La memoria de los saberes perdidos
El franquismo fue una máquina castradora de conocimiento científico y humanístico
Señalaba Carmen Martín Gaite que los adolescentes de la posguerra habían disfrutado, durante la infancia, de un imaginario tan diverso como profuso que alimentaba su pensamiento. Respecto a los distintos modelos de feminidad, sabían de la existencia de beatas de confesionario, pero también de “la miliciana [y] hasta la vamp, pasando por la investigadora que sale ...
Señalaba Carmen Martín Gaite que los adolescentes de la posguerra habían disfrutado, durante la infancia, de un imaginario tan diverso como profuso que alimentaba su pensamiento. Respecto a los distintos modelos de feminidad, sabían de la existencia de beatas de confesionario, pero también de “la miliciana [y] hasta la vamp, pasando por la investigadora que sale con una beca al extranjero, y la que da mítines”. En el plano de la imaginación política: “habían oído hablar de huelgas, de disputas en el Parlamento, de emancipación…, de divorcio”. Los referentes aprendidos durante la etapa convulsa e increíblemente enriquecedora que fue la Segunda República poblaban las cabezas de una ciudadanía que se acostumbró a ejercer el derecho al voto y abrazaba distintos idearios —católico, falangista, socialista, anarquista— en plena democracia. Esa copiosidad intelectual, heredada de lustros anteriores, acabó siendo reducida a su mínima expresión por el período lúgubre que impuso la dictadura de Franco. Rememorar los 50 años de su muerte implica, entonces, reconocer los saberes que se perdieron; los que nunca llegaron a elaborarse debido a la falta de oportunidad; las voces que, pertenecientes a los cuerpos asesinados o exiliados, fueron silenciadas junto al prodigio de su inteligencia.
¿Qué podríamos haber concebido como posible de no haberse producido la larga noche autoritaria? ¿Habríamos sido un país puntero en ciencia, tecnología, en el cuidado de la naturaleza y el respeto a la justicia social? Cuesta no acordarse de que, por cada persona sepultada en una fosa, descerrajada por un fusil, o vilmente expulsada, se cometía el mismo crimen con las historias que portaban. Porque el franquismo nos privó de los libros que Lorca no escribió; hundió las universidades en un letargo clientelar que todavía arrastra dinámicas perniciosas; cercenó miles de mentes brillantes que, contando con libertad de expresión, habrían sido puestas al servicio del bienestar. Contemplemos un segundo, en el reino retrospectivo de lo utópico, a escritores como Max Aub, María Zambrano, Eugenio Granell o Rosa Chacel arcillando sus ficciones en un territorio no constreñido por el miedo y el hambre. Cavilemos los potenciales derechos que una tradición anarquista tan arraigada como la española habría logrado: si en los años treinta ya reclamaban un sistema educativo basado en la enseñanza laica, mixta y forjada en la ecología —heredero de las teorías de Ferrer i Guàrdia—; un feminismo que atendiese al desarrollo profesional de la mujer y su libertad reproductiva; una colectivización de los recursos, ¿qué no se habría conseguido si hubiésemos gozado de continuidad democrática?
El franquismo fue una máquina castradora de conocimiento, buena parte del cual no se ha recuperado aún. Jamás sabremos sus ramificaciones, sus efectos en unas subjetividades que fueron forjadas a golpe de represión, aunque sí somos parcialmente conscientes del calado de esa carencia a través del testimonio de sus víctimas. Tras la contienda, la industria editorial más potente se mudó a América Latina, particularmente a México. En Argentina, se tradujo por primera vez el Ulises de James Joyce a nuestro idioma en 1945, pero hubo que esperar hasta 1976 para que el poeta extremeño José María Valverde lanzase al público español una versión más pulida, ya durante la Transición. En la década de 1960, mientras una desterrada Remedios Varo pintaba sus últimos lienzos antes de fallecer, el joven Agustín Gómez Arcos se consolidaba como dramaturgo en España para comprobar cómo, después de ganar dos veces el Premio Nacional Lope de Vega, la dictadura le prohibía sistemáticamente representar sus obras. Se marchó a Francia, lamiendo la frustración que provoca ver el talento censurado, y allí alcanzó un merecido prestigio como novelista, pero nunca asistiremos a las funciones que no creó, ni siquiera cuando, una vez promulgada la Constitución, la escena cultural patria le dio la espalda.
Olvidos de carácter similar, supresiones y mutilaciones de la razón se produjeron en todas las disciplinas. Basta nombrar el Premio Nobel de Medicina que el asturiano Severo Ochoa cosechó para Estados Unidos en 1959, tres años más tarde de que le fuese otorgado el mismo galardón en Literatura a Juan Ramón Jiménez, residente en Puerto Rico. Si algo no se ha recordado bastante hasta ahora es la pasión de nuestra historia nacional por imponer la mediocridad a toda costa, como un pozo negro al que despeñar, cada cierto tiempo, a las mejores mentes de una generación. Su ostracismo o exterminio continúa pasándonos una factura impagable y construye dolorosas paradojas: cuando hablamos de estar a la altura en el mapa geopolítico, de competir y avanzar para situarnos a la cabeza de Europa y sacudirnos por fin el polvo del legendario atraso, cabría preguntarse si seremos capaz de situarnos al mismo nivel de la abundante inteligencia autóctona que dejamos marchar, si no luchamos voluntariosamente por su destrucción. La deuda con ellos y ellas yace bajo los túmulos repartidos por el mundo, de Colliure a las cunetas. La obligación de un aniversario tan primordial como el conmemorado estos días debería consistir en otorgarles el pasaporte póstumo de una convivencia reanudada no solo en la memoria, sino también en el saber.
Más información
Archivado En
- Opinión
- España
- Franquismo
- Francisco Franco
- Literatura española
- Medicina
- Investigación científica
- Rosa Chacel
- Carmen Martín Gaite
- Severo Ochoa
- Federico García Lorca
- Max Aub
- María Zambrano
- Eugenio Granell
- Agustín Gómez Arcos
- Francisco Ferrer
- José María Valverde
- Remedios Varo
- Juan Ramón Jiménez
- Traducciones
- Exilio
- Dictadura
- Historia contemporánea
- Siglo XX
- Historia ciencia