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Cuarta Transformación
Tribuna
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Un beso

Un desafío entre la verdad y la eficacia, entre los hechos y el compromiso, entre la libertad y el amor

Claudia Sheinbaum besa la mano de Manuel Velasco tras tomar protesta como presidenta de México, el 1 de octubre de 2024.
Claudia Sheinbaum besa la mano de Manuel Velasco tras tomar protesta como presidenta de México, el 1 de octubre de 2024.Cámara de Diputados

“Gallo negro gallo negro,

gallo negro te lo advierto,

no se rinde aun gallo rojo

más que cuando está ya muerto”.

(Chicho Sánchez Ferlosio)

Una cadena de trampas, de fraudes calculados y dolosos, ejecutados bajo la certeza de la impunidad, una ruta de poder que puede doblegar a sus oponentes de modo ilegítimo e ilegal.

En 2019 me preguntaron cómo definiría el proyecto de la 4T, respondí que lo único coherente dentro de la cadena de acciones emprendidas por el entonces nuevo gobierno, buscaba conservar el poder al costo que fuera necesario. Ese y no otro era el objetivo.

Comunistas, anarquistas, guerra civil, izquierdas, guerrilleros, exiliados, universitarios, autónomos, ateos, libres. Palabras que desnudaban lo que se supone que éramos, palabras secretas, significantes que fueron adquiriendo sentido con el peso del tiempo. Algo de aquellos años de finales de los setenta y principio de los ochenta aparece, también ahora en la memoria, otra palabra, una que ponía en cuestión todas nuestras certezas: la crítica.

Alguna voz entrañable me dijo entonces, —lo que dices de nuestras miserias políticas, de nuestras contradicciones, de nuestra memoria común con historias de dolor y muerte es una conversación que no podemos tener frente a los otros, frente a los adversarios. Un desafío entre la verdad y la eficacia, entre los hechos y el compromiso, entre la libertad y el amor. La crítica solo era posible en voz baja en nombre de la causa. Una grieta, una incomodidad que después se volvió un abismo fue surgiendo entre nosotras, entre nosotros.

Claro que existió el abuso de un régimen que nos odiaba, claro que la rabia de salir apaleado frente al poder despertaba una fuerza interior que permitía no mirar nuestras propias contradicciones y, sin embargo, esa negación del pensamiento, de la mirada, era algo con lo que yo, y esa minoría de la que sigo siendo parte, no podía vivir, era tratar de respirar sin aire.

Toda esa memoria me viene ahora que es sábado por la mañana, cuando no veo siquiera a los niños que fuimos gobernando un país, sino a unos adultos que renunciaron en nombre de una moral, de unos beneficios y unos privilegios someterse a un líder, a un caudillo que no solo exige silencio, sino obediencia, aplausos y lisonjas en favor del único intérprete válido del pueblo: él mismo.

La causa central ahora ya no es un pueblo empobrecido, la educación que no tenemos, la salud o el fin de la violencia y la muerte. La causa no es la justicia, ni la igualdad, la causa que importa son ellos mismos y su acomodo en una oligarquía que no es nueva del todo, pero en la que ellos y ellas no tenían cabida.

Quizá el silencio, los ojos bien cerrados, el espejo enterrado los han llevado a ser lo que son hoy, develado, crudamente descrito, no con palabras, sino con una fotografía que muestra la imagen de la presidenta de México inclinándose para besar la mano, en correspondencia, de un símbolo de la corrupción, la impunidad y de un régimen de privilegios del que ahora, son protagonistas.



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