La era de las mentes dispersas

Somos un poco más tontos y las plataformas tecnológicas y las redes mucho más ricas al rentabilizar la atención que prestamos a los estímulos que nos envían

Un alumno con su portátil y su móvil en la Universidad Autónoma de Madrid.Santi Burgos

Junto al coronavirus y la polarización, una tercera pandemia se ha apoderado silenciosamente del planeta: la superficialidad mental. Internet ha supuesto para los humanos un acceso ilimitado a la información, pero no ha resultado gratis cognitivamente hablando. Nuestro cerebro se ha adaptado al nuevo entorno digital para responder permanentemente a los estímulos que saltan de nuestro móvil, bien sean mensajes de WhatsApp, alertas, notificaciones de redes sociales o correos electrónicos. Como avisó h...

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Junto al coronavirus y la polarización, una tercera pandemia se ha apoderado silenciosamente del planeta: la superficialidad mental. Internet ha supuesto para los humanos un acceso ilimitado a la información, pero no ha resultado gratis cognitivamente hablando. Nuestro cerebro se ha adaptado al nuevo entorno digital para responder permanentemente a los estímulos que saltan de nuestro móvil, bien sean mensajes de WhatsApp, alertas, notificaciones de redes sociales o correos electrónicos. Como avisó hace más de una década el ensayista Nicholas Carr en su trabajo Qué está haciendo internet con nuestras mentes (Taurus), nuestro cerebro se encuentra hoy sobrecargado y hemos perdido capacidad de concentración y abstracción. En definitiva, somos un poco más tontos y las plataformas tecnológicas y las redes sociales son mucho más ricas al rentabilizar cada minuto de atención que prestamos a los estímulos que nos envían.

El síndrome de la mente dispersa y ansiosa, y sus efectos sobre el conocimiento profundo, ha disparado las alarmas de una parte del sector educativo. El profesor de la Universidad de Granada Daniel Arias Aranda señalaba hace unos días en una carta abierta a los alumnos publicada en su cuenta de LinkedIn, que fue compartida en otras redes sociales por otros docentes: “Los grupos hoy son de unos 50 alumnos, de los cuales raramente viene a clase más de un 30%. Los que vienen, lo hacen en su mayoría con un portátil y/o un teléfono móvil que utilizan sin ningún resquemor durante las horas de clase. Las caras de los alumnos se esconden tras las pantallas. De hecho, me sé mejor las marcas de sus dispositivos que sus rasgos faciales”. Y añadía: “Soy consciente de que, para vosotros, soy solo un estímulo más que compite con las redes sociales y el vasto imperio de internet. Evidentemente, soy más aburrido que un vídeo de influencers de TikTok”.

En Estados Unidos, las escuelas públicas de Seattle acaban de plantarse en los tribunales para pedir que acabe la impunidad con la que algunas redes sociales desarrollan un modelo de negocio, la batalla por la atención, de consecuencias desastrosas para la salud mental de los estudiantes y que hace mucho más difícil llevar a buen puerto la misión educativa. En una demanda de 91 páginas presentada el pasado día 6, señalan a Google, Meta (Facebook e Instagram), Snapchat y TikTok. “Explotan la psicología y la neurofisiología de sus usuarios para que pasen más y más tiempo en sus plataformas. Estas técnicas son particularmente efectivas y dañinas para la audiencia juvenil”, aseguran los denunciantes, para quienes “los acusados han explotado con éxito los cerebros vulnerables de los jóvenes, enganchando a decenas de millones de estudiantes en todo el país en ciclos de retroalimentación positiva de uso excesivo y abuso de las plataformas”.

El distrito escolar público de Seattle reclama una mayor responsabilidad de las plataformas y el pago de indemnizaciones que permitan reforzar el equipo de expertos en salud mental, así como la puesta en marcha de programas de prevención de trastornos relacionados con el uso de las redes sociales. Algunos de los acusados, como Google o Meta, rechazan las acusaciones y recuerdan que han invertido millones de dólares en sistema de protección de menores frente a contenidos sensibles, así como en mecanismos de control parental.

No resulta descabellado pensar que asistiremos en el futuro a procesos judiciales similares al de Seattle. Por ahora, basta con observar nuestras propias rutinas digitales y la de los miembros más jóvenes de nuestros entornos familiares para constatar que la interacción virtuosa entre las redes sociales y el aprendizaje tiene ante sí desafíos importantes.

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