Humillados y paralizados: retrato de los europeos en la jungla
La inacción e irrelevancia en la crisis de Gaza es sintomática de una Europa incapaz de actuar en un mundo de fuerzas desatadas
Una tenue esperanza de que el indescriptible sufrimiento de los civiles de Gaza encuentre alivio, al menos durante un tiempo, se abre paso en los corazones de tantos, entre ellos ...
Una tenue esperanza de que el indescriptible sufrimiento de los civiles de Gaza encuentre alivio, al menos durante un tiempo, se abre paso en los corazones de tantos, entre ellos los europeos que se movilizaron en su defensa. Esa movilización no fue decisiva, pero tampoco indiferente. Si bien no debe magnificarse su impacto, la indignación de tantos —y el consiguiente desgaste político— ha sido uno de los factores sobre la mesa del viraje geopolítico. Cabe extraer de ello mayor convicción para pasar a la acción ante nuevas injusticias.
La acción en el plano cívico europeo contrasta con la deprimente inacción en el plano político. Como es notorio, la UE mantuvo una reprobable pasividad ante los abusos de Israel. Algunos de sus miembros, como España, adoptaron posiciones moralmente correctas, pero aun así estériles y contenidas, sin llegar a sanciones significativas o cortes de relaciones diplomáticas. Ahora, asistimos a una loable manifestación de voluntad de involucrarse en el incipiente proceso diplomático o en el esfuerzo de estabilización del cese de hostilidades, pero no hay que engañarse: los europeos no pintamos nada en esa crisis, y no lograremos influenciarla para bien en esta fase tampoco. Geopolíticamente, ocurrirá lo que otros determinen.
Es un síntoma de un mal profundo y extenso: la parálisis europea en un mundo de potencias desatadas. Asistimos a acciones asombrosas por brutalidad, intensidad, velocidad. Rusia invadió Ucrania; Trump reparte leña arancelaria; China avasalla a base de subsidios masivos, dumping descarado, uso y abuso de posiciones dominantes; el pequeño, pero decidido, Israel golpea impune a diestro y siniestro; los leviatanes tecnológicos se creen los señores de este mundo (y tal vez de otros). Ante todo eso, los europeos solemos discutir.
Hay dos planos. El primero, notorio, es la disfunción de una organización supranacional. Esta característica genética fue un bálsamo que garantizó la paz en el continente —y que le valió el Premio Nobel de la Paz—, pero hoy es, a la vez, nuestra salvación y nuestra condena. Salvación, porque no hay otra vía posible de que los europeos no sean avasallados en este nuevo mundo; condena, porque el diseño es todavía inadecuado para poder reaccionar con eficacia.
Pero hay otro plano inquietante, el nacional. El panorama es helador: síntomas de parálisis se vislumbran por doquier. En algunos casos, con heridas a punto de entrar en gangrena.
Miren a Francia, instalada en una parálisis asombrosa que es un auténtico festín de irresponsabilidades, con los errores de Macron en cabeza, pero con una abundante lista de culpables, destacando entre ellos un Mélenchon al que le da igual que se pudra la República con tal de tener otra oportunidad de ser presidente. Miren a España, con un Gobierno que, de forma rocambolesca, a veces consigue aprobar piezas menores de legislación, pero que sustancialmente gobierna por inercia desde el último tramo de la legislatura anterior apoyado en una mayoría que no existe. Su verdadera virtud es atrasar la llegada al poder de una coalición derecha/ultraderecha que promete ser una experiencia desastrosa. Polonia anda instalada en una complicada cohabitación entre un Gobierno conservador europeísta de amplia coalición y un presidente ultraderechista euroescéptico. Mientras, en la República Checa acaba de ganar otro eurófobo, Andrej Babis, que tiene opciones de sumarse al húngaro Orbán y al eslovaco Fico para reforzar el eje euroobstruccionista de herencia austro-húngara.
En verano sufrimos la humillación de la capitulación comercial en un campo de golf de Trump en Escocia, porque algunos creen que están demasiados expuestos en un mundo violento como para asumir una confrontación con EE UU. De la mano de la humillación va la parálisis.
Por supuesto, no es una parálisis total. Estamos aumentando el gasto en defensa, nos movemos hacia la utilización de los fondos rusos congelados, Alemania señala disposición a ceder más poder al regulador financiero europeo —condición necesaria para avanzar en la imprescindible unificación del mercado de capitales—. Pero muchas otras áreas cruciales están paralizadas e impiden que podamos movernos rápido en la jungla. Por ello, habrá que ir bombeando con toda la fuerza posible sangre desde el corazón de la sociedad civil europea.
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