médicos en zonas donde no hay puesto de salud, pero corre el riesgo de ir a prisión por hacerlo. Una mujer llorando porque perdió 20 (de 60) vacas que le mataron recientemente los militares. Siempre el miedo latente de enviar a los hijos a la escuela por la presencia militar. Siempre el deseo de que la noche nunca llegue.
Estas mujeres viven en una sociedad paralela donde la moneda es, literalmente, base de coca y las casas están rodeadas de plantaciones. Mujeres que viven con sus familias en medio del Parque Nacional Serranía de la Macarena, zona en la que el Gobierno nacional implementa la Operación Artemisa, una estrategia militar para recuperar la selva amazónica de actividades ilegales. De la coca. La presencia del Estado es la erradicación forzada de las matas de coca. Nada más. Hasta el nombre de una de las veredas centrales lo dice todo: Nueva Colombia. Básicamente, todos sueñan con ser parte de Colombia. Con plantar piña o papaya en lugar de coca. O tener ganado. Tener una carretera que las conecte con el resto del país. Esta es su historia.
Estas son las voces de las mujeres del Guayabero.
Leonilde Hernández Rincón, 30 años, campesina y productora de coca
Vereda Caño Cabra
“Yo me acuerdo de estos helicópteros cuando fumigaban esa vaina, el glifosato; eso fue aguantar hambre literalmente. Un día, cuando tenía ocho años, escuchamos helicópteros y avionetas. Lo único que hice fue esconderme debajo de la cama, estaba asustadísima. La casa se movía y al principio no sabíamos qué era. Después, vimos las avionetas aspersando abajito. Por lo general, se escuchaban rumores, pero no hay televisor ni nada para informarse. Nos cogió de sorpresa. Después se veían los plátanos amarillos todos. ¡Se murió todo! Pasamos hambre. Mi mama siempre conseguía maíz y nos hacía sopas sin sal, sin dulce ni nada. Mi hermano era bebé... Todos vivimos un tiempo así. Cada rato se escuchaba helicópteros, balas en las noches por todos lados, bombarderos, balaceras...”.
“Mi mama dice que antes todo era selva y que la gente cortaba bastante madera y la vendía en los pueblos. Con la llegada de la coca vieron que era más rentable. También ya estaban molestando harto con la madera. Lo mismo de siempre: ilegal, ilegal, ilegal. La economía por acá siempre ha sido ilegal. Pero ¿si no dan una alternativa legal?”.
“Y no podemos invertir porque estamos en parques. Ni paneles solares porque estamos en parques. Ni mejorar la escuela porque estamos en parques. Pero fumigar sí se puede en los parques. Es una doble moral. Proteger, conservar y fumigar con glifosato, contaminar el aire, el agua y la tierra. Es una realidad, va a seguir pasando. Llevamos muchos años acá, no nos van a sacar. La gente va a pasar necesidad, pero van a volver a tumbar [talar] y volver a sembrar. Mientras que no haya una solución de fondo, la gente lo va a volver a hacer. Lo único que pasa con la fumigación es que se daña a la tierra y obliga a la gente a que tumben más. Nos pondrán a pasar hambre. Muchos niños saldrán de la escuela. Pasaremos necesidad. Pero no va a cambiar la realidad porque van a verse obligados a tumbar más. No va a dejar de producirse coca”.
“Uno a veces sueña mucho. Chévere si por acá fuera, así como en otras regiones. Donde está la carretera uno siembra cultivos, espera a que pase el carro y despache eso. Que haya señal del teléfono, que haya luz, alcantarillado... ¿Será que algún día se verá esto por acá? Sueño con eso. Es un sueño humilde, son cosas que deberían existir, que deberíamos tener. Es lo que estamos pidiendo al Estado. Que inviertan por acá. Somos campesinos con derechos como cualquier colombiano”.
Danna Valentina Patarroyo, Hernández, 13 años, estudiante
Vereda Caño Cabra
“Cuando estaban los soldados nos tocaba pasar por un campamento de militares para ir a la escuela. Eso fue hace tres años. Nos quedaba lejos, y ellos no dejaban pasar a nadie. Por eso nuestros papás no nos mandaban a estudiar, les daba miedo. Durante un mes no fui. Luego, durante el plantón [manifestación donde las personas se quedan a lado de las matas de coca para que el ejército no las arranque. Puede durar semanas o meses, como en el caso de Guayabero], se cerró el colegio unos dos meses. El plantón fue al lado de la casa”.
“La coca es una forma de sobrevivir porque por aquí, como no hay carretera, no pueden salir con los alimentos. Por eso cultivan coca por aquí. Antes de que yo naciera era madera, pero ya no hay madera, pues toca coca. Quisiera ir a estudiar en Bogotá con mis hermanos. Después venir por aquí otra vez y ser profesora. Quisiera que arreglasen los baños en la escuela. Sería más bonito si hubiera una carretera, ya habría otras formas de cultivar. Piña o cualquier cosa. Yo no quisiera trabajar en la coca, es malo para la salud, uno se puede intoxicar”.
Faisiuri Gonzales Morales, 13 años, estudiante
Vereda La Reforma
“Nací un día después de mis padres ser desplazados, los paramilitares venían violando niñas. A Nuevo Colombia. Nací el día después, el 6 de marzo a la una de la tarde. Los médicos habían dicho que naciera aproximadamente el 20 de marzo, pero por el desplazamiento yo nací el 6 de marzo. Mis papás me cuentan todo eso. El estudio acá es pésimo. A los profes les daba miedo, se iban, se asustaban. Solo hay primaria. Por eso, la mayoría de los chicos se va para los grupos armados, porque el Gobierno no da opción para estudiar acá. Muchos padres tienen muy pocos ingresos económicos y no queda otra opción que los grupos armados ilegales”.
“Conozco varios que se han ido a eso. No hay como seguir estudiando acá, es muy mala la escuela acá. Ellos no encuentran otra salida y se van para la guerrilla. Son un poco mayores que yo, cinco o seis personas que se han ido por causa de que no hay educación. Son niños y niñas, y se han ido muy jóvenes porque no pudieron seguir estudiando. Yo nunca lo he pensado, no me gusta tampoco”.
“Amo mucho a los caballos y al ganado. El caballo es como un buen compañero, me gusta mucho montar. Me gusta el ganado, es como una familia grande. Como que ellos me tienen a mí y yo los tengo a ellos. Irse de aquí sería demasiado duro. Yo nací y fui criada por acá hasta los diez años. Ahí me sacaron por San José de Guaviare para seguir estudiando. Nací por acá, eso es lo que me da vida a mí, es como algo muy bonito que no sé cómo explicarte. Es como si llevara la tierra en mi sangre”.
“En la noche una no sabe si dormir o quedarse despierta. Cuando empiezan por ahí los helicópteros, si están trayendo más ejército, si de la nada salen, si los perros ladran. ¿Será que el ejército anda por ahí? Será que están matando alguna vaca en la noche o se van a robar algo? Entonces como que ahí es cuando más te atormentas”.
Luz Aleyda Morales Henao, 41 años, madre de Faisiuri
Vereda La Reforma
“Venían los aviones cerquita. Tiraban una bomba y las ollas de la cocina cayeron al piso, sonó horrible, duro. Y los helicópteros tirando tiros a las casas. Acá en el potrero cayeron balas, eso fue horrible, los niños lloraban. A mí me tocó envolver la niña en un colchón y nos metimos las dos ahí; nos daba miedo porque las balas caían en el patio. Eso fue impresionante. Fue cuando Álvaro Uribe era el presidente. Gracias a Dios empezó lo de los derechos humanos. Si no fue por ellos, ¿qué hubiera sido de nosotros?”.
“Los del ejército venían tapados como paramilitares, y a una le da miedo. Nos decían ‘ustedes tienen que irse de estas tierras’. Decían que eran de los AUC, paramilitares, y los campesinos se asustaron. Nosotros corríamos cuando llegaba el ejército, la verdad, nos daba miedo. Yo estaba embarazada con Faisiuri. Nos fuimos para Nueva Colombia. Por acá hay hartas casas vacías, porque se fueron entonces”.
“Ahorita estamos asustados porque hemos escuchado por las noticias que va a haber fumigación. Cuando hubo fumigación antes, la verdad, no acabaron con la coca. Acabaron con los potreros. Con la comida que teníamos. Mi niña, Faisiuri, se enfermó, se intoxicó. Nos dijo el doctor que fue por la fumigación. Le salieron unas ronchas grandes y se le hinchó la cara. Que era del glifosato. La niña tenía cinco meses. Quedó como 15 días hospitalizada”.
María Manrique, 42 años, dueña de una minifarmacia
Vereda Nueva Colombia
“El Gobierno nos tiene en total abandono en cuestión de salud. Nos quitaron el trabajador sanitario hace 20 años. Una vez al año vienen los de Médicos del Mundo, y pasan aquí tres o cuatro días. Hace seis años vino una brigada médica, también tres o cuatro días. Venían con penicilina, ibuprofeno y la planificación [familiar]; eso es lo único que traen. Hicieron exámenes, pero no entregaron los resultados. Yo atiendo, pues tengo conocimiento, pero es algo empírico. Sabemos que para el Gobierno es ilegal. Por acá nos tildarían de auxiliadores de la guerrilla, por el solo hecho de tratar de salvar una vida. A parte de prestar primeros auxilios y suturas, toca arriesgarse”.
“La compañera de la otra droguería está en proceso con la Fiscalía, pues fue tildada como auxiliadora de la guerrilla. Hasta vender medicamentos es ilegal para el Gobierno. Pero si no nos dan la seguridad... ¡Es nuestro derecho a la salud! El hecho de vender algo o atender a alguien para mí no es un delito. Para mí es tratar de salvar una vida”.
“Yo también soy víctima del Estado. Mi padre es uno de los desaparecidos de Colombia. Desde muy chica conozco el horror de la guerra y el horror de saber que tu padre desapareció y que ni siquiera tienes donde ir a dejarle un ramo de flores. Es muy triste eso”.
“Todos sabemos que es una zona roja. Ha estado bajo el dominio de las FARC y ahora de las disidencias. A veces vienen los helicópteros, vuelan bajo y nos dicen que nos entreguemos. Hace como mes y medio vinieron y comenzaron a lanzar panfletos que decían que nos entregásemos. Pero ¿qué nos vamos a entregar, si somos campesinos? La coca es el principal factor económico, pese a que es algo ilegal. Prácticamente es la plata por acá. Se la denomina mercancía y se paga por gramos. Aquí llevamos dos o tres años que no vemos un billete. Todo es así. Todos sobrevivimos con la coca acá, vale 2.100 pesos (48 céntimos de euro) un gramo. Y afuera, ¡un gramo vale un dineral!! O en otros países, en esos es donde de verdad sacan el jugo de este producto”.
Gloria Herrera Agudelo, 40 años, campesina
Vereda Nueva Colombia
“Era el año pasado, en 2020. El ejército venía a erradicar. Fueron a la casa, nos erradicaron todo. Teníamos 61 cabezas de ganado en el potrero. El ejército cogió el ganado, las vacas, y empezaron a matarlas. 21 murieron así, y luego otras cinco por las heridas, se engusanaron. Los señores nos decían que ellos mismos se encargaban de hacer desaparecer todo testigo. Por eso muchos ni ponen una demanda: tienen miedo de que le maten a uno solamente por decir la verdad”.
“Teníamos el ganado gracias al sudor de nuestra sangre, no fue regalado, ni es de nadie. ¿Decir que esto es de la guerrilla? No. El hecho de que nosotros vivimos acá no quiere decir que seamos guerrilleros. Somos campesinos, trabajadores. Sentí mucho dolor porque una sufre tanto para tener las cosas y en un instante, se acaba todo. Pusimos la demanda, pero hasta el momento no han respondido por nada. Llevo 35 años aquí, y mira que todo se espuma en un momentico. Ahora a mi niño que solo tiene cinco años me toca ponerlo a estudiar. Todo el ganado era para el muchacho, y todo eso se espumó en un ratico. Usted veía la vaca con las tripas para afuera... Ni curarla te dejaban. Decían que las vacas eran de las disidencias. Pero no, eran muy de nosotros. Uno tiene miedo al hablar porque a veces viene el Estado y le mata a uno. Es el temor de uno, por eso hay mucha gente que calla. Anoche sonó el helicóptero otra vez, fue un susto muy berraco”.
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