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ESTAR SIN ESTAR
Columna
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La Chingada

Lamento informar al ‘chingón’ apoltronado en el viejo Palacio del Poder que no todo México se va a la chingada con ustedes

COLUMNA JORGE F HERNANDEZ
JFH

La palabrota se impone por la ocurrencia vulgar y nada simpática de ser el destino aparente de Andrés Manuel López Obrador en cuanto deje de ser presidente de la República Mexicana. ‘La Chingada’ es el nombre del rancho humilde en la selva donde el hombre piensa colgar su hamaca y se ha vuelto más que atinada metáfora del deseo de millones de mexicanos para un viaje sin retorno, sin negar que otra mitad se resigna a que parece que el hombre no se va a ningún lado y que la Chingada es en realidad el lugar sin límites, la geografía de mediada por el crimen organizado, el país entregado en bandeja a los militares, la suma nefasta de miles de muertos y desaparecidos, el simulacro encubridor de la década dolorosa de Ayotzinapa, la vergüenza infinita de fingir un zarandeo en un vagón en un tren inexistente hacia un aeropuerto vacío, la estulticia innecesaria de rasgar el paisaje de la península maya con un trenecito en círculo como maqueta de Disneylandia y el apenitas de una refinería llamada Dos Bocas en un país con miles de bocas abiertas, huecas o muertas en calaveras de cristal.

Está de la chingada la cifra de una deuda pública impagable que ya heredamos a nuestros nietos en papel verde olivo y se ha chingado el sentido común con contagio y herencia de necedades de dolorosa distracción: no invitar a un Jefe de Estado por no haber respondido a una pinche carta populista y engañosa, al tiempo que se invita con alfombra roja a un dictador tropical que se niega a revelar públicamente las actas de una elección robada y otros tropiezos nos son más que remolinos de la misma chingadera. Es una chingaderita vergonzosa que miles de mexicanos aprovechen el desmadre para denostar a la monarquía constitucional de una península cuyo pedo monárquico es un pendiente y problema exclusivamente discutible, corregible y enmendable dentro de su propia democracia por los propios peninsulares; el rey y su figura es asunto de su reino y no de la falsa impostura de quienes se creen herederos de Tetlepanquetzatl llevando apellidos de un guardia civil de Cantabria que echó raíces insulsas en Tabasco.

Ha de ser muy desconcertante habiendo sido ‘chingón’ dirigirse encorvado y decrépito hacia la hamaca en La Chingada, no sin antes señalar con el índice al vástago ‘chingoncito’ que releva todas las chingaderas en el chingado “movimiento” o partido o proyecto de su poder y fertilizar una horda diversa de chingaqueditos y chingoncitas que recitan de memoria el sentido que intenta disfrazar que en muchos frentes ya nos chingamos: delegar y abanderar al omnímodo poder militar en trenes, aeropuertos, aduanas, puentes, carreteras (mas no en labores de defensa nacional o combate al crimen organizado) ‘no’ es militarizar según el credo de la ‘gorda’ o congraciar con la madre de un gran capo y consentir a su prole no estrecha simpatía alguna con el ‘mal’ o el crimen organizado y abrazar como correligionarios a una familia delincuencial de pederastas y antiguos adversarios no es traición alguna, sino la aplanadora imparable de la ‘chingada’ que nos lleva… ¿a todos?

Lamento informar al ‘chingón’ apoltronado en el viejo Palacio del Poder que no todo México se va a la chingada con ustedes. Hay un México de niñas que se preocupan por el listón de la trenza al tiempo que intentan cumplir con la tarea increíble velada de adoctrinamiento coreano con la que han imantado los nuevos libros de texto y hay un México de anciana que respira apenas con un tanque de oxígeno al día, harta de la inundación de noticias sobre inundaciones de aguas negras y ríos de sangre y hay un México de millones de trabajadores honestos y obreros calificados y albañiles en rampas de madera que nada tienen que ver con tanta chingadera retórica e ideológica falsa y enrevesada donde los que se creen chingones enredan La Luz del Mundo con los Evangelios Canónicos, la peor canción de Silvio con salmos evangélicos manchados del color vino tinto de manto o faldita guadalupana tatuada con la directa alusión a la madre morenita o morenista y el tartamudeo de los prolongados silencios en las mañanas soporíferas y el dato curiosísimo de Mussolini llamado Benito por Juárez como si fuesen ambos pastorcitos a su manera y en la enrevesada entendedera chingonsicérrima de gazapos y caprichos y el dengue en Dinamarca y el día que le dijo “Presidenta Kamala” en la puerta de Palacio a la vicepresidenta Harris quizá como profética traición a la linda amistad que se fincó con el nefando chingón naranja de pelos de elote que nos odia tanto como los odios con los que se destilaban amenazas a periodistas al tiempo que se abrían las conferencias madrugadoras al circo imperdonable de títeres afines.

Octavio Paz publicó en 1950 El laberinto de la soledad donde esboza un retrato al óleo poético sobre la ‘chingada’. El único mexicano Premio Nobel de Literatura (que por lo mismo quizá ahora merezca desprecio macuspano precisamente sin fundamento) borda en un párrafo vigente que “Cuando decimos ‘vete a la Chingada’ enviamos a nuestro interlocutor a un espacio lejano, vago e indeterminado. Al país de las cosas rotas, gastadas. País gris, que no está en ninguna parte, inmenso y vacío.(…) La Chingada, a fuerza de uso, de significaciones contrarias y del roce de labios coléricos o entusiasmados, acaba por gastarse, agotar sus contenidos y desaparecer. Es una palabra hueca. No quiere decir nada. Es la nada”. Pues allí merito cuelgue Vuesa Merced su hamaca y sobreviva la vejez del olvido, de cuando el pueblo bueno (que efectivamente no es nada pendejo y no se anda con chingaderas) aúlle en sus pesadillas de 200 mil almas en pena, del cobro de tanta dádiva simulada, de la revelación de todas las chingaderas y chingaderitas al ritmo del antiguo himno del PRI en Tabasco.

Repito: el no-lugar de la real Chingada a donde ‘uno’ ha decidido enviarse a sí mismo, quizá subrayando la sensación de que todo México se va utópicamente a ese lugar vacío choca dramáticamente con la verdad inapelable de los muchos Méxicos que no sólo no se han ido ni se irán a su Chingada, sino que se quedan en la grandeza incuestionable de nuestra literatura y en los paisajes pintados, en la sonrisa de los niños que ya ni sabrán su nombre o apodo apenas pase una generación y en la música intemporal cada vez que un pajarero silba por la tarde o el trino de un trompetista que se une al mariachi y cada vez que un verso se recrea en la maravillosa flora y fauna del verdadero paraíso lejano a su chingada hamaca y cada vez que las rémoras intenten graznar de memoria las consignas huecas y las promesas falsas y no todo está de la chingada si se mira con buenos ojos la voluntad suprema de los millones de mexicanos que a diario elevan la vida con una luminosidad en la piel y en la yema de los dedos tan pero tan ajena al estercolero de la politiquería pútrida con la que se quiso chingar absolutamente todo.

En su ensayo, Paz empieza por recordar que la Chingada es “ante todo, la madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una representación mexicana de la Maternidad, como la Llorona o la ‘sufrida madre mexicana’ que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en el verbo que le da nombre.” Cíclicamente se confirma en México la vida misma del pretérito. Como observó José Moreno Villa, aquí sigue vivo Cortés y Motecuhzoma, Maximiliano y Victoriano Huerta y tantos fantasmas de todos los sabores y bandos… y basta que un Chingón resucite su personalísimo problema con la figura paterna (o la del abuelo) de sus propios apellidos y se sienta Cacama (por haber sido coronado con unos panes envueltos en plástico) y ante la imperiosa necesidad de distraernos de la Guerra Incivil en Sinaloa, repito que basta que un demente intente dirimir su resentimiento ortográfico ante sus apellidos y ancestros y basta que en delirio se crea heredero directo del Tzompantli (cráneos frescos alineados en barras), en sacrificios de corazones latentes con pedernal u obsidiana y el auténtico pozole con tibia y peroné… en fin.

Deseo que el que se vaya a La Chingada no insista en suponer que todo México se va con él a tan siniestro destino y deseo de corazón que la histórica oportunidad de pintar una raya, cambiar de página e inaugurar una nueva definición de la figura materna, de la grandeza femenina (mas no feminista silenciada o vallada) se distinga por sentido común, método científico y olvido de tanta chingadera; deseo que la presidenta deslinde y decida, declare y determine y decline heredar más berrinches de cartitas necias o corazonadas psicóticas y que por nada del mundo sea chingada de ninguna manera porque de lo contrario, ahí sí ya nos chingamos.



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