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Estar sin estar
Columna
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La ventana empañada

El culebrón de México parece no tener límite al enmarañamiento de sus tramas que se entrelazan y bifurcan entre la realidad y el delirio

JORGE F. HERNÁNDEZ
JORGE F. HERNÁNDEZ.

La Ciudad de México se solidariza con París y cumple su propia lluvia, al otro lado del mundo, a lo largo de cada minuto de la magna inauguración de los Juegos Olímpicos en París; no pocas calles y pasos a desnivel intentaron clonarse con el cauce del río Sena y uno de mis hijos propuso que la delegación mexicana —siempre tan llena de esperanza— debió navegar la ceremonia montados en una típica trajinera de Xochimilco, pero no le hicieron caso a su sueño.

México apuntala su endeble Fraternité fronteriza con los Estados Unidos de Norteamérica y participa sin participar en la entrega o captura del llamado Mayo Zambada, capo legendario del Cartel de Sinaloa y el presidente de México asegura desconocer si la detención fue o no en territorio mexicano y subraya el tono de hacerse de la vista gorda para no ofender a los grupos fuertes del crimen organizado.

México clama también la Egalité al dejar que el mismo presidente de México declare sin la mínima vergüenza que el proyecto enredado del Tren Maya en Yucatán es obra monumental que “no la tienen ni los chinos” y México vive entonces la generalizada Liberté de fertilizar el boom de la mentira y la simulación; del ai´se va al qué no ves en el lamentable vacío de un aeropuerto sin vuelo o casi sin vuelos, un simpático tour de la presidente electa codo con codo con el presidente saliente como si la mala palabra de sucesión ha cambiado descaradamente su etimología con la palabra continuidad y en la ventana empañada se deslizan gotitas de continua desidia en medio de desesperaciones y el vaho de la verborrea insensata es niebla sobre el cristal.

De todas las series que se hilan en pantallas de todo tamaño, el culebrón de México parece no tener límite al enmarañamiento de sus tramas que se entrelazan y bifurcan entre la realidad y el delirio; con personajes increíbles y diálogos imperdonables, el culebrón goza de un soundtrack tan diverso y polifacético como el mostrado durante la gala llovida de París: a espejo de Lady Gaga, la vehemencia incontestable de un viejo Gagá; a contrapelo de Zidane, Sindedín con espuelas, un charro mexicano que perdió una falange floreando la reata; que si el caballo de Juana de Arco galopa sobre un río, aquí tenemos al frágil Bordo de Xochiaca donde flota eterna la cabeza de Juárez (contador público titulado casado con quien fuera su maestra de contabilidad y quince años mayor que él… casi casi como Macron) y para remate el detallazo de uniformar a la delegación olímpica de México con un llamativo uniforme que evoca el riesgo y habilidad, vórtice, vuelo y vehemencia de los taxis de la Ciudad de México, blanco y rosa mexicano como vuelo de atleta en vilo, gimnasta autofinanciada, tiro con arco, pero con flechas de plumaje prehispánico… todo un desmadre histórico, geográfico, ideológico, circunstancial y tropicalísimo que no merece mejor adjetivo que OLÍMPICO.

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