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El PP y las políticas de la necedad

El partido de Feijóo quiere evitar que lo equiparen con Vox, pero no tiene el coraje de marcar claramente las distancias

1. En Madrid el PP se pone en modo Vox aprobando una declaración sobre el aborto, cargada de ignominias como esta: ...

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1. En Madrid el PP se pone en modo Vox aprobando una declaración sobre el aborto, cargada de ignominias como esta: “Es un gran negocio para el feminismo”. ¿Empieza el baile en la derecha? Atrapado en la vía estrecha de Alberto Núñez Feijóo, el PP siente el asedio de Vox y se mete por berenjenales de la extrema derecha olvidando que en estos casos el elector desengañado acostumbra a preferir el modelo a la copia. Vox está consiguiendo que el PP se ponga a remolque suyo. Es decir, la confirmación del fracaso del modelo Núñez Feijóo, mucho ruido y pocas ideas.

La trayectoria del presidente del PP ha alcanzado ya el nivel de caricatura. No sale del guion de la obsesiva descalificación permanente, en este caso del presidente del Gobierno, sin ningún argumento político; convirtiendo sus discursos solo en un sinfín de señalamientos personales. Y sigue y persiste a pesar de que los hechos no le están dando precisamente la razón en términos de beneficios para sus aspiraciones y para su partido, atascado de momento en su propósito de liquidación del presidente Pedro Sánchez, a pesar del sonoro apoyo mediático que le acompaña. Los ciudadanos buscan gente con autoridad y mínimamente confiable, y no es precisamente lo que transmite el que no avanza por sí mismo, sino en función del halo del adversario.

Dice Giuliano da Empoli que “no se trata de inflamar una sala. Se trata de enviar la señal adecuada. Siempre según el mismo principio: las pocas palabras inesperadas que pueden marcar la diferencia”. Será noticia el día que Feijóo nos sorprenda con alguna idea que salga del estrecho carril en el que el mismo se ha situado. De momento, su estilo está sirviendo para que Vox siga creciendo y ganando espacio, transmitiendo la sensación de que marca el camino al PP, sin que este tenga respuestas afirmativas que permitan combatir la sospecha. El ruido siempre es un recurso para suplir la falta de confianza en el propio proyecto. Si no le gano con las ideas, le gano destruyendo al personaje. Pero estas cosas difícilmente van separadas, y si se ponen las descalificaciones por delante del proyecto la única realidad es que la política se degrada enormemente. “El poder no es la fuerza; al contrario, es la capacidad de no utilizarla”, decía Patrick Boucheron, y algunos parece que no se han enterado.

El PP tenía el camino bastante despejado, y la incapacidad de sostener en positivo un discurso alternativo de amplio espectro le está complicando la vida. La reincidencia de Feijóo en su táctica, cada día un poco más marchito, le reduce el campo de juego: la gente se le escapa por la derecha y no le llega por el centro. Y el PP se tambalea a la hora de mojarse en las principales cuestiones del momento, porque quiere evitar la equiparación con Vox, pero no tiene el coraje de mantener posiciones que marquen claramente las distancias.

2. En realidad, no es solo un problema del PP; lo es de gran parte de las derechas europeas, como se ha demostrado con lo que les ha costado reaccionar contra el genocidio (palabra prohibida) de Gaza. Es la presión de las nuevas fuerzas hegemónicas del capitalismo la que marca esta deriva hacia la extrema derecha que está hundiendo a personajes que parecía que se iban a comer el mundo; entre ellos Emmanuel Macron, quien vive sin vivir en sí, con una pérdida constante de autoridad y poder. No es fácil leer a la ciudadanía y anticiparse a los peligros. Y en toda Europa las derechas ven cómo la gente frustrada se les escapa en parte atraída por el regreso del fascismo. Y pocos son las que parecen dispuestas a aguantar y no ceder. Al contrario, van acomodándose al desvarío populista, en un momento, hay que decirlo todo, en que las izquierdas se han diluido casi por completo. O son testimoniales o se desdibujan como la mayoría de partidos socialistas en la medida en que la socialdemocracia ya solo forma parte de la melancolía, después de haber dejado la piel en la tentación neoliberal, en la que Tony Blair, ahora hombre de confianza de Trump, fue campeón. Y, dicho sea de paso, el presidente Sánchez ha encontrado en este vacío un espacio para recuperar perfil.

En consecuencia, ¿adónde vamos? Los pasos que está dando Donald Trump, necesitado de gasolina permanente para su ego, apuntan a lo peor. Ya no son promesas más o menos destempladas los que le configuran: son acciones decididas de violación sistemática de la cultura y las leyes democráticas, sin que, más allá de algún gesto concreto, se aprecie reacción significativa tanto del poder judicial como de las demás instituciones estadounidenses. Y así Trump, “un analfabeto funcional”, en expresión de Empoli, se atribuye capacidad para incumplir la ley, suspender cargos y puestos de trabajo a discreción, despreciar a los demás poderes del Estado, ahogar las instituciones públicas que no le complacen, actuar sobre sus adversarios, destituir a quien le contradice e incluso liquidar procesos electorales. Ni más ni menos: la suspensión de la democracia a partir del principio nihilista de que al presidente todo le está permitido. Hablamos de afrontar el presente mirando al futuro. Y lo que vemos es que las guerras vuelven a estar de moda. Y que uno de sus principales promotores, orgulloso de jugar con ellas, quiere a toda costa el Premio Nobel de la Paz.

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