Contra el PowerPoint como vía de conocimiento
Los profesores deben tratar al alumnado como adultos, y no como a críos a los que servirles una papilla digital triturada
A vueltas con el último y desastroso informe PISA, casi nadie ha puesto el foco en dos cuestiones que inciden en el empeoramiento de los resultados docentes a todos los niveles formativos, desde la primaria a la Universidad: la infrafinanciación del sistema educativo y la jibar...
A vueltas con el último y desastroso informe PISA, casi nadie ha puesto el foco en dos cuestiones que inciden en el empeoramiento de los resultados docentes a todos los niveles formativos, desde la primaria a la Universidad: la infrafinanciación del sistema educativo y la jibarización de las metodologías de enseñanza. Pueden parecer cosas diferentes, pero están interrelacionadas en relación de causa y efecto. Y todas nos dicen lo que resulta evidente: que la educación está mal, y que los parches para tapar las vías de agua están fracasando.
Para entender la situación actual podemos remontarnos a décadas atrás, pero sin olvidar que, además de causas estructurales, existen decisiones políticas coyunturales de las que ahora vemos los resultados. En 2010, el Govern de Mas en Cataluña se convirtió, con la eliminación de la sexta hora lectiva de formación curricular en las escuelas públicas, en la avanzadilla patriótica de la acción de los gobiernos que, desde Madrid, impusieron los recortes en servicios públicos y educación y la tasa de reposición cero en la función pública, que malbarataron las escuelas, los institutos y las universidades. Artur, contigo empezó todo. Esa receta de infrafinanciación y reducción de horas lectivas se impuso sobre un sistema educativo en plena transformación hacia una docencia basada en la adquisición de competencias antes que (o en vez de) conocimientos, centrada en la enseñanza “por proyectos”, casi sin libros de texto, con tabletas para todos y autonomía online del alumnado, sin jerarquización ni principio de autoridad académica. Y a ese sistema, sostenido por un profesorado precarizado, se le sumarían las terribles condiciones de la enseñanza pandémica entre 2020 y 2021.
Todo eso ha reforzado una tendencia hacia la identificación del medio (la herramienta tecnológica) con el fin (el aprendizaje). El resultado es lo que nos encontramos hoy en muchas aulas, incluidas las universitarias, donde se ha generalizado el desinterés por las fuentes de conocimiento y sus jerarquías. Incluso en los estudios de humanidades, los libros y artículos científicos están dejando de ser, de manera acelerada, la fuente autorizada de información. Puede que cada vez se investigue y se publique más, pero por experiencia puedo asegurar que el alumnado lee cada vez menos.
Decía hace poco Sergio del Molino que lo terrible de todo esto es la incapacidad para distinguir la jerarquía de las fuentes de conocimiento, y tenía razón. La sustitución del libro y el artículo acarrea graves problemas en el terreno de la fiabilidad científica y la verificabilidad. Pero hay otro asunto del que casi nunca se habla: que el problema también radica en las metodologías de enseñanza. Para el grueso del alumnado de cualquier centro formativo, la principal fuente de conocimiento es la profesora o el docente que tiene delante. Y es ahí donde a veces el mecanismo también falla. En demasiadas aulas, por comodidad, por precarización o por la presencia de grupos inmanejables, las condiciones de aprendizaje previo y las necesidades docentes hacen que haya profesorado que abuse de la herramienta tecnológica, el PowerPoint o formas similares de encapsulamiento narrativo, limitándose a leer lo que está proyectado en una pantalla y sustituyendo el repertorio bibliográfico, la revista científica o cualquier otra vía de transmisión fiable, probada y verificable por la síntesis esquemática. No hablo de proyectar materiales de apoyo, audiovisuales de trabajo o bibliografías de referencia, a partir de los cuales ampliar conocimientos. Me refiero a volcar el contenido de la materia, ya sea en esquemas o resúmenes, ya sea directamente explicado por entero, para que luego el alumnado descargue esos mismos archivos a sus propios dispositivos. Así, el medio se convierte en un fin y, en muchas ocasiones, en la base, y a veces única referencia, para el estudio. Al hacerlo no se está facilitando el trabajo del alumnado: se está limitando su capacidad de estructurar y razonar de manera autónoma. Se le infantiliza.
La respuesta a la infrafinanciación de la educación no puede ser ni el culto a la tecnología ni la jibarización intelectual del ecosistema educativo. ¿Se puede revertir la situación? El alumnado ya está obligado a navegar a la deriva de los motores de búsqueda online, la inteligencia artificial o los comentarios en foros. Pero todo eso se puede matizar con una capacitación en el aula, con un profesorado activo, consciente de su rol en el proceso formativo del alumnado, actualizado y autoexigente. Probemos por un momento a eliminar la transmisión de contenidos vía pantalla-aula virtual y enseñemos a utilizar las herramientas digitales, pero en pie de igualdad con las que durante décadas se ha demostrado que también servían, y que además se siguen utilizando. No tratemos al alumnado como a críos a los que servirles la papilla triturada del PowerPoint. Dejemos que se construyan sus propios contenidos con referencias verificables, no se los demos empaquetados en un documento a razón de 20 o 30 diapositivas por tema, a ver si así se puede revertir algo la tendencia hacia el desastre en el que ya habitamos. Despowerpointicemos el conocimiento: exijamos más del alumnado, y, sobre todo, exijámonos más a nosotros y nosotras como docentes.