El miedo del Mayo
Lo que básicamente pide Ismael ‘El Mayo’ Zambada es clemencia para no ser ejecutado. Qué más humano que tener miedo frente a la muerte
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Ismael El Mayo Zambada no quiere que lo maten. Si hemos de hacer caso a su defensa legal, su segunda misiva, que generó casi tanta conmoción como cuando en la primera denunció que fue presa de una traición, lo que básicamente pide es clemencia para no ser ejecutado. Qué más humano que tener miedo frente a la muerte. De hecho, la carta dada a conocer el viernes y explicada luego por sus abogados, no constituye la primera ocasión en la que el narcotraficante se confiesa miedoso. Así se lo declaró a Julio Scherer en 2010.
—¿Teme que lo agarren?, le preguntó el fundador de Proceso
—Tengo pánico de que me encierren.
—Si lo agarraran, ¿terminaría con su vida?
—No sé si tuviera los arrestos para matarme. Quiero pensar que sí, que me mataría.
En otro extracto de esa conversación, que provocó un terremoto en el gobierno de Felipe Calderón, incapaz de detenerlo, y que de alguna forma contribuyó al mito del Mayo como un narcotraficante inatrapable, el sinaloense dice cosas que se leen proféticas tres lustros después.
—¿Hay en usted espacio para la tranquilidad?, inquiere Julio Scherer.
—Cargo miedo.
—¿Todo el tiempo?
—Todo
—¿Lo atraparán, finalmente?
—En cualquier momento o nunca. (…) Hasta hoy no ha aparecido por ahí un traidor—, expresa de pronto para sí.
Catorce años después, en un día de julio, apareció el traidor. Cerquita: en el clan del que fue su socio y amigo de toda la vida. El resto es de sobra conocido. O no tanto, porque resta por probarse el involucramiento de otros, como el gobernador Rubén Rocha Moya.
Mas la noticia de la petición del Mayo al Gobierno mexicano para que interceda ante Washington a fin de no ser sentenciado a muerte en el juicio que ni siquiera ha iniciado y dará mucho de qué hablar, pero hoy dediquemos unas líneas al miedo del Mayo y a sus víctimas.
Este martes en La mañanera le preguntaron al secretario de Seguridad Pública, Omar García Harfuch, por las decenas de niños muertos por las balas desde que se desató el infierno por el rapto del Mayo.
“Lamentablemente, estas muertes que han sido ocasionadas por miembros de la delincuencia organizada, eso es muy importante resaltarlo. Y que también la sociedad de Sinaloa sepa eso, las muertes que han sufrido estos menores de edad han sido provocadas por estos grupos delincuenciales”, dijo García Harfuch, que por cierto en “la batalla de Sinaloa” ya vio morir a un cercano colaborador.
El colaborador estrella de la presidenta, Claudia Sheinbaum, da en el punto: la polémica tras el plagio y por las cartas del Mayo es una danza con morbosa música sobre cadáveres que nadie voltea a ver. El sospechosismo y la fascinación por los capos sepultan a las víctimas.
Hoy el Mayo pide clemencia, palabra que no existe en el cruento negocio del cual se benefició medio siglo. Sus pecados relativos a muertes de adversarios o agentes de la ley, o inocentes, solo él los sabe. Cabe subrayar que ese imperio criminal se aceita con la ley de plata o sangre.
“¿Ustedes qué son?”, le preguntó el año pasado al Mayo Diego Enrique Osorno, otro de los periodistas que pudo verlo el año pasado en su finca. “Nosotros nos dedicamos a un negocio que necesita Estados Unidos. Estamos en contra de los que traicionan y de los que matan niños”.
¿Quién va a Nueva York y le lee al Mayo que además de los cientos de muertos y centenares de desaparecidos que los llamados chapitos y los llamados mayitos han provocado desde su captura, hay decenas de niños.
Y que hoy hay en Culiacán, y en otras partes de Sinaloa y de México, miedo por lo que “su gente” puede hacer.
María Scherer también advirtió la grosería del doble discurso del Mayo. Ella pudo entrevistar al capo antes de que fuera secuestrado. Y al recorrer la finca del capo, vio exhibida una frase del Mahatma. Así el fragmento de lo que la periodista publicó el 15 de enero pasado:
—¿Por qué tiene aquí a Gandhi? —balbuceo.
—Porque soy pacifista.
—¿Usted?
—Lo soy. Yo solo me protejo.
Osorno tiene libros y muchas columnas sobre el narcotráfico. En uno de sus textos narra un episodio de esa manera del Mayo de “solo protegerse”:
“El 11 de septiembre de 2004, más de 500 balas fueron disparadas en el estacionamiento del Cinépolis de Culiacán. Varias de esas balas atravesaron los cuerpos de un cuidacoches, cinco sicarios, así como de Rodolfo Carrillo Fuentes y Giovanna Quevedo, su hermosa novia de 18 años. Al hermano menos del Señor de los Cielos le decían el Niño de Oro y su muerte simbolizó el fin de la alianza que habían formado el cártel de Sinaloa y el de Juárez para conformar un solo grupo que controlara el tráfico de drogas en todo el país. De acuerdo con informes oficiales filtrados a la prensa, los autores intelectuales de la ejecución habrían sido Ismael El Mayo Zambada y Joaquín Guzmán Loera”. (El Cartel de Sinaloa, Diego Enrique Osorno, Grijalbo, 2009).
El Mayo quiere que no lo maten. Ojalá sea escuchado su ruego. La pena de muerte no resuelve nada. Es una bestialidad que afortunadamente para crímenes como los que le imputan al narco no existe en México.
Que lo juzguen y que se exhiban sus atrocidades, eso sería lo correcto. Y que quienes se digan víctimas de su imperio de tantos años puedan pedir el castigo que la ley contemple para este “pacifista”.
Cierro con algo que tomo de “El Narco”, de Ioan Grillo, y él a su vez del Grupo Cártel, 2009:
“Llegó un matón al infierno/ a inspeccionar un trabajo,/ sin saber que sus muertitos/ ya lo estaban esperando./ No más cruzó aquella puerta,/ no se la andaba acabando”.
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