El desprestigio del acuerdo
Rompamos el cajón de las izquierdas y derechas. Son telarañas mentales, cobijo de resentimientos y frustraciones

En nuestra vida política, los acuerdos siempre son sospechosos. Se presume que las coincidencias, aun cuando tengan sustentos racionales, se dieron porque una de las partes amenazó o deshonestamente sometió al otro. No se presume la buena fe. No se concibe que sea consecuencia del entendimiento. Grave lastre que ha impedido el avance democrático.
Los escasos periodos en que la institucionalidad ha prevalecido y, por lo tanto, se ha consolidado la gobernabilidad, se ha debido a la acción de hábiles concertadores para lograr pactos benéficos para la sociedad. La memoria y nuestro compromiso con la búsqueda de la verdad, así como la disposición para asumir sus consecuencias siempre serán necesarios. Nuestro deber fundamental y primario es la preeminencia del futuro. La mirada al horizonte, no en el remo cuando choca con el agua.
Benito Juárez fue un talentoso y convincente negociador. El periodo de la República restaurada fue el resultado de su capacidad para, venciendo ánimos revanchistas, impedir que continuara la lucha fratricida. Plutarco Elías Calles repitió la operación al convocar a la formación de partidos. Focalizo el desempeño del PAN.
Desde su origen, con Manuel Gómez Morín, siempre hubo apertura para el diálogo. Manuel Ávila Camacho ofreció posiciones en su gabinete, Adolfo Ruiz Cortines y Antonio Ortiz Mena consultaban a destacados panistas en diversos temas de gobierno. Jesús Reyes Heroles hizo, con toda seriedad y respeto, un auténtico ejercicio de discusión pública que marcó el inicio de nuestra transición a la democracia. El PAN participó en ese proceso.
Un momento culminante se dio en noviembre de 1994 cuando don Luis H. Álvarez, apoyado por Carlos Castillo Peraza y Diego Fernández de Cevallos, le tomaron la palabra a Carlos Salinas de Gortari para hacer las reformas que permitieron la alternancia en el régimen presidencial. Desde entonces se ha hablado del PRIAN. No hay nada de qué avergonzarse. Los acuerdos se hicieron con toda transparencia y cuidando el interés nacional.
Ahora sí vamos a un choque de trenes en 2027. Desde el poder existe un obstinado propósito de enfrentamiento sin ningún recato para respetar la ley. Tenemos un tiempo perentorio y fatal. Nada de amarrarse con aberrantes ordenamientos. Liderazgos con autoridad moral e intelectual para decidir. Rescato el lema gomezmoriniano: “Por una patria ordenada y generosa y una vida con honor”.
¿Es tan difícil definir qué es bueno para México? Nos hemos enredado en un debate infernal. Hagamos un ensayo. Comparemos los gobiernos de Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador. Gobernaron igual, pero AMLO anuló la reforma al sector energético e incurrió en un estatismo empresarial absurdo y costoso por inepto y corrupto. Además, disfrazó su política clientelar de programas sociales.
Rompamos el cajón de las izquierdas y derechas. Son telarañas mentales, cobijo de resentimientos y frustraciones. Insisto, Estado de derecho. No hay leyes con tintes ideológicos cuando los fines a alcanzar son claros y definidos. Me asusta la inmensa brecha entre la reflexión política y la realidad. La violencia, la pobreza, la insalubridad y la ignorancia en los municipios es palpable y no hay muchas formas de atacarlas.
Sugiero un simple remedio, ponerse en el lugar del Ejecutivo en cualquiera de los niveles de gobierno. ¿Qué hacer? ¿Consultar las plataformas electorales? La labor es más sencilla. Leer la Constitución (la anterior, no la actual) y designar los mejores colaboradores en seguridad, hacienda, gobierno y un largo etcétera. Y después vigilarlos.
Por favor, dejemos de demonizar los acuerdos y pongamos manos a la obra para sumar voluntades. ¿Qué hay riesgos? ¿Y cuándo no? La razón existe y la fe para dilucidarla también.
Cada vez es más evidente que el populismo se engendra cuando se polarizan y radicalizan las cúpulas partidistas. Ese es el terreno fértil para que la ciudadanía “se agarre de cualquier clavo ardiente”.
Cabe recordar que en el sexenio de Vicente Fox no se logró dar continuidad a las reformas porque PRD y PRI se aliaron con un fin: evitar a cualquier precio que el PAN hiciera un buen gobierno. Ahí fracasó la transición, por eso la mala imagen de los acuerdos. La mezquindad, la mediocridad y la avaricia son veneno para la democracia.
El asunto es de cultura política (Perogrullo dixit). No sabemos discutir y por ello se torna imposible conformar pactos. No recuerdo, en mi larga trayectoria, ningún momento en que la deliberación haya estado tan degradada. La causa eficiente (el agente o proceso que la produce) es sin duda por falta de ética. Si no ponderamos nuestras obligaciones con responsabilidad, prevalecerá quien quiera extinguir a su adversario. Así la “voluntad general” se vuelve inaccesible.
Algo bueno tuvo el acto panista del pasado sábado: abrir un necesario debate entre académicos, editorialistas y líderes partidistas, procurando que tenga el mayor nivel y revisando nuestra evolución en los últimos años con rigor y objetividad. Hay destellos en la historia de México que nos deben inspirar para obtener lecciones. Sin mucho rascarle, la confrontación de ideas de Gómez Morín y Lombardo Toledano.
La crítica hoy es la misma que hace 86 años: el PAN es intransigente. La respuesta es la misma: queremos acuerdos honestos, transparentes y respetando la preeminencia del interés nacional. Ese debería ser el relanzamiento del PAN.
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